Siete Días de Luz en Jerusalén

Lunes de Muros,

el sol de junio, dorado y cruel,

despierta los fantasmas de la piedra,

mi lente busca el tacto de lo viejo,

la cicatriz en el Muro de las Lamentaciones.

No hay peregrinos, solo el eco

de un rezo en la brisa.

El dron del futuro planea sin sonido,

grabando la quietud de lo eterno.

Capturo el tiempo, que se ha detenido.


Martes de Cielos Azules,

la Cúpula de la Roca, un zafiro,

el mosaico del cielo, un estanque de oro,

la ciudad respira entre minaretes y campanarios,

un hilo de incienso sube en espiral.

Fotografío a alguien, con su móvil,

capturando un ángulo perfecto,

mientras yo intento robar un instante,

el destello de una lágrima sagrada.

La luz es un filtro, la historia un marco.


Miércoles del Zoco,

el Mercado de Majane Yehuda

un caleidoscopio de voces y olores,

el azafrán, el cardamomo, la menta.

Un hombre joven, su rostro tatuado,

vende especias en bolsas de papel,

mi cámara se esconde, atenta,

busca el gesto, la arruga, el sudor.

El futuro es un eco en este caos,

el pasado es el pan que se amasa,

una ráfaga de risas y el clic de mi obturador.


Jueves de viento y polvo,

el Monte de los Olivos, la vista infinita,

el cementerio judío, un mar de tumbas,

cada piedra un recuerdo.

El viento levanta la tierra y las oraciones,

mezclando el polvo del ayer con el aire de hoy,

fotografío la distancia, la soledad,

la esperanza que se esconde detrás de la neblina.

El sonido de un coche eléctrico se acerca,

el mundo moderno irrumpe en lo sagrado.

Un contraste que duele y que fascina.


Viernes en la Vía Dolorosa,

una estrecha calle,

llena de tiendas de baratijas,

crucifijos de plástico, postales antiguas,

fotografío los rostros, la devoción,

el peso de una fe milenaria.

Un grupo de turistas usa gafas de realidad virtual

para ver la crucifixión,

mientras yo, con mi cámara,

intento encontrar la realidad en la ficción.

El eco de los pasos, la sombra de un clavo.


Sábado de Silencio,

el Shabat la ciudad detiene,

el silencio se filtra en las calles,

mi cámara está guardada, pero mis ojos no.

Observo una familia judía ortodoxa,

caminan juntos, en paz.

La luz del sol se filtra entre las nubes

y baña el barrio de Mea Shearim,

un lienzo en sepia, una fotografía sin flash.

No hay sonido, no hay prisa,

solo el acto de ver, de estar, de recordar.


Domingo del Alba,

el amanecer sobre el Valle de Cedrón,

las murallas de la Ciudad Vieja, de un rosa sutil.

La última fotografía, la despedida,

capturo un rayo de sol que toca una roca,

un instante de fe en la fisura.

Las torres de telecomunicaciones se alzan en el horizonte,

el hoy se mezcla con el pasado sin tiempo,

mi lente ha visto milagros y heridas,

la luz que une y la sombra que separa.


¡Me voy con la memoria, en la tarjeta!
​

 

Con las imágenes y las cámaras suceden cosas curiosas.

Cuando la realidad se capta sin filtros, podemos apreciar cada significado de la verdad.

Cuando los filtros se posicionan para aclarar la imagen, se redefine la realidad, reduciendo los significantes de la verdad.

Surge entonces la duda si resulta mejor una imagen borrosa, sin filtros, donde se enriquecen las experiencias de un mayor número de observadores, o...
Se ajusta un filtro con sus consecuencias, sean estas buscadas o no.

Un abrazo en la distancia del telefoto.