Adiós despedidas

“Fumo y fumo aquel veneno silenciosa, porque tus inextinguibles ganas de hacerme daño perduran aun después de tu muerte (por algo inextinguibles) y tus malditos recuerdos los veo desfilar por la ventana de mis pupilas y decirme un hola, de esos que no deseas pero que respondes con falsa simpatía.

Que te hayas muerto es común entre los hombres, que me crea libre solo es por no estar tras unas rejas, pero prisionera de tus acusadoras palabras, soy y seré y moriré con las esposas que me impiden abrir las puertas y buscar caminos donde no haya más tú, ni mas tus insultos y menosprecios, donde pueda ver a alguien más que mis hijos que visitan alegres y preguntones arrastrando a sus críos que si bien no quieren verme, no es por ingratos sino por no empaparse de mis malas energías y quejas.

Y decidiste morirte, cuando había que pagar la universidad, cuando Carmen volvió a la casa sola y con un bebé entre brazos, para no estar ahí y defender nuestro honor, aunque mejor tu partida, para que no me culparas de todo, porque si ella decidió irse con aquel tipejo que hasta de marica tildaste, no fue porque yo se lo aconsejase o la haya malcriado, es que nunca estuviste presente para aconsejarle o cuando pudiste hacerlo solo la golpeaste.

Pobres las muchachas, solo querían huirte, y hoy que me siento libre para decirte estas palabras, te culpo a ti, a tu malgenio y prepotencia de toda aquella desgracia según tú por mi propiciada, porque Carmen nunca se graduó para no verte más la cara, y Marta prefirió irse al extranjero para no cruzarte ni en las mañanas.

Y de los niños, a ellos fue a quienes más maltrataste. Arrodillarlos en las piedras como castigo nunca me pareció un buen método, pero tuve la desgracia de amarte hasta el fin y creerte y no creerte perfecto, juzgarte y refutarme al instante para vivir feliz conforme con tus sobras, que al final fue lo único que me brindaste.

Tú te fuiste, y no el día de tu muerte. Te fuiste antes. Cuando la desvergonzada de tu amante me cruzaba en la calle se me abalanzaba como loba sobre su presa, con fines de hacerme trizas, y yo a pesar de todo, digna, me cambiaba de acera para no estar frente a frente con su mirada de puta, sus labios rojos seco y su verruga en la mejilla izquierda ¿Qué le veías? No puedes decirme que era algo más allá de lo físico, no creo que su cerebro le sirviera para algo más que sacarte la plata del bolsillo y comprar sus joyas de mal gusto. Y para esa entonces ya te habías ido, y mucho antes, sí, mucho antes.

Te fuiste, el día del grado de Rigoberto, que ni tus narices por allá asomaste. Que se te olvidara cualquier cosa, hasta lavarte los dientes, pero no que tu hijo había alcanzado el mayor logro de su vida, el que tantos pesos te había costado (que siquiera por ese lado lo hubieses visto), pero no, tu no tenías mente para eso, ni espacio, estabas en la cantina aquella gastando tu plata en los parásitos de tus dizque amigos, mientras tu hijo te lloraba a ojos secos encerrado en el cuarto y todos afuera bailaban la canción que habla de lo que ama un padre a un hijo y tu le demuestras lo contrario.

Te fuiste, el día que Pedro y Marta nuestros adorados mellizos, hacían su primera obra de teatro “La damisela y el tigre” y Pedro rugió tímido toda la obra porque no podía ocultar la tristeza que le causaba tu ausencia y Marta no gritó de susto sino de pena cuando el tigre se le abalanzó para acabarla. Qué bien que a final de cuentas y sin contar con tu apoyo, ambos hayan logrado ser grandes actores de televisión y teatro nacional.

Pero si acaso estuviste presente algún día, no te fuiste el día de tu muerte. Fue antes, mucho antes. En el instante en que digo esto, mis parpados se humedecen, porque olvidarte de nuestro aniversario número veinticinco fue un error grave, fue un momento fúnebre. Porque el que te aparecieras tres días después con una rosa en tus manos y una sortija en el bolsillo, no te salvó o más bien, no me salvó de haberme sentido como una mierda por mucho tiempo. Y es que estoy segura, nadie más te entregó su vida y su alma como yo lo hice, como yo lo hice durante tantos años mientras te amaba locamente.

