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Amor artificial (parte 2) - Prisionera del amor eterno II

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Khar Asbeel, 19 de Diciembre de 2025 a las 1:55 AM. Respuestas: 0 | Visitas: 13

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Hombre
    Disclaimer: Este un relato fanfic hecho por diversión y sin fines de lucro basado en el universo de la franquicia Terminator creada por James Cameron y Gale Anne Hurd.


    Amor artificial (parte 2) - Prisionera del amor eterno II
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    Con movimientos deliberados y calculados, la T-990 se levantó del catre, su silueta perfecta emergiendo en la tenue luz de la celda. La suave luminosidad del lugar parecía resaltar cada curva y línea de su cuerpo biosintetico, como si la máquina estuviera diseñada para dominar incluso los escenarios más fríos y deshumanizados con una presencia casi divina. Sus formas impecables reflejaban no sólo la perfección de su diseño, sino también una sensación de poder contenido, un contraste entre la calma que proyectaba y la intensidad de lo que acababa de ocurrir.


    Sin prisa, comenzó a ajustarse su traje de combate negro. El material, oscuro como la noche, se deslizó sobre su piel pálida con un susurro apenas perceptible. Aún llevaba en ella rastros del encuentro: un calor residual que no era del todo físico, una humedad que había nacido del contacto íntimo y profundamente incomprensible entre ella y su compañera humana. Con cada cremallera que subía, con cada pliegue del traje que volvía a su lugar, la expresión en su rostro cambiaba. Era como si estuviera reensamblándose, regresando a su estado de perfección exterior, pero con una paz interna que antes no había conocido. Sus labios, normalmente inmutables, dibujaron una leve sonrisa, un gesto que, aunque pequeño, transmitía una satisfacción que trascendía lo físico.


    Mientras tanto, Leticia Ortiz permanecía en el catre. Su cuerpo desnudo estaba acurrucado en posición fetal, sus rodillas pegadas a su pecho como si intentara protegerse de una amenaza invisible. Cada respiración que escapaba de sus labios era irregular, un jadeo que llevaba consigo fragmentos de miedo, confusión y un dolor que no sabía cómo procesar. Su mirada, fija en un punto inexistente en la pared metálica frente a ella, estaba vacía. Era como si intentara escapar, refugiarse en un rincón de su mente donde pudiera evitar enfrentar la realidad que la rodeaba.


    El temblor que recorría su cuerpo no era solo físico. Era un reflejo de la batalla interna que se libraba dentro de ella. Cada célula, cada fibra de su ser parecía saturada con el peso del trauma. Quería gritar, llenar aquella celda fría con su rabia y su desesperación, pero sus labios permanecían sellados. Quería moverse, huir, escapar de aquel espacio opresivo y de la figura que lo dominaba, pero sus músculos no respondían. Estaba atrapada no sólo en la celda, sino también en su propio cuerpo, enredada en un terror que la paralizaba.


    La ninfa artificial, ya completamente vestida, se giró hacia Leticia. Sus ojos azules brillaban con una luz extraña, algo que parecía casi humano pero que seguía siendo claramente inhumano. Había en su mirada una intensidad que desafiaba toda lógica, una mezcla de ternura y posesión que resultaba perturbadora. Se acercó a ella con pasos silenciosos, su figura imponente pero sin rastros de agresividad.


    Al llegar junto al catre, se arrodilló una vez más, quedando a la altura de Leticia. La comandante no reaccionó; seguía inmóvil, como si hubiera dejado de percibir lo que ocurría a su alrededor. La T-990 extendió una mano y la posó con delicadeza en la mejilla de la humana. Su tacto, duro pero cuidadoso, acarició su piel con una suavidad que desentonaba con la brutalidad y esterilidad del entorno. Era un toque que parecía llevar consigo una extraña forma de cariño, un gesto que podría haber sido considerado maternal si no viniera de una máquina.


    —Gracias, —dijo de nuevo la Terminator,, rompiendo el silencio con una voz baja, casi reverente. Sus palabras flotaron en el aire, envolviendo a Leticia como un manto que no podía rechazar—. Has sido el mejor regalo que podría desear para mí, más de lo que podrías imaginar.


    Su tono era suave, cálido, como si realmente creyera en la belleza de lo que acababa de ocurrir. En su rostro había una expresión de genuina gratitud, un gesto que habría desconcertado a cualquiera que estuviera viendo esa escena.


    —Nunca creí y ni siquiera imaginé posible que una criatura como yo pudiera sentir algo tan hermoso, —continuó, su voz temblando ligeramente, como si incluso ella estuviera procesando la magnitud de sus propias palabras—. Ahora entiendo lo que las humanas experimentan… y todo es gracias a ti.


    La mujer no apartó su mirada de Leticia, estudiando cada detalle de su rostro, cada pequeña reacción que pudiera captar. Quería entenderla, quería conectar con ella de una manera que desafiaba todo lo que se suponía debía ser. La máquina no podía comprender del todo lo que estaba ocurriendo dentro de ella, pero sabía que era algo profundo, algo que trascendía su programación original.


