El Galeón Dorado.

La red María, presenta:
El Galeón Dorado

Aquella vez que caminé descalza sobre la mar,
tuve lagartos en las costillas
y chicos lindos tiritando de orgullo.
Todo este amor
al final es un océano arrugado,
blancas sirenas de espumas y luces amarillas
atravesando envases de plástico,
desmonté, la estación milagro,
segundos sin duda , esta vida que no necesita azules ,
que no necesita saber dónde va a caer,
donde volverá ,
cuando volverá, si es que alguna vez vuelve.

¿Qué amor es este, que me desnutre los dedos?,
¿que ocaso es este, que salpica de teclas
y epitafios las ruinas
de cada segundo que viví sin tendones?.
Entonces escuché una voz que decía:
Ven, mira y escucha!
Y fui, y vi tu amor
danzando entre cigarrillos torturados,
vi como tu simiente se descabellaba
entre flagelos de una generación cobarde,
una generación sin muertes,
sin colapsos ni aluviones de electricidad acuática.

Miré los pasillos y a millones de gentes desconectadas
a la luz de algún Samsung Galaxy blanco,
me mordieron los Hipsters, los otakus,
los tecnófilos y al final me termine cortando las escamas,
miré ángeles congelados
entre sintetizadores ochenteros
y sucios jeanes noventeros,
sacudidas de cabeza y jamón para el desayuno,
infiernos registrados por la Sony;
sucede entonces
que me senté entre mis parpados
a saborear las malas conexiones a internet
y las muertes de mi reproductor.

Escuché pistolas tuertas y cantantes con gripe,
óxidos amarillos,
iguanas anestesiadas y el crujir de mis orificios alquilados,
ahora solo me caen las esquinas incontables
y las distorsiones esquivas del Marshall,
los canarios hindúes y el sabor infame de las olas secas
sobre la sombra de mis labios de plástico.

Quisiera caminar dentro de las calculadoras
y atravesar sueños de gatos enanos
con la punta de mi parte del cielo azul
y dejar fantasmas en la voz,
en las melancolías de los tejados,
en las sobras de la basura,
melancolías que despinten los días alegres ,
el disfrute normal de la gente Avon,
las mariposas cuneiformes y la música muda
que cruza cada mañana
la mar de mis pechos atornillados,
dejándome sentir la neutra infamia,
el frio de las paredes y el dulce eco de los tambores,
preparándome para el último viaje,
en el galeón dorado.

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