Te perdono tú olvido de Viernes, pero un Sábado no

Te perdono tu olvido de viernes,
ese que se esconde tras las sombras,
en el rincón donde el alma duerme
y los recuerdos se disipan, se rompen.

Te perdono el viernes,
cuando el cansancio pesa más que la nostalgia,
y el reloj avanza sin pausa, sin tregua,
como una verdad inevitable, cruel.

Te perdono tus silencios de viernes,
cuando la voz se apaga y las palabras se pierden,
en el eco de un día interminable,
en la rutina que nos devora, nos consume.

Pero un sábado no, amor,
un sábado no conoce excusas,
ni disculpas envueltas en madrugadas.
Un sábado es nuestro, indivisible, eterno.

Un sábado es el brillo en tus ojos,
la risa que explota en los labios,
el encuentro que no se pospone,
el abrazo que no se olvida.

Un sábado es la promesa cumplida,
el deseo hecho carne, la piel compartida.
Es la vida que se desborda,
en cada rincón, en cada segundo.

No, un sábado no perdona,
no acepta el olvido,
no comprende la ausencia.
Un sábado es nuestro pacto,
nuestro refugio, nuestro hogar.

Te perdono el viernes,
con sus sombras, sus prisas, sus fantasmas.
Pero un sábado, amor mío,
un sábado no.