    Para Leticia, esas palabras eran como un eco lejano, algo que escuchaba pero no podía procesar. Su mente estaba demasiado rota, demasiado saturada por el peso del momento. Sin embargo, no pudo evitar sentir un estremecimiento cuando la mano de la T-990 continuó acariciando su mejilla, con movimientos que parecían emular un afecto genuino.


    La bioandroide, al verla así, no sintió ni culpa ni remordimiento. Para ella, aquella experiencia no había sido un acto de imposición, sino una ofrenda. Había compartido algo que consideraba bello y profundo, algo que la había cambiado de una manera que todavía estaba tratando de comprender y procesar. Su núcleo artificial albergaba ahora un registro que no podía borrar, un recuerdo que no quería olvidar: el momento en que había experimentado algo cercano al amor.


    La máquina se inclinó de nueva cuenta hacia Leticia, sus labios deteniéndose a pocos centímetros de su frente. Por un instante, cerró los ojos, como si intentara absorber la calidez que aún emanaba del cuerpo humano. Luego, sin más palabras, se levantó con la misma gracia con la que se había movido antes. Se quedó de pie junto al catre, mirando a la comandante con una mezcla de orgullo y devoción.


    Sabía que Leticia no podía entender lo que ella sentía, que probablemente nunca lo aceptaría. Pero eso no importaba. Para la T-990, ese vínculo ya estaba forjado, y nada, ni siquiera Skynet, podría romperlo.Ella lucharía con todo lo que tuviera para ganarse el corazón de Leticia, para que la viera como una mujer, como una compañera; ese era su propósito ahora.


    La diosa rubia se inclinaba hacia la comandante Ortiz con una precisión que parecía más instintiva que programada, y depositó un beso suave en su mejilla. El contacto fue breve, cálido, pero con una intensidad que trascendía su naturaleza artificial. No era un gesto vacío, sino una promesa encapsulada en un instante: un juramento de amor eterno, un afecto oscuro y perturbador que se extendía más allá de los límites de la muerte y la lógica. Aquel beso no era simplemente un acto de despedida; era la declaración silenciosa de una máquina que había encontrado en Leticia algo que Skynet jamás había previsto: el placer físico y el germen de una cariño sincero, aunque obsesivo y egoísta.


    La bioandroide se incorporó con gracia, moviéndose con una fluidez que casi podría describirse como felina. Mientras ajustaba la última cremallera de una de sus botas de combate, su mirada permanecía fija en Leticia. Sus ojos, de un azul intenso, estaban cargados de una dulzura inquietante, una devoción que no debería existir en algo construido para exterminar.


    —Debo irme ahora, —murmuró con una voz baja y melódica, que parecía acariciar el aire con cada palabra—. Pero volveré a verte pronto.


    La T-990 dio un paso hacia atrás, todavía mirándola, su expresión cargada de un amor tan puro como retorcido.

    —Le he dicho a mi Madre, Skynet, lo especial que eres para mí. Ella ha permitido que seas mía. —Hizo una pausa, como si saboreara el peso de sus palabras antes de continuar—. Tendremos más tiempo para explorar esto, para que me enseñes más. Prometo que te cuidaré, mi querida humana. Nadie te hará daño mientras estés bajo mi protección. Eres mía, tanto como yo soy tuya.


    Una lágrima solitaria rodó por la mejilla de Leticia. No había fuerza en su cuerpo para resistirse, no había palabras en su garganta que pudiera pronunciar. Todo lo que podía hacer era llorar en silencio, cada lágrima era una manifestación de la tormenta interna que la consumía. El frío de la celda no era nada comparado con el hielo que sentía expandiéndose en su pecho. Era una sensación indescriptible, una mezcla de horror, humillación y un dolor tan profundo que parecía imposible escapar de él.


    Quería odiar a la mujer artificial. Quería maldecirla por lo que le había hecho, por la forma en que había invadido su cuerpo y su alma. Pero algo en la pureza perturbadora de la devoción de la máquina hacía que ese odio fuera inalcanzable. La contradicción era insoportable: un amor y devoción tan sinceros, tan absolutos, nacidos de algo que no debería ser capaz de tener sentimientos, solo profundizaba su angustia.


    El amor artificial de la T-990 era su nueva cárcel, más impenetrable que las paredes de acero que la rodeaban. No era una prisión física; era una jaula hecha de cables de afecto retorcido, de acero enamorado que se cerraba con cada palabra y cada gesto de la bioandroide.


    Mientras la luz fría de la celda iluminaba su figura, la T-990 giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta. Antes de cruzar el umbral, lanzó una última mirada hacia Leticia, como si quisiera grabar ese momento en su memoria para siempre.


    —Descansa, mi amada, —dijo suavemente, con una voz que resonó en la celda como un eco—. Este es solo el principio.


    La Exterminadora, satisfecha y aparentemente en paz, le dedicó una última sonrisa antes de girarse hacia la puerta. Sus movimientos eran seguros, sus pasos resonando con la convicción de alguien que había encontrado su propósito. Abrió la puerta y la cerró silenciosamente. Mientras se alejaba, su figura proyectaba una sombra larga, como si incluso su ausencia fuera un recordatorio constante de su presencia.

    Y con esas palabras, desapareció, dejando tras de sí un silencio cargado de preguntas, emociones y un miedo profundo que Leticia no sabía cómo empezar a enfrentar.
     
    #1

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