aquelarre

En el monte pelado,
donde la hierba no crece,
cubierto de piedras pequeñas
semejantes a dijes,
donde los árboles se secan
y sus raíces se tocan,
retorcidas, amargas,
sin que fructifique,
arraigue nada.

Ahí, las brujas,
con la luna manchada,
se reúnen lejos de la mirada
de los vecinos biempensantes
que se santiguan
con sólo nombrarlas.

Allí, reunidas bailan,
entre hogueras y cánticos,
entre pociones y risas,
dicen que adorando al diablo,
pero sólo es una excusa
para liberarse del yugo
de su condición de mujeres,
del grillete de sus maridos
que las consideran imbéciles.

Disfrutan de su libertad
en una noche sin disfraces;
alientan la amistad,
la camaradería,
lejos de los cotilleos
de las comadres.
Ninguna a Satán ha visto;
nunca se les apareció
aunque susurrasen
llenas de ira su nombre.

Sólo saben de lo que tienen cerca,
del desprecio de los hombres,
por aquello que son,
por no inclinarse,
por tener sus ideas propias,
sin doblegarse al varón,
orgulloso y dominante,
para el que una mujer
es meramente una hembra
de la cual aprovecharse.