El señor de las moscas

Desee con vehemencia la muerte
que la blanca mortaja de espinas
de la mañana
se plegase sobre la opacidad
de mi chaqueta de cuero.

Blasfemando mas allá del cielo,
donde el azur se deshace en espuma
pasajera
hasta conseguir
que el feroz eco de la rabia
volcase mi corona.

El barco ebrio de la noche
finalmente hizo aguas
en aquella fría mañana
de año nuevo
y yo pobre superviviente
de mi particular delirio,
me volví a sentir como cual
naufrago
que echa en falta
entre la fatal vorágine de la tormenta
la inmaculada tierra mojada
de una isla apaciblemente desierta
en la que perecer olvidado
siendo señor de su locura,
componiendo desgarradoras melodías
de amor
para sus pavorosas sirenas