1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación
Recopilación de textos acerca de la invención de la baba con azúcar que no oculta el fuerte olor a gasolina de los deshuesaderos.
Color
Color de fondo
Imagen de fondo
Color del borde
Fuente
Tamaño
  1. No hay forma de imaginar el silencio.
    Aquí,
    porque detrás del ruido de un rifle
    está el llanto de una niña
    que no sabe por qué llora,
    pero ese es el único lenguaje que conoce,
    y bajo el llanto
    hay un dialecto prohibido
    cuyas palabras no tienen equivalente
    al canto; pero mar es igual a furia,
    y más allá, en su fondo,
    se escucha como una transparencia,
    el eco de los pasos de una madre
    que atiende veloz la herida del pequeño Amhed,
    que tiene una vena en el cuello
    que produce el mismo sonido que la llave rota
    del baño,
    pero va debilitándose conforme pasan las seis quince:
    hora en que el padre reza
    (eso se escucha también)
    a un dios que abandonó la religión por las finanzas.
    Y ahí, justo ahí, en esa capa
    inferior
    a todos los sonidos de la guerra,
    estoy yo —tratando de imaginar el silencio—
    y debajo de mí los escombros
    de lo que ayer fue mi casa.


    800px-عهد_التميمي_(cropped).jpg
    Ahed Tamimi (2001), poeta y activista palestina varias veces encarcelada por su posición contra la usurpación y las masacres perpetradas por el Estado israelí. Página en Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Ahed_Tamimi


    Créditos:

    Del texto: Ahed Tamimi
    De la versión al español: Julio César Toledo (los retoques gráficos con fines de divulgación son míos)
    De la imagen: Haim Schwarczenberg
    A La Espartana, Alde y Luis Libra les gusta esto.
  2. En la poesía no hay final feliz.
    Los poetas acaban
    viviendo su locura.
    Y son descuartizados como reses
    (sucedió con Darío).
    O bien los apedrean y terminan
    arrojándose al mar o con cristales
    de cianuro en la boca.
    O muertos de alcoholismo, drogadicción, miseria.
    O lo que es peor: poetas oficiales,
    amargos pobladores de un sarcófago
    llamado Obras completas.



    José_Emilio_Pacheco_.jpg

    José Emilio Pacheco (México, 1939-2014)


    #DíaMundialDeLaPoesía
    A Anamer, José Valverde Yuste, Alde y 3 otros les gusta esto.
  3. Algo sobre La Llorona

    Se suele reconocer a la canción tradicional mexicana La Llorona como un son del Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca. Se acompaña de de un sinnúmero de coplas cuyo origen se pierde en la tradición oral y los sincretismos propios de la hispanización, aunque no todas gozas de la misma popularidad. Algunos poetas reconocidos, como Renato Leduc o Andrés Henestrosa, han sumado estrofas a la composición en su intento por compilar las existentes tanto en los registros sonoros como en los orales y escritos.

    La temática original de La Llorona es incierta, aunque se le asocia con leyendas prehispánicas. Chavela Vargas, una de las intérpretes más reconocidas de esta canción, solía decir que trata de una mujer ahogada en un río que por obra de los dioses fue transformada en la luna.

    Leduc, el efímero esposo de Leonora Carrigton y autor del celebérrimo soneto Aquí se habla del tiempo perdido que, como dice el dicho, los santos lo lloran, conocido como Tiempo y destiempo, apuntó sobre La Llorona:

    No llores, Llorona, porque el llanto afea
    y quien mucho llora muy escaso mea...



    Chavela Vargas canta y recita La Llorona, con las guitarras de los Macorinos y elementos musicales asociados a la música prehispánica mexicana, para el álbum Cupaima, de 2006.


    Mis versos a La Llorona

    (Purgatorio)

    Quién te viera a los ojos, Llorona,
    tus ojos de lluvia verde.
    Quiero que lluevan miradas, Llorona,
    miradas que a ti me recuerden.

    Trepé a la punta del cerro, Llorona,
    pa’ buscarte hasta lo alto.
    ¿Qué tan arriba te fuiste, Llorona,
    que no te alcanzo de un salto?

    Ay de mí, Llorona, Llorona...
    Llorona cubierta de encajes,
    si no subiste al cielo, Llorona,
    no hay forma que de ahí te bajes.


    (Infierno)

    A una tumba sin flores, Llorona,
    mi llanto fui a regarle.
    ¿A quién sino a ti te lloro, Llorona?
    Llorón habrán de llamarme.

    Nada me importa lo que hablen, Llorona,
    si tú no escuchas mi llanto.
    Es el dolor de tu Negro, Llorona,
    que sufre y te extraña tanto.

