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Aquí estoy contigo

Tema en 'Poemas Góticos, ciencias ocultas y Misteriosos' comenzado por AbismoEterno, 30 de Octubre de 2025 a las 8:24 PM. Respuestas: 0 | Visitas: 30

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  1. AbismoEterno

    AbismoEterno Poeta recién llegado

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    Hombre

    Aquí estoy contigo

    La lluvia era delgada, como un velo cansado.
    Corrí sin pensar, esquivando charcos, paraguas, sombras.
    El frío me mordía los dedos.
    Sentía el pulso latiendo en mi cuello, obstinado, como si aún tuviera algo que perder.
    La ciudad tenía ese gris que no es de los días, sino del alma.
    Nadie parecía mirarme.

    Un trueno quebró el cielo cuando crucé la calle.
    Esperé a que pasara una carroza negra y avancé hacia las rejas del cementerio.
    El metal gimió cuando empujé.
    Dentro, todo olía a tierra vieja y flores rendidas.
    Las pocas personas que quedaban caminaban en silencio, con la mirada perdida en el suelo.
    Saludé a un conocido.
    No me respondió.
    Seguí, con la prisa temblando en las manos.

    La tumba ya estaba cerrada.
    Sobre la tierra húmeda, un girasol se inclinaba, amarillo y triste.
    Me quedé mirándolo, sin entender qué era exactamente lo que dolía.

    Un hombre se acercó.
    —¿Lo conocías? —preguntó.
    —Sí.
    —Yo también —dijo, bajando la mirada—. Pobre familia.

    Asentí.
    Y cuando levanté la vista, ya no había nadie.
    Solo la lluvia.
    Solo el sonido distante de un perro.

    Intenté moverme.
    No pude.
    El suelo me sujetaba.
    Tiré de las piernas, hasta caer de rodillas sobre el girasol, aplastándolo.
    Toqué la lápida para sostenerme.
    Y entonces la vi.
    Mi nombre.

    El aire se dobló.
    La lluvia cambió de dirección: ya no caía afuera, sino dentro de mi cabeza.
    Recordé.
    La cama del hospital.
    El diagnóstico.
    “Catalepsia.”
    El rostro del médico.
    El parpadeo lento de la luz blanca.
    Y comprendí.
    Aquel cementerio no existía.
    Era el refugio que mi mente inventó para no ver la madera cerrándose.
    Yo ya estaba enterrado.
    La escena era mi jaula.
    Mi último pensamiento cuerdo.

    Cuando abrí los ojos de verdad, la tapa me pesaba sobre el pecho.
    Golpeé.
    —¡Hey! ¡Estoy aquí!
    Una voz respondió.
    —¿Quién está ahí?
    —¡Yo! ¡Ayúdame!
    —¿Cómo llegaste ahí?
    —No lo sé, sácame.
    —Buscaré una pala.

    Silencio.
    Luego, el sonido de la tierra.
    Esperanza.
    Respiré con fuerza.
    Pero el ruido cesó.

    —¿Sigues ahí? —susurré.
    Nada.

    Y entonces entendí.
    La voz era mía.
    El que cavaba también era yo.
    Ya no había ningún otro.

    Me reí.
    Una risa seca, sin garganta.
    —Vamos… sácalo… —murmuré.
    —No puedes —dijo una voz.
    —Sí puedo.
    —No pudiste.
    —Cobarde.

    Golpeé la tapa.
    La madera se astilló.
    Cada golpe devolvía un gemido.
    Era la caja. O era yo.
    Sangre.
    Las uñas arrancadas.
    La carne en tiras.
    Gotas rojas cayendo sobre mi rostro.
    Mi propia lluvia.

    Los dos “yo” gritaban.
    Mi nombre se partía en dos dentro del ataúd.
    Uno culpaba al otro.
    El otro negaba.
    Yo al yo.
    Hasta que solo quedó el eco.

    Me hundí los dedos en los ojos para callarlos.
    Para no ver.
    Oscuridad.
    Oscuridad dentro de la oscuridad.
    Seguíamos gritando.
    Sin voz.
    Sin forma.

    Y al final, un susurro.
    Quizá mío.
    Quizá suyo.
    No importa.

    —Aquí estoy contigo.

    La voz siguió hablando mucho después de que yo dejara de respirar.​
     
    #1
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