Hembra.

(En memoria al poeta peruano fallecido José Watanabe “El guardián del hielo”)


Retrocedió su mirada azul y cansada
desde el bosque de sus ojos
hasta la hembra blanca
que permanecía inmóvil
a 5 cm de sus manos .

Horizontal esperaba,
boca arriba,
sobre las piedras calientes
de la orilla del río;

y ella seguía allí, soslayada,
las manos arrepentidas,
fiando colosalmente
en su imitación de ramita
de ramita nueva o palo seco.

Quiso atraparla,
demostrarle
que unas manos siempre poseen;
pero se disgregó entre sus dedos
como una fina pompa al viento,
cáscara quebradiza
como piel de cebolla seca.

La ciencia
quitó sus velos de luto
para hacerle entender
que había matado al macho,
al duro, al frío, al temple
del alma de un hombre,
su alma.

El saber es así,
nombra al macho
y a la hembra por ende,
siempre junta, a su lado,
como piedra que gime,
como canto rodado,
como su dolor.

Y con besos de fuego
y lenguas trenzadas,
ellos juegan a los novios,
a los amante indecentes,
a los que anudan el hombro
mural abierto del macho
del que canta y vive
el último placer
para el amor,
su amor.

La hembra lo consume
y lo deja hebra al viento
para perfumar su ambiente;
él llora, canta desordenado
su dolor de vientre
y deja un hijo,
su hijo.

Las leyes no mienten,
son graves, pero no mienten,
se anudan en los huesos
de aquellos que sueñan
cantos de historias
húmedas por ojos que lloran,
sus ojos.