De los males sin sujeto.

Y que los papeles
sin valor
sobrevaluados
nos dirijan tan bien.
Que miles, millones, muera
por no tener ese ennegrecido papel.
Cuando la real muchedumbre
tendría que ser la que sucumbe
y aquella que
tristemente
sucumbe sin fin
y nada -nada en realidad-
tendría que valer.
¿Qué vamos a hacer?
No ocupamos todos el mismo lugar
nadie nos va a guiar
a vigilar
a cuidar
a sentir
a llorar
¡A vivir! ¡Vivir!

Y en mansiones de cristal
que se alzan
a lado de la piscina
de aquel papel arrugado
y aquella impresión
en diamantes y oro.
Cuando ya no tenemos tiempo
no tenemos tiempo ni para organizar el coro
aquellos que vivimos
y morimos
a la vez.
Pues,
¿no ves al que sufre?
Al que escucha,
al que espera,
al apasionado,
y al que ya perdió la pasión.
Pídense perdón
mientras la condena
los acecha
ya maltrechos.
Nos vemos sin ojos
nos escuchamos sin oídos
y nos pegamos el tiro en la razón,
ya que ni corazón tenemos
no merecemos ni lo peor.

Simple poeta, artífice de la realidad paradójica y el compromiso con el ser.
Simple poeta, sincero –pero no imparcial-.
Simple poeta: ni soberbio ni demagogo.
Y así, ahora, tiramos la piedra al aire, hacia nuestro propio cenit, y como todo cae, también caeremos nosotros al recibir nuestro golpe -nuestro propio golpe-.

Mares de sal.
Ríos de sangre y tinta.
Y los papeles, que ya no son tan débiles,
por lo menos, no como antes.

Confort.
Sentados sobre tantos corazones,
bebiendo destilado de un sudor laboral,
comiendo las cabezas de los que por debajo están.

Gabriel A. Saia
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