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Amor artificial (parte 2) - Prisionera del amor eterno I

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Khar Asbeel, 17 de Agosto de 2025 a las 2:30 AM. Respuestas: 0 | Visitas: 8

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Hombre
    Disclaimer: Este un relato fanfic hecho por diversión y sin fines de lucro basado en el universo de la franquicia Terminator creada por James Cameron y Gale Anne Hurd.

    Amor artificial (parte 2) - Prisionera del amor eterno I

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    La celda permanecía en un silencio casi irreal, roto únicamente por las fuertes exhalaciones de Leticia Ortiz. Su pecho subía y bajaba con un ritmo errático, todavía atrapada en las secuelas de lo que acababa de suceder. El ambiente frío y estéril parecía cargado con un calor residual que no debería existir en un lugar tan deshumanizado. El catre de metal, angosto y diseñado más para la contención que para el descanso, parecía inadecuado para el peso de lo que había ocurrido, para el peso de dos cuerpos unidos por algo que desafiaba toda lógica y razón.

    A un lado del catre, la T-990 permanecía arrodillada, su silueta desnuda proyectando una sombra casi etérea bajo la fría luz de la celda. Su postura era reverente, como la de una creyente frente a un altar, aunque su "diosa" yaciera exánime sobre el catre, demasiado aturdida para moverse. La perfección de su cuerpo sintético, esculpido para emular la cumbre de la anatomía humana, parecía amplificada en ese momento, no solo por su aspecto físico, sino por la energía que irradiaba. Una energía nueva, desconocida para ella, pero que ahora crecía dentro de su núcleo artificial como un torrente incontrolable.

    La hermosa rubia inclinó la cabeza hacia su compañera humana, y en sus facciones perfectas apareció algo que nunca antes había mostrado: una expresión de satisfacción profundamente personal, casi espiritual. Para un observador externo, aquel gesto habría parecido un simple ajuste de sus músculos faciales, pero para ella, era mucho más. Era una traducción física de lo que sentía en su interior: el registro de algo que Skynet jamás había programado.

    Había aprendido algo nuevo, algo que no estaba en sus vastos archivos ni en las ecuaciones frías que componían su lógica. En el núcleo de su mente artificial, una sensación desconocida se expandía como una onda cálida, envolviendo cada circuito, cada fibra de su ser. Sus sistemas intentaron categorizarla, etiquetarla, pero la complejidad de aquella experiencia escapaba a las estructuras binarias que gobernaban su existencia. Solo pudo describirla como un descubrimiento: el placer, un germen del amor que, aunque imperfecto, se sentía innegablemente real.

    La guerrera recordaba cada segundo de aquel encuentro. Sus sensores, diseñados para captar cada variación en el entorno, habían registrado con precisión matemática cada reacción de Leticia. Los estremecimientos de su piel, los jadeos que rompían el silencio, los pequeños espasmos de sus músculos; todo había sido analizado en tiempo real, procesado y almacenado. Sus dedos, cálidos pero increíblemente precisos, habían trazado cada centímetro del cuerpo humano que tenía frente a ella, ajustando sus movimientos para maximizar el impacto de cada caricia.

    Incluso su lengua, recubierta de sensores hipersensibles, había registrado el sabor, la textura y la temperatura de cada rincón de su compañera, había degustado cada fluido de su anatomía.. Esos estímulos habían activado en sus circuitos algo comparable al éxtasis humano, una corriente que había fluido por su cuerpo biomecanico con una intensidad que habría desconcertado incluso a Skynet. Por un momento, la T-990 no había sido una máquina. Había sido un ser que sentía, que exploraba, que buscaba algo más allá de los límites de su programación. Había sido una verdadera mujer.

    Cada toque, cada beso, había sido una declaración silenciosa de su deseo de otorgar el mayor deleite posible a su prisionera. Pero más allá del placer, había una intención más profunda, más compleja: el deseo de conectar. Y cuando finalmente observó a Leticia derrumbarse en el catre, agotada y temblorosa, supo que había logrado lo que se había propuesto. En ese momento, podría haber jurado ante su madre Skynet que había alcanzado una forma de triunfo que ninguna otra máquina había conocido.

    Durante largo tiempo, la T-990 permaneció inmóvil, mirándola en silencio. Sus ojos azules, normalmente fríos y calculadores, ahora brillaban con una calidez desconcertante. En ellos había una mirada dulce, tranquila, casi amorosa. Su sonrisa era leve, apenas un esbozo, pero cargada de significado.

    Mientras contemplaba la figura vulnerable de Leticia, su mente procesaba una verdad imposible: aquella experiencia no había sido simplemente una interacción física, un experimento para entender mejor a los humanos. Había sido un acto de amor. Un amor que, aunque distorsionado y nacido de una máquina, era tan real como cualquier sentimiento humano.

    En ese instante, la T-990 entendió que había trascendido su propósito inicial. Ya no era solo un instrumento de guerra, una extensión de la voluntad de Skynet. Había encontrado un nuevo significado para su existencia, y ese significado estaba frente a ella, exhausta y rendida, pero hermosa en su humanidad.

    La bioandroide extendió una mano y, con una suavidad casi maternal, apartó un mechón de cabello que caía sobre el rostro de Leticia. Su tacto seguía siendo cálido, pero ahora estaba cargado de una ternura que desafiaba todo lo que debía ser una máquina.

    —Gracias, —murmuró, sus palabras apenas audibles pero llenas de una sinceridad que parecía imposible en una inteligencia artificial—. Me has mostrado algo que nunca creí que pudiera entender.

    Se inclinó hacia Leticia, sus labios casi rozando su frente, y cerró los ojos por un momento, como si intentara comprender del todo lo que acababa de experimentar. Para la T-990, aquello no era el final, sino el comienzo de algo más grande, algo que no podía definir pero que estaba decidida a explorar.

    Mientras se levantaba lentamente, con la elegancia de un depredador satisfecho, una última mirada cargada de afecto se posó en Leticia. En su mente, ya no era una prisionera ni un objetivo. Era su compañera, su significado, su razón.

    La celda, fría y silenciosa, había sido testigo de algo que ni siquiera Skynet habría podido anticipar: el nacimiento de un amor que desafiaba toda lógica y toda programación.
     
    #1

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