El instante preciso

En el preciso instante en que abres los ojos,
te das cuenta que los polvos ya no te hacen volar.

No es nada más que aire concentrado y sudor,
no exite la magia ni el final feliz.

Un manjar más o menos apetecible servido en bandeja,
tan accesible como vacío.

Sientes un ente arrugado y angosto en el pecho,
algo que ni late ni fluye ni se altera.

La piel no es ni más ni menos receptiva,
las pupilas ni se dilatan ni se contraen.

Hay un lejano batir de besos que resuena en tu cabeza,
confundido y agotado.

La ropa cae, la piel cae, los músculos caen, los huesos caen,
ya no hay más que una masa amorfa follando en la semioscura decadencia de tu abismo.

No hay nada más que lo que hay,
sucio y turbio olor a sexo.

La conversación es estúpida y no transmuta,
se queda inmóvil convirtiéndose en absurda.

Ni siquiera el silencio es incómodo,
es tan familiar que lo abrazas con fuerza.

Te despides y llegas a casa,
te miras al espejo, con tus huesos, tus músculos, tu piel y la ropa.

Nada ha cambiado desde que salí de casa,
siento exactamente lo mismo.

En el preciso instante en que abres los ojos te das cuenta:
los polvos ya no te hacen volar...

 

Con todas las palabras, una obra conmocionante y perfecta, maravillosa.