38.

Se me cobija el alma y recuerdo que los ídolos están en tu imaginación. Cuánto me costo entender que tenías razón,
cuánto me costo ver a través de tu mirada y permitirle a mi amanecer escaparse de tus temores.
Me siento culpable e inocente a la vez,
te hice añicos la vida y
tu me la hiciste miserable.
Clavaste en mis manos el puñal de tus memorias y
recorriste con tu historia mis paisajes y mis malas notas.
Dame señas para saber que te quedarás.
Y que no me dejarás en la esquina de tus pasiones arrinconando aureolas y coleccionando mariposas.
Hazme sabedora de que los misterios que se acurrucan en los recovecos de tus esperanzas.
Instruye mis recuerdos en los abismos de tus besos e idealízame en los cielos de tus sueños.
(Cuántas analogías podrían nuestras manos alcanzar con los fantasmas que se esconden en las cuevas de los abrazos de los inquebrantables
espíritus de los que decidieron reencarnar en los cuerpos de los que esperan redención.)
No hay señales en los aires.
Tampoco recuerdo las maneras en que los besos se me convertían en cometas llenas de magia y buenaventura.
La intuición se me acorta y
cada día me estrecho más los huesos y
la piel se me acorta y
se acobarda.
Hay tanto de mí que odio y hay tanto de ti
que desearía meter en el hueco de mis pechos para que nunca se muera de frío ni tampoco de mal humor.
No eres sombra que se corrompe en el cementerio de mis memorias,
tampoco haces que mis sonrisas sean sensatas
ni tampoco lógicas.
Hazte un planeta en el rincón más claro de mi alma,
que el más oscuro lo quiero para la imagen de la niña que se duerme en la mirada sonámbula de tu espalda...