    Ay de mí, Llorona, Llorona...
    Llorona, me voy contigo.
    De nada me sirve la vida, Llorona,
    si estoy más muerto que vivo.


    (Gloria)

    A la Virgen del Cobre, Llorona,
    le imploré el otro día,
    que me llevara contigo, Llorona,
    porque mi cama está fría.

    Ahora me llaman el Muerto, Llorona,
    el más muerto reciente;
    y aunque no estiro la pata, Llorona,
    se estira lo del difunto caliente...

    Ay de mí, Llorona, Llorona...
    Llorona sal de la tumba.
    Métete a mi mortaja, Llorona,
    pa’ gozar de esta rumba.


    Pedro Olvera, 02 de noviembre de 2023.
    A Sasha., La Espartana y Medusa les gusta esto.
  4. Cuánto de piel se arraiga en las caricias,
    cuánta ternura se metaboliza en las manos,
    cuánto de aire y cuánto de sangre se quema al tocarte
    cuánto de bosque y cuánto de paloma
    pierdo en un espasmo.

    Todo es una ciega palpación de reconocimiento:
    eres otra y yo soy de tus ojos casi sin verlos.
    Todo asciende, todo crece con la sombra.
    La espuma de mis labios te llega al cuello,
    el hueco en tu garganta hace olas.
    Nos ahogamos en nombres de eclipses,
    salimos a flote montados en la misma boca.

    Porque somos boca, orillas inabarcables, marisma,
    veredas deliciosas, gelatina de encajes,
    zumo de aliento pasmado de cerezas, tierra viva.
    Nos escarbamos con las uñas, palada tras palada.
    Me entierro en epicentros, cráteres, corolarios;
    te desmadejas en relojes, perillas, decibeles.
    Nos buscamos en puntos cardinales
    que ignoren abecedarios, cielo sobre nosotros,
    mares bajo los náufragos.

    El último pulmón revienta, la escalera destrozada
    rueda por sus peldaños.
    Aquí estás, aquí estoy: eso que somos
    y que tanto nos busca al fin nos encuentra
    con los ojos cerrados.

    13 de mayo de 2011
    A José Valverde Yuste, Anamer, Sasha. y 2 otros les gusta esto.
  5. Aquí, en la falda de las colinas, ante el ocaso
    y las fauces del tiempo,
    junto a huertos de sombras arrancadas,
    hacemos lo que hacen los prisioneros,
    lo que hacen los desempleados:
    alimentamos la esperanza.

    Un país preparado para el alba.
    Nuestra obsesión por la victoria
    nos ha entontecido:
    no hay noche en nuestra noche
    que con la artillería refulge;
    el enemigo vela,
    el enemigo nos alumbra
    en el sótano oscuro.

    Aquí, tras los versos de Job,
    a nadie esperamos.
    Aquí no hay yo,
    aquí Adán recuerda su arcilla…

    Este sitio durará
    hasta que enseñemos al enemigo
    algún poema de la yahiliya.
    El cielo es gris plomizo a media mañana,
    anaranjado por las noches.
    Los corazones son neutros,
    como las rosas en el seto.

    Bajo sitio, la vida se torna tiempo:
    memoria del principio,
    olvido del final.

    La vida.
    La vida plena,
    la vida a medias,
    acoge una estrella cercana
    atemporal,
    y una nube emigrada
    aespacial.
    Y la vida aquí se pregunta:
    ¿Cómo resucitar a la vida?

    Él dice al borde de la muerte:
    No me queda un rincón que perder,
    libre soy a un palmo de mi libertad,
    el mañana al alcance de mi mano…
    Pronto, me adentraré en mi vida,
    naceré libre, sin padres,
    y tomaré por nombre letras de lapislázuli…

    Aquí, en los altos del humo,
    en la escalera de casa,
    no hay tiempo para el tiempo,
    hacemos lo que hace quien se eleva hacia Dios:
    olvidamos el dolor. El dolor:
    que la señora de la casa no tienda la colada
    por la mañana,
    que se conforme con lavar esta bandera.

    Nada de ecos homéricos aquí.
    Los mitos llaman a la puerta cuando los necesitamos.
    Nada de ecos homéricos…
    Aquí un general excava un Estado
    dormido bajo las ruinas de una Troya inminente.

    Los soldados calculan la distancia entre el ser
    y la nada
    con la mirilla del tanque.
    Calculamos la distancia
    entre el propio cuerpo y las bombas…
    con un sexto sentido.

    Vosotros, los apostados en el umbral,
    pasad, tomaos con nosotros un café árabe
    —acaso os sintáis seres humanos como nosotros—.
    Vosotros, los apostados en el umbral de las casas,
    largaos de nuestras mañanas,
    necesitamos creernos seres humanos como vosotros.

