Hambre de cuidado

Ella busca un abrazo que no sea trampa.
No quiere caricias que la violen ni besos que mientan.
Huye de manos que prometen y devoran,
de bocas que joden su alma y la llenan de mierda.

Acude a quien impone, a quien manda,
porque la debilidad le parece basura,
porque necesita un puño en la verdad,
una voz que grite y no titubee.

Se ha acostumbrado a ser presa,
a ser marcada, a ser propiedad.
Obedece hasta romperse,
cumple como quien paga por no desplomarse.

Se ha acostado con un montón de bastardos,
tratando de encontrar a alguien que la quiera de verdad,
buscando la figura que nunca tuvo,
el abrazo de un padre que la sostuviera,
una voz que no le escupiera mentiras.

Siente el falso cuidado de hombres mayores,
esas palabras huecas: “mi niña, mi princesa”,
pero no es quien debería decirlo,
no es su padre, no es quien la haría sentir segura.
Son mentiras disfrazadas de ternura,
veneno dulce que la deja con la garganta seca y el alma sangrando.

Teme dejar de ser objeto,
teme el abandono más que la humillación.
Prefiere las cadenas podridas
a la soledad que le exige ser entera.

Los hombres la devoran con promesas podridas,
la desgastan con hambre de poder.
Dicen “te amo” para llenarse de mierda,
para devorarla y luego escupirla al piso.

Ha aprendido a mendigar ternura en violencia,
a convertir en rutina el veneno ajeno.
Sabe que le joden el alma,
sabe que la dejan hecha mierda,
y aun así vuelve, sumisa, buscando el golpe
que le diga que aún respira.

No quiere piedad de quien tiembla;
quiere imposición dura, palabra cortante, control absoluto.
No busca cariño blando: busca mando.
Porque el mando le parece cuidado con dientes.

La acarician y la engañan.
Le susurran promesas con manos que atan.
Ella siente el puñal enterrado en la piel,
el vacío que carcome sus entrañas,
y se convierte en odio negro, en rabia que perfora hasta los huesos.

No es ternura lo que pide: es supervivencia.
No es amor lo que recibe: es conquista, abuso y dolor.
Y en la noche, cuando la vestidura cae,
queda la niña rota que todavía cree en abrazos,
mientras la mujer vomita asco y furia,
y aprende a odiar para no explotar.

Y en el silencio, entre golpes y mentiras,
susurra con lágrimas, odio y desesperación:
“Te extraño, papá.”


-DIOR

 

Estremecedor...