Lágrimas sin eco

Ella cura sus heridas superficiales,
las que lleva en el alma no se salen.
Ni un apósito en la piel se las esconde.
No ha parado de llorar y oye su nombre.

Vienen por más, no se han saciado
y como un trapo de piso es arrastrada
ella grita y pide que paren pero no pasa nada
el que le guste a alguien es su único pecado.

Todo empezó desde el cuarto año
cuando su némesis jugaba a verdad o reto
y el chico que le gustaba confesó su secreto
el que originaría sus múltiples daños.

«Me gusta Eva», dijo cuando Alma preguntó
se dijo: «seguro me dirá que le gusto yo».
Pero al escuchar eso se sintió humillada
y una rabia inmensa por dentro la inundaba.

Desde entonces juró destruirle la vida
a quien hasta entonces era una de sus amigas
no sabía ni sospechaba la pobre niña
todo el daño que esa respuesta causaría.

Eva juró que él no le gustaba
que no se preocupe, no pasaba nada
pero Alma resultó ser una desalmada
y el dolor a inflingir por dentro planeaba.

Primero inició impartiendo mentiras
contó que Eva era una santurrona fingida
que a los 8 la vio tocándose a solas
y que a los 12 insinuó de probar drogas.

Que hablaba a las espaldas de todas
que era una hipócrita, una simple zorra.
Puso la semilla para que cuiden a sus novios
porque era una mosca muerta que quiere con todos.

Las amigas que suelen ser influenciables
se creyeron todo y la juzgaron culpable.
El chico de la confesión le llegó a tener saña
y soltó el rumor de que ambos se acostaban.

«Es una cualquiera, quien se la quede pierde».
Y entre los pasillos del colegio era noticia
que la niña que se viste como si fuese novicia
es la perra que todos los huesos muerde.

Ella lo negaba pero no había caso
¡Eva la que la prueba! ponían en las paredes.
Luego se extendió a acoso por las redes,
mientras la dirección solo cruzó los brazos.

Su madre puso una queja y pidió una reunión.
«Son cosas de chicos», dijo la junta escolar.
Nadie hacía nada o no tuvo la intención
era una olla a presión a punto de explotar.

Luego llegó el daño físico como se suponía
le cortaban el cabello, la acosaban, escupían.
Alguien soltó el rumor: «Eva debe ser judía.
Una puta que nadie quiere. Sionista genocida».

Ella hizo todo lo que pudo, pero sola no podía.
Se fue el brillo de sus ojos. Emigró su alegría.
Sabía que en el colegio alguien la golpearía,
y pensaba: «¿Por qué me odian tanto las chicas?».

Las dos feministas que allí cursaban
quisieron ayudarla y fueron amenazadas.
Y aunque lo intentaron ellos eran demasiados
le dijeron: «Es mejor si estudias en otro lado».

Y aunque era la lógico ya estaba derrotada
había caído en el abismo que te aferra en sus garras.
Su mayor enemigo estaba dentro de ella
y no se detendría hasta que acabe muerta.

El colegio al fin hizo un comunicado:
«Lamentamos mucho el deceso de Eva,
estamos invadidos por una gran tristeza.
Esto es algo que nos deja consternados».

El maquillaje cubre la marca de la cuerda.
Todos la lloran. Todos la recuerdan.
Ahora de nuevo es buena para sus compañeros.
El peso de su culpa se les hace un infierno.

Ella yace dormida en el sueño infinito
de nada sirven los ayes, de nada sirven los gritos.
Una beata comenta que la marca en su cuello
será el impedimento para entrar en el cielo.

Ya desciende el cajón y el padre se desmaya.
El último de los insultos se lo prepara Alma.
Antes de que echen la tierra le lanza una rosa.
Negra como su alma. Hasta el fin la acosa.

Todo sigue normal. Se gradúan. Pasan los años.
Nunca pagaron por todo el daño causado.
La madre de Eva falleció y su tumba fue olvidada.
Al final en este mundo, simplemente somos nada. ​