    ***


    Mahmud Darwish (Palestina, 1941 - EE. UU., 2008).
    Versión al castellano de Luz Gómez García.
  6. Hoy es siete de octubre. Lo noté hace rato con un solo ojo cuando desperté con el celular medio incrustado en las costillas. ¿Será hora de levantarme?, me pregunté. Encendí el teléfono: eran las tres de la mañana más doce minutos. Estuve a nada de gritar ¡Puta madre!, pero solo lo pensé. La sensación de que no podría volver a dormir se disipó cuando vi la fecha del día, sábado 07/10. Es el aniversario luctuoso de Edgar Allan Poe, recordé al momento, e inmediatamente comprendí que sería inútil el intento de volver a conciliar el sueño.


    Sucede que tengo la edad que Eddie Poe tenía entonces, cuando lo sacaron del fondo negro de su capa, ahogado en vómito etílico, meado y cagado encima, según cuentan unos. Otros dicen que no, que lo suyo parecía un ataque de esquizofrenia, o que lo habían envenenado como a un perro huevero, o que tenía rabia, igual que un perro, huevero o no. En todo caso era un muerto tembloroso y delirante que tardó casi una semana en morirse y quién sabe si después de estirar la pata siguió alucinando con que lo enterraran vivo, como en muchos de sus cuentos, o tal vez peor, que lo enterraran bien muerto para pasar la eternidad encerrado con su cadáver que toda la vida lo estuvo persiguiendo.


    Poe —o Monsieur Edgagpó, como cuenta Carlos Fuentes que lo llamaban algunos dandis franchutes, sifilíticos adictos al hachís y al mal du siècle— nunca estuvo muy seguro del límite entre la vida y la muerte, como él mismo llegó a afirmar en narraciones como Ligeia o en poemas como To Annie. Lo cierto es que Edgar llegó al final de sus días enfrascado en una terrible batalla por sobrevivir, por sobrevivirse, pero no pudo contagiarse de la euforia del Destino Manifiesto con el que su joven nación buscaba adueñarse del mundo. Cuentan que Poe, pese a todo, tuvo en principio bastantes privilegios para hacerse de una buena fortuna y conseguir lo que después se conocería como el american dream, alimentado en los últimos días de nuestro autor con la fiebre del oro que campeaba sobre los territorios que recién le arrebataran a México.


    Y es que el soñador —o tarado— Edgar A. Perry, como lo conocieron los cadetes de West Point con los que nuestro borracho favorito solía perder en los naipes el dinero que nunca tuvo, bien pudo comenzar un redituable negocio en el rubro de las pompas fúnebres, dada su natural inclinación a todo lo que tuviera que ver con la muerte, y aprovechar las oportunidades del boyante capitalismo gringo representado con trece barras y cada vez más estrellas. El venerable Mr. Poe hubiera muerto rico a los noventa años luego de vender cientos de miles de ataúdes durante la Guerra de Secesión, sin discriminar a yanquis o confederados, como buen caballero criado en Richmond, la efímera capital de los esclavistas, pero nacido casi accidentalmente en Boston, ciudad de la que siempre se sintió hijo legítimo.


    Pero no. Lo que el entonces joven Edgar Poe —o hijo de puta, como lo llamaba con cierta regularidad el padre postizo que nunca lo adoptó legalmente— deseaba era ser era poeta. “¿Poeta? ¡Grandísimo hijo de puta!”, le recriminaba John Allan, que así llamaban al gentil hombre que había salvado de la mendicidad al párvulo huérfano, dándole techó, educación en Inglaterra y una nana negra para que le contara cuentos de muertos vivientes. ¿Poeta? Se tiene que ser un imbécil para elegir a la hermana muerta de hambre de las Bellas Artes por compañera de vida. Pero es que siquiera hubiese elegido ser un poeta energético, vitalista y medio pornográfico, como el viejo hermoso Walt Whitman, con sus barbas llenas de mariposas —Lorca dixit—, cantando al progreso, la democracia y la libertad. Pero no, el expósito, el bastardo, eligió los bosques encantados, los castillos junto al mar, las criptas escondidas en la ciénaga brumosa donde los amantes nigrománticos invocaban el espíritu inmortal de las amadas muertas. ¿Poeta? ¡Bah! Por eso la última buena acción del piadoso John Allan fue morirse sin dejarle un clavo de su cuantiosa fortuna, forjada en gran medida con manos esclavas en las plantaciones tabacaleras, a ese borracho, apostador y malagradecido poeta hijo de puta.


