Un rugido del destino.

Viviste soberano y libre,
en el frescor que da la vida,
caminante de riscos y laderas
en la agreste y pedregosa villa…
yo te vi, en cada caminata,
cuando se reunían contigo,
todos ellos en silencio,
bajo tu coraza de vidrio.

Como un reproche al abandono
exprimiste tu urdida vida,
secándola al sol como un harapo,
consumiéndose, sin fuerzas y desvalida
como un cuerpo enfermo de tristeza.

Desde allí, en las
mazmorras del olvido,
encerrado como animal herido
en la más fría melancolía,
sufres tu soledad sin alivios.

Un murmullo de voces en la lejanía
sobre el oscuro rastrojo,
suenan al unísono,
en tu mente ya vencida,
como taconeo de danza,
como corceles en marcha.

Y cuando las saetas
atraviesen tu falso brillo,
hasta tu oscura sombra de vida
y se cumplan las amenazas
divinas y rígidas,
solo entonces quedará
la obra concluida,
aunque las rocas, una a una
lloren de amargura tu partida.