El abad y la torre

La torre y el abad

En la densa noche de calles,
extraviado de los taciturnos
y, aún más, de la gente amada,
me incorporo y camino.

Ya en las afueras de la ciudad,
los parajes desérticos del sueño
se extienden como una manta
luminosa de árido misterio.

Rengueo penosamente,
palmo a palmo,
hacia lo que parece,
en la lejanía,
un monolito.

Ante mis ojos:
una torre de granito,
fría y hostil como una espada,
atraviesa el vientre manso del arenal.

Una amplia puerta se abre,
y en el centro distingo
una llamarada azul y violeta
que danza sobre un altar
de piedra blanca.

En las paredes ancestrales
inscripciones y símbolos:
voces de un pasado
que dormita y se retuerce
más allá de lo humano.

En los ángulos del templo,
dioses terribles y poderosos
emergen del húmedo silencio.

En sus rostros siniestros:
vertientes de sangre trazan
el destino del hombre;
en sus ojos:
el origen del cosmos.

Un haz luminoso me fulmina.
Mi cuerpo yace inerte…

Horas después, despierto,
como el abad que custodia el templo.

Ya no importa lo que fui.
Un destino antiguo me reclama.

 

El poema narra un viaje de transformación que transita entre lo humano y lo trascendental. La travesía hacia la torre simboliza la búsqueda de conocimiento y revelación, un recorrido cargado de soledad y misterio que confronta al yo con fuerzas ancestrales y divinas. La torre, fría y majestuosa, encarna un poder que supera la comprensión humana, mientras las llamas, inscripciones y deidades reflejan la intimidad con el destino y los secretos del cosmos. La experiencia culmina en la fusión del individuo con lo eterno: el protagonista deja de ser quien era y se convierte en custodio de un conocimiento antiguo, mostrando que el encuentro con lo sublime implica transformación y entrega total al misterio que lo trasciende.

Saludos Cordiales