Salchichas atronadoras

Te colocas en primera línea, o con tantas líneas que pierdes el hilo.
Las mariposas también se cagan en tus muertos, solo que delicadamente y sin hacer ruido.
Mandas a hacer puñetas a quien osa mandarte a hacer puñetas, y viceversa -este círculo vicioso resulta perfecto para que no te atragantes haciendo gárgaras-.
Tu reputación es intachable, porque los escarabajos no te miran boca abajo.
Nunca has admirado la belleza de un burdel ni la magia de una happy hour.
Barra libre para la stripper que llevas colgada del brazo.
Las moscas han asaltado tu cagallón de media mañana.
Seguro que acabarás follando en un descampado, a la sombra del sol, pero como no entiendes de órbitas planetarias, ni mucho menos de abrirte en canal, rematas la faena masturbando al alba -o a Alba, qué más da- encima de una almohada.
Los escritores más sacrificados somos de otra calaña.
Lo que transcurre no es el tiempo, sino que se mueven las agujas del reloj.
En tu caso, mientras todo te saca de tus casillas, como un castillo de naipes que cae tras la última carta, te digo que ésta es la última carta que te escribo.
«Yo tenía dos amores platónicos, y no tengo nada que ver con Platón. No es plato de buen gusto no poder derrocar dicho concepto. Pero me comí mis sentimientos a solas, mientras me daban la cicuta en cada cucharada de papilla -inmortalidad del alma-. ¿Me enseñaron a amar? Y una mierda. La única clase que me dieron fue de filosofía barata en la que los filósofos se anclaban como anzuelos a una idea, para pescar en río revuelto. Y es que el ser humano, joder, es necio y necesariamente necio por naturaleza. Toda vez que admite que se le escapa casi todo, precisa de sus impulsos para que el cielo siga respirando, y no liarse a matar gaviotas a perdigonazos.»

 

Muy bueno, Ricardo. Un trabajo extraordinario. Mis aplausos poeta. Saludos.