    Ya que toqué el tema de las amadas muertas, habrá que hablar del Poe necrófilo, pero antes me detendré en la figura aberrante del escritor incestuoso y un tanto pederasta, o Humbert Humbert, pseudónimo que le dio Vladimir Nabokov, padre de la pornografía moderna, cuando reinventó a Poe en una road novel que va de un literato cuarentón enamorado de su pequeña hijastra. Todo esto porque el autor de El cuervo se casó con su prima hermana, más hermana que prima, cuando ella no cumplía aún los catorce años. Vamos, vamos, no nos rasguemos las vestiduras, que es muy temprano. Juzgar con la corrección política que actualmente tenemos por moral impostada las prácticas culturales de la primera mitad del siglo XIX es, por lo menos, tan ingenuo como lo fue Edgar Poe en varios aspectos. Además, hoy se sabe, o se rumora, que a nuestro autor le daba más bien algo de asquito el sexo; es sus textos no se insinúa ni siquiera con el chirriar de los resortes de una cama. Y es que los biógrafos chismosos abundan acerca de que en la vida real es probable que Virginia, la niña/esposa de Poe, no llegara a manchar jamás un paño con sangre de sus entrañas, excepto cuando la tos la obligaba escupir parte de sus pulmones tuberculosos. Virginal, como su nombre, la pobre chica murió célibe, amenorreica y tísica, de miseria y de frío, en los brazos de su idolatrado esposo/hermano, a quien ella llamaba dulcemente Eddie.


    Así debería llamar a este texto madrugador: Eddie Poe. O Edipo, porque así lo apodaron los seguidores de un culto oscurantista ideado por un tal Sigmund Freud, archiconocido embaucador austriaco. Según los psicoanalistas —o sea los seguidores de esta secta pseudocientífica—, nuestro famoso personaje buscaba en las mujeres que cortejaba a la madre que perdió recién destetado, y odiaba a toda figura de autoridad que le recordara al padre biológico que se borró del mapa de Nueva Inglaterra sin dejar rastro. Lo cierto es que todas las “madres” de Poe se le murieron y todos sus “padres” lo abandonaron, desheredaron y hablaron pestes de él luego de que el vilipendiado Poe se abrazara a su cadáver. Para acabarla de joder, estos frenólogos del ego citan la obra del bostoniano como evidencia de la culpa que Poe cargaba por sus supuestas fijaciones contranaturales. El autor, manifestado en los personajes de sus narraciones y poemas, asesinaba a los objetos de su devoción con una saña inimaginable; luego, el feminicida literario se arrastraba bajo el vendaval atormentado por los remordimientos, cual Raskólnikov asediado por el fantasma de la usurera, o Balzac cercado por sus acreedores. Pero como a nuestro opiómano nada le salía bien, las mujeres regresaban de su sepulcro para aniquilarlo, como la memorable Madeline Usher.


    Pero esta sórdida explicación parece más un cuento ingenioso del propio Poe, que a su manera también fue el creador de un culto imperecedero. La monomanía del poeta con las mujeres muertas se justifica con sus propias declaraciones sobre el oficio de escribir, y lo revela como, lo que muy a su pesar, siempre fue: un romántico calado hasta los huesos, capaz de contradecir lo que es incontestable, la muerte, el devenir, la entonces inexorable voluntad de los dioses cejijuntos. Y todo esto para reivindicar su propósito, también romántico, de ser poeta. Fue el mismo Edgar Allan Poe quien tuvo a bien contármelo, como a muchos, en una tarde de agosto en mi más tierna mocedad, mientras lo leía en su Filosofía de la composición: "La muerte de una mujer hermosa es el tema más poético que existe".


    ¡Ahí tienen, cochinos malpensados! La poesía va de una encarnación de la lánguida belleza que sucumbe al infausto destino, y el poeta no es otro que aquel amante viudo que resiente los efectos de esta pérdida, y vuelca su melancolía en una expresión que viene directamente de lo que comparte con el resto de los humanos, el alma imperecedera, para hacer de la belleza algo inmortal. Ahora dejen que me reponga del orgasmo. Yo, que nunca creí en Santa Claus, las hadas o Papa Chuchito entronizado en la rudimentaria silla eléctrica de los romanos, le creí a Poe. Y tanto le creí que, poseído de un ansia clarividente, fui donde mi prenda amada del remoto entonces, y le confesé: te escribiré un poema tan universal que te volverá eterna, como la Laura de Petrarca, como la Beatrice del Dante, como la Margarita de Fausto, como el Jack de la maldita Rose. Los inconvenientes empezaron a notarse de inmediato. La Normita, mi amor de quince años, me miró como si yo tuviera la peste. Y yo la miré bien: no presentaba los frecuentes indicios asociados a la expiración, ni un signo de rigor mortis, ni tan siquