1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Aquella de la derecha.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Gabriel_saia, 19 de Octubre de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 441

  1. Gabriel_saia

    Gabriel_saia Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    29 de Septiembre de 2011
    Mensajes:
    41
    Me gusta recibidos:
    1
    ¿Cómo leer esa página? Cómo carajo hacer… Esa basura que estoy leyendo; esa, la misma, la que está en la página que vendría a ser la página izquierda –en occidente, claro está- sí, del otro lado, me amenazan incesablemente. Me guardo las lágrimas, porque me molestarían para terminar de leer; me guardo las ansias, porque tendría que seguir leyendo. De pronto me hayo preso ¡soy inocente! ¿¡Justo ahora!?
    Mueren tantas cosas con este suceso que parece absurdo: muere la frialdad; mueren las líneas tan bien escritas; muere el tiempo empleado; muere el cansancio de los ojos, luego de tanto seguir aquellos fonemas, tan maravillosamente, enlazados; muere el dinero, aquel qué, alguna vez, habitó en mi bolsillo; muere la imaginación que se vio triunfante desde el momento primero.
    Aquel objeto que me propinó tanto placer comienza a dañarme psicológicamente; sin embargo, nada puedo hacer para impedirlo. Así que, por más que me cueste, necesito salir de esta prisión y matar todo aquello qué mencioné antes: las líneas, los ojos, el dinero, etcétera.
    Contempladas todas las torturas que él me produce, dirijo mi atención a otro lugar o, más bien, trato de hacerlo. ¿Me habré pasado la parada del colectivo? ¿El mundo sigue siendo igual? ¿Mamá se acordará de mi cumpleaños? A quién engaño, eso no me importa tanto. No me importa tanto como el hecho de saber mi destino. “Página izquierda terminada” mientras el aparato cognoscitivo, con su capacidad de anticipación, ordena a los ojos para qué guíen su vista en el renglón siguiente; pero claro, está a la derecha. Ya veo ese fondo que termina de manera cruel ¡Termina con un punto final!..
    Con una crueldad inmensa salgo de aquella prisión de tinta y celulosa. Ese final de relato que se encuentra en la página derecha. Esa, la que miro de reojo; sin embargo, ¿cómo soportarlo? Salir de esa cárcel significa morir de tristeza, más bien, morir de una agonía indescriptible. Pero afuera los pájaros se posan en la rama; los simples caminan por la vereda ancha; mi madre debe de estar sintiendo mi ausencia; alguien debe estar gritando “¡gol!” allí afuera; la mediocridad debe estar ceñida sobre las cosas que gozan de ser mediocres –yo también quise ser mediocre, ¿por qué nadie me preguntó?-.
    No soporto más esto de saber que el mundo no va a estallar. ¡Para mí si lo va a hacer!
    Y bueno, todos sabían que algún día, llegado mi final, moriría en paz. Lo malo es eso: muero de una cruel manera. Miro el final, de nuevo, no lo soporto así. Creo que mis espasmos hacen evidentes las ganas que tengo de pelear contra ese final; sin embargo, nadie me dice nada, nadie tiende una mano amiga.
    Ojo, aclaro, solamente me satisface la absurda idea de que alguna vez fui feliz -¿fui feliz?-. Una idea de brazos que dan abrigo al pobre convaleciente en las noches de Junio -¿viví el frío alguna vez?-. Obviamente recordaré los sueños que de noche tenía: maravillas y muchas cosas similares a una realidad ensoñada –¿alguna vez soñé?-. Si me importara todo eso, las respuestas, la vida, los sueños, las noches frías; creo, no estaría en éste sitio.
    En esta suerte de Mallarmé acongojado: busco, solamente busco –mi libre final-. Solo me quedan tres recuerdos, y no son los mejores: El amor que tuve por una bella señorita, aún habita en mí corazón; la rabia que sentí al terminar aquel último renglón de la página izquierda ¡maldito renglón!; y, sin más, a esta cosa que no se si cabe el llamarla “recuerdo”, ésta que se sentó al lado mío, que revisa los renglones finales junto a mí, que me tira su halito en el cuello y que, poco a poco, desenvaina la guadaña –que es de mano, por un uso práctico, se ve- y la clava en mi corazón. El colectivero mira a vuelo de pájaro el retrovisor, pero ya está ¿qué puede hacer ahora?

    Adiós recuerdos, memorias, todos.
     
    #1

Comparte esta página