Y no puedo evitar preguntarte, porque a mi sí me juzgaste e insultaste, me tildaste de inútil y parásita, aun cuando yo sabía que tenías otra mujer y te perdonaba, aun cuando los dos éramos conscientes de que ella no era capaz de hacer por ti ni la mitad de lo que yo hacía, mas sin embargo ella era más digna de todo, y menos merecedora de tus criticas tan dolorosas: “no sirves para un carajo”, “esta comida sabe horrible”, “ni siquiera sabes planchar, mira como esta arrugada esta mierda”, “enseña a comer a estos niños bien en la mesa, es que ni tú sabes agarrar los cubiertos”, “quien diablos te dijo que esa plata era tuya”, “no sabes ni sacar bien una cuenta”, entre otras de tus frases favoritas, que me dejaban la moral en el suelo y ansias de matarme o en su defecto matarte las cuales tenían que extinguirse al instante al ver los ojos de necesidad de mis hijos, por los que a final de cuentas (y más que todo eso como excusa), te aguanté durante tantos años.

Vimos crecer a nuestros hijos, me habrás amado o al menos fingiste hacerlo tan sólo unos 5 años. Y aún durante ellos cometiste errores, pero los perdoné, por tus serenatas, las tardes que comíamos todos en la boquilla la comida de mar que tanto nos gustaba, las noches de parqués con los niños en la terraza de la casa, las flores con las que me sorprendías, las palabras lindas, hacer el amor en la casa del árbol, tantos recuerdos gratos hasta de nuestro noviazgo que no puedo evitar poner por encima de cualquier otro momento gris y seguir amándote, abrigándome en recuerdos muertos como tú, pero cálidos y arrolladores, que arrastran en su corriente todo aquello sucio que lleva impregnado tu nombre y me hacen una vez más carcelaria de tu amor y tus memorias.

Y no sin más que decir solo con ganas de acabar, te deseo felicidad en el más allá, y me despido definitivamente de ti, una vez más.

Te amó:

Nereida.”

Cierro el sobre, estoy dispuesta a no hablar más con su cuadro. Lo meto en un cofre junto con aquella carta y me dirijo al cementerio. Entierro a su lado la representación física del amor que me ata aún a él (sin tener en cuenta a mis hijos).

Prometo no visitarle más y no porque no lo deseo, sino porque veo venir la muerte. Esta noche o una de las contiguas, tocará mi puerta y se robará mi alma y espero la lleve a un lugar muy lejos de donde él pueda estar, para no verlo más, lo cual es probable porque si está en el infierno espero ser meritoria del cielo para que mi deseo se pueda realizar. Y si acaso está en el cielo (lo cual dudo) deseo el infierno para no cruzarlo por allá. Quiero un alma pura sin recuerdos y llena de paz, olvidar hasta mi nombre y nadar sola y libre por el espacio sideral.

 

WOW .. no me queda mas que decirte que eres una tremenda escritora , porque puedes manejar como sea las situaciones y las palabras , recrear un momento y su similitud exacta en donde nunca fue , que nos hagas creer solo lo que imaginas , eso lo hace solo un excelene escritor y tu eres una de esas .Mis mas gratos saludos y besos .Estrellas a tu cielo.

 

Muchas gracias por estar siempre pendiente de mis escritos.
Mil abrazos y besos y se le agradece por lo de gran escritora

 

Wash mi negris, la sacaste del estadio con toda, manejas de todo, ritmo, coherencia, me pareció que lo hiciste todo bien... incluso en el recurso de la carta y en la relación con el más allá que no es fácil de hacer... (Five Stars)...

De lo que te he podido leer, lo mejor hasta ahora... muaaaa...!!

 

Hola!
Claudia ohh te quedo.. esa historia.. como la proyectas y haces vivir al usuario miles de estrellas....
Saludos.

 

Cachaco! Mil gracias por pasar por aquí, lo mejor que me has leido, no me has leido mucho jaja
Cuidate besoos

 

Abrazos! Mil gracias por estar siempre en mis letras beixi!
Besitoos:::hug:::