Morimos de amor

Bajo las emociones enredadas entre tu pelo mojado,

sobre un par de ideas y muchos sueños, una noche, encontré el amor.

Una nube me guiñó los ojos, media luna me estaba hablando,

el océano de tu pecera me bailaba y de rodillas, te regalé una flor.


Un eco de danza de brujas golpeaba el viento en tu tejado,

una voz de esas de cuando no respiras, llamó a mi corazón,

la tierra se llenó de magia, miré al suelo, era verano,

te miré a los ojos, tu luz en las persianas y mi huella, en tu sudor.


Mil y una palabras compusieron el verso de un poema callado,

mi alma volando bajo, entre el cielo del techo y el mar de tu salón,

el sofá ahí al fondo, como si un lienzo lo hubiera liberado

para que nuestros pieles fueran su espalda y nuestro querernos, su edredón.


Se nos pasó el otoño, el invierno y tres meses después, de nuevo verano

como si se nos hubieran caído los meses de tanto jugar al amor,

hasta que una tarde se nos golpearon las ganas, nos estaba acorralando

el espacio vacío de la nevera contra nuestro merendar besos al caer el sol.


Me preguntaste porqué, no hubo respuesta, seguía soñando,

el aire entre ventanas entró en la casa y descubrí el dolor

cuando empezaste a llorar reproches, cuando ya no me estabas mirando,

solo tú, a tí misma, tu delgada sombra sobre el suelo de la habitación.


Tus huesos, como por fuera, dibujando un esqueleto animado,

mis manos en los bolsillos. De la muñeca, se me dejó caer el reloj,

"no podemos seguir así", por primera vez me estabas gritando,

nunca te había dado la espalda, me di la vuelta y se me cayó una flor.


¿Que te pasa?, ¿porqué no me miras?, me estás asustando,

miramos al suelo y una semilla empezó a rodar hasta el balcón.

De entre las rejas plateadas empezaron a brotar colores, ¿que estaba pasando?,

el cielo se convirtió en una jarapa de nubes de caracol.


Empezó a llover, salimos a la terraza, no nos estábamos mojando,

el sol nos bronceó de futuro, cada uno de los tallos nos dibujó un corazón,

cada rama se vistió de rojo manzana, el suelo de lechugas, la pared de naranjos,

el techo de racimos de uvas. Nos miramos. Mordimos un melocotón.


Bebimos de un estanque bajo la ventana del lavabo,

miramos al cielo, nos creímos hijos de algún Dios.

Nos echamos agua en la cara, nos lavamos las manos,

nos sentamos a la mesa, de nuevo un beso y no sé si fuiste tú o si fui yo


el primero que al mirarse los pies descubrió que estaba volando.


Con los bolsillos vacíos, sin nada más que nosotros había tanta vida alrededor

que si algún día nos dicen que morimos de hambre, que no había trabajo,

le daremos la vuelta a los bolsillos y descubrirán que si morimos, fue de amor.​