Nada mas importante

Hoy no hay nada más importante que la espera, nuevamente.
Cualquier actividad posible me angustia, y además ¿hacer qué?
Es preciso no alterar el orden. Va a ser en mi casa.
Ya hace tiempo que esta todo preparado. Pero no se dio.
Y ahora me pongo a esperar. Porque quiero.
Porque nada me seduce más que la espera.
El sábado a la noche me canse de esperar acá y salí. Salí a esperar en otro lado. Un licor me amargo la garganta. El día se coló por un extractor que rebanó la luz en un sucucho del centro. Eran las nueve de la mañana. El atenuante de las aspas no logró evitar el malhumor que me provoca siempre el amanecer al encontrarme despierto, solo, borracho y sin sueño. Borracho, en un nirvana etílico, pude seguir tomando con voracidad y mantuve ciertas conductas elementales y necesarias, es decir, mear, equilibrio y disimular hasta el punto de entablar una conversación aceptable con una mina que me caliente; la calentura, otra conducta necesaria; aceptable bajo los códigos de un sucucho del centro, con gente que lucha contra la posibilidad de encontrarse, sola, con uno mismo.
Tiene que ver con una manía, una manía de querer verle el fondo a todo, no soportar el culo de una botella de cerveza, de un vino o de un faso, quiero acabar con su espera, ahora, ya mismo, porque no puedo acabar con la mía.
Pero esta todo ordenado, porque ibas a venir y no viniste. No me ofendí. Te lo juro. Ya se dará. Yo espero. Está todo bien. Yo espero. Me gusta. Me gusta esperar. Estas cansada. Te entiendo. Yo un poco también. Por eso no quiero tocar nada. Porque vas a venir. No por supersticioso. Porque mira si me tomo todo, me como todo, hasta el sueldo. Aunque ya se, vos queres pagar algo. Vamos a medias, no me invites, vos decís, vamos a medias.
Y el fastidio, el fastidio de la luz, de la luz del amanecer, al encontrarme solo, sin amigos. Porque no los pude convencer, se fueron, tenían sueño y no los puedo convencer. Envidio su sueño. Lo envidio y me duele la luz del día colándose por el hueco del extractor de aire en un sucucho superpoblado del centro, en los ojos. Porque no los pude convencer y no lo haré nunca.