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El antiheroe dormido

Tema en 'Poemas Melancólicos (Tristes)' comenzado por licprof, 30 de Enero de 2024. Respuestas: 0 | Visitas: 167

  1. licprof

    licprof Poeta fiel al portal

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    Hombre
    El antiheroe dormido
    Te durmieron inexorablemente de un cross
    arltiano a la mandìbula, dormiste, te descansaron
    fatal y crudamente.

    No pudiste rescatarte, craneabas ser un hèroe
    y solo fuiste un antiheroe, condenado a escuchar
    toda clases de idioteces; solo te salvaba

    oir por las tardes de calor infernal
    a Ludwig Van Beethoven
    (bitjoven pronunciaba el sudafricano).

    Què diablos hacer en las tardes de tòrrido calor aporteñado
    sino escribir apoemas, pseudo poemas, o como diablos
    quieran llamarse.

    Sin signos de exclamaciòn, por favor, sin ènfasis
    alguno.

    Era una noche de Palermo muy cerca del famoso
    Varela Varelita, estàbamos con Milena B. por entonces mi novia
    y el anciano Esteban (escribo anciano por no escribir viejo:
    el viejo milonguero, el milonguero viejo, como el Tango
    de Carlos Di Sarli).

    Tomando un helado en medio de la noche
    y el viejo decìa que la habìa pasado mejor con nosotros
    que si hubiera ido a milonguear, que no fue aquella noche
    palermitana, yo tenìa la mala costumbre de invitar los copetines, claro,

    venìa de cobrar, pero tenìa ese estùpido hàbito
    de patinarme la guita como si fuera millonario
    o algo por el estilo: si todos me conocìan como un

    poligriyo, un ratòn de biblioteca, un bohemio o algo peor;
    asì que despuès de bailar ìbamos a tomar algo
    y a intercambiar toda clase de chismes y toda clase de sandeces

    como si la juventud fuera eterna
    como si el dinero fuera a durar toda la vida
    como si nos sobrara el tiempo.

    Una noche, casi cago a trompadas a Miguel C., un desagra
    decido: casi me manda al frente con Milena, en cuanto a mis amorìos
    o romances por izquierda: mi novela adulterina con Valeria B.
    ya venìa durando màs de 1 año, mientras
    tanto, yo continuaba enfrascado en la lectura de Reflexiones sobre
    la Violencia, de George Sorel.

    La frecuencia inusitada con la cual asistìamos a transitorios
    albergues, iba minando nuestras respectivas finanzas:
    no ahorràbamos absolutamente nada, plata que entraba zas
    se gastaba indefectiblemente cenando

    afuera, asistiendo a los màs coquetos salones de baile y confiterìas cèntricas
    hasta altas horas de la noche, o sino
    enroscados en el tango, los ojos cerrados, entornados, semiabiertos
    o simplemente en blanco
    como si no se tratara de la cotidiana vida
    sino de un novelòn soporìfero del
    Marquès de Sade o
    algùn trìptico de Henry
    Miller.

    Nuestras mutuas haciendas, estùpidamente socavadas por la viciosa
    asistencia diaria y nocturna a las matineès danzantes
    por lo general en el centro de la ciudad, y la concurrencia estrepitosa
    a los hoteles màs sòrdidos de la misma city
    hacìan de nosotros dos
    dos tortolitos en ciernes, dos medias naranjas
    ya exprimidas y abandonadas
    al medio de la calle.

    Ello asì, para no hablar de los baqueteados rostros y cuerpos:
    una panza que no me ha abandonado jamàs desde entonces
    a causa de la vida francamente libertina que llevaba;
    el fantasma de la prostituciòn:

    fantasìas homosexuales
    deseos incestuosos
    fantasìas masturbatorias, masturbacionales

    todo eso coadyubaba para destruir de raìz la pareja
    y màs aùn teniendo en cuenta el dicho adulterio
    que ya llevaba màs de un año (de hecho, jamàs fui al cumpleaños
    de mi novia digamos oficial: me entrenaba sistemàticamente
    en el ejercicio de la estupidez absoluta, idiotez moral que
    consiste en negar la existencia de todos los otros sujetos
    en una especie de solipsismo a ultranza
    que no conducìa a ninguna parte
    y que lògicamente producìa
    los peores efectos colaterales:

    me negaban el saludo
    o me saludaban de malìsima gana: era inùtil que los denunciara
    entonces
    por discriminaciòn: no existìa evidencia alguna
    y de pronto o
    de golpe
    todo volvìa a recomenzar como en una especie de cìrculo vicioso
    que bàsicamente tendìa a volverme loco de remate:

    y todo ello mientras escuchaba un concierto de Beethoven
    o tomaba cafè con leche con medias lunas
    mientras al mismo tiempo fumaba como un esfuerzo
    intentando infructuosamente hacer halos o auras de humo
    Benjamin mediante.

    La locura a la que me llevaba
    mi amor totalmente desenfrenado por Valeria B.
    me condujo irresponsablemente
    a tentar los màs obscenos y descarados trìos con ambas
    fracasando de la manera màs
    salvaje y miserable.

    No obstante, aquellos amorìos presuntamente romànticos
    continuaron durante un cierto tiempo
    hasta que ambas damas
    me mandaron a la misma mierda
    y continuè sobreviviendo vendiendo extinguidores de incendio
    en los comercios y consorcios citadinos
    y tratando de terminar
    de una vez por todas
    la carrera de Letras
    mediante frìas monografìas de
    antiguos poetas
    que
    ya nadie leìa
    ni recordaba
    ni siquiera los acadèmicos y
    eruditos
    que componìan aquella
    honorable casa
    de estudios
    en la cual vaguè durante muchos años
    como si fuera una especie de Emile Cioran cualquiera
    y no un joven y pobre estudiante
    que nunca tenìa una maldita moneda en el bolsillo.
     
    #1
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