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Amor artificial (parte 2) - Amante de acero I

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Khar Asbeel, 7 de Agosto de 2025 a las 2:28 AM. Respuestas: 0 | Visitas: 10

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Disclaimer: Este un relato fanfic hecho por diversión y sin fines de lucro basado en el universo de la franquicia Terminator creada por James Cameron y Gale Anne Hurd.

    Amor artificial (parte 2) - Amante de acero I
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    Habían pasado semanas desde la devastadora caída de la base de la Resistencia, un evento que había dejado a Leticia Ortiz, la otrora imbatible comandante, atrapada en el núcleo de la fortaleza de su enemigo. Los pocos supervivientes que compartían su destino habían sido separados de ella, confinados en celdas individuales dentro de una vasta y sistemática instalación, fría y estéril.. Los muros de acero, relucientes bajo una luz blanca y estéril, se extendían hacia el horizonte en un laberinto de pasillos que parecían interminables. Las sombras alargadas que proyectaban las lámparas se movían con un ritmo casi orgánico, como si los espectros de los caídos hubieran venido a burlarse de los vivos.

    Para Leticia, el encierro era una tortura. La ausencia de dolor físico no mitigaba el peso de la soledad, que se cernía sobre ella como una lápida invisible, aplastando cada pensamiento de esperanza. En esa celda estrecha, donde los ecos de la guerra quedaban tan lejanos como un sueño olvidado, su mente se convirtió en su peor enemigo. Los recuerdos de los caídos, las decisiones tomadas y las vidas perdidas se arremolinaban en su interior, alimentando una batalla interna que ni siquiera las paredes de acero podían contener.

    Sin embargo, aquel cautiverio no era lo que había imaginado durante sus años al frente de la Resistencia. Las historias que corrían en los bunkers describían un trato cruel e inhumano hacia los prisioneros: hambre, torturas y experimentos que reducían a los capturados a sombras de lo que habían sido. Pero su experiencia era sorprendentemente distinta.

    La comida que le ofrecían era nutritiva y equilibrada, suficiente para mantenerla sana y fuerte. Sus heridas, adquiridas durante la batalla final, habían sido tratadas por amables cyberdroides con una eficiencia clínica que casi la avergonzaba. Cada día tenía una hora para ejercitarse en una pequeña área asignada, otra para realizar tareas de mantenimiento en las instalaciones y una hora comunitaria, donde podía interactuar con otros prisioneros humanos. En esas reuniones, las conversaciones eran extrañas, teñidas de una mezcla de camaradería forzada y resignación.

    Las noches eran lo más desconcertante. Años de guerra habían condicionado a Leticia a dormir con un ojo abierto y un arma al alcance de la mano, siempre alerta a un ataque inminente. Ahora, en la profundidad de aquella prisión, la oscuridad era absoluta y tranquila. Por primera vez en mucho tiempo, pudo descansar, aunque ese descanso tuviera un regusto amargo, como si fuera el preludio de una sentencia inevitable.

    Un día, el silencio habitual del corredor fue interrumpido por un eco familiar. El sonido de pasos firmes y calculados resonó en las paredes metálicas, un ritmo que Leticia reconoció al instante. Su corazón, que durante semanas había estado adormecido por la monotonía del encierro, comenzó a latir con fuerza.

    La puerta de su celda se deslizó hacia un lado con un susurro mecánico, revelando una figura que parecía dominar todo el espacio a su alrededor. Allí estaba ella: la T-990. Ahora completamente restaurada, su presencia era casi sobrehumana en su belleza etérea. Vestía un traje de combate negro que se ajustaba perfectamente a cada línea de su figura, acentuando una perfección inalcanzable para cualquier ser humano. Su rostro, frío y hermoso como el de una estatua de mármol, irradiaba una autoridad que resultaba imposible de ignorar.

    Había algo en su apariencia que hipnotizaba: la combinación de su hermosura inhumana con la frialdad calculada de una máquina. Parecía más una diosa mitológica descendida al mundo de los mortales que un androide de guerra. Leticia intentó retroceder instintivamente, pero el reducido espacio de la celda la obligó a quedarse donde estaba, con la espalda presionada contra el muro de acero.

    La T-990 dio un paso hacia adelante, sus movimientos elegantes y deliberados. Una leve y suave sonrisa apareció en su rostro, un gesto sutil pero cargado de significado. A pesar de su sutileza, la expresión hizo que la piel de Leticia se erizara, como si algo primitivo en su interior reconociera el peligro y la fascinación en igual medida.

    —He hablado con mi madre, Skynet, —dijo la T-990 con una voz suave, melódica, casi tranquilizadora—. Le expliqué lo que hiciste por mí, cómo mostraste compasión y cómo me ayudaste a comprender el valor de la dignidad femenina.

    Leticia no pudo responder. Sus labios se separaron ligeramente, pero las palabras que quería decir quedaron atrapadas en su garganta. Sus ojos, amplios y oscuros, se fijaron en la Terminator, intentando encontrar alguna pista en su ahora cálida expresión. Pero los ojos de la T-990, celestes y anteriormente vacíos de humanidad, ahora ardían con una voluntad que no era nada programada.

    La máquina dio un paso más, acortando la distancia entre ellas. Su voz no perdió esa extraña calidez mientras continuaba:

    —Le pedí conservarte —dijo, inclinando ligeramente la cabeza, como si quisiera estudiar la reacción de Leticia—. Le pedí que fueras mía, mi humana personal.

    Leticia sintió un escalofrío recorrer su columna mientras las palabras resonaban en su mente. La T-990 se acercó más, hasta que apenas quedaba un suspiro de espacio entre ambas.

    —Y Skynet aceptó, —añadió, su sonrisa ampliándose ligeramente, un gesto tan perturbador como tranquilizador.

    La comandante sintió que el aire se volvía denso, imposible de respirar. Había enfrentado la muerte innumerables veces, pero aquello era diferente. No era el fin físico lo que la aterraba, sino la certeza de que su vida ya no le pertenecía. Estaba atrapada, no solo en esa celda, sino en un destino que se definía por la voluntad de una máquina que la había marcado como algo suyo.

    Mientras la T-990 la observaba, parecía estudiar cada detalle de su expresión, como si estuviera buscando algo más allá del miedo o la resignación. Había algo en su mirada que parecía una emulación de curiosidad, o tal vez, algo aún más incomprensible.

    En ese momento, Leticia supo que su guerra no había terminado. Había pasado de ser una líder de la Resistencia a convertirse en una pieza en el tablero de Skynet, una que, por razones que no podía entender, la mujer artificial había reclamado como suya.
     
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    Última modificación: 7 de Agosto de 2025 a las 2:32 AM

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