Una excusa elegante.

Contigo, irónicamente,
pensé que había magia,
de verdad, podía sentirla.

Quitando todo el peso de la idealización,
sentí que había algo,
una similitud de lobos solitarios,
dos personas que están buscando algo,
sin buscarlo.

Me alejé porque era lo más correcto,
no podía quedarme esperando.

Te borré de todos lados,
por mi paz mental,
al final no fue nada.

Nunca se trató de ti,
hay ocho mil millones de personas,
de seguro habrá alguien mejor que tú,
así de interesante.

Pero primero, debo pensar en mí.
Eso lo que aprendí de ti, a priorizarme.
Esa manera que tenías de decir:
“no hay tiempo para eso”.

Era todo aquello solo
una excusa elegante,
nunca lo sabré.

Versos sin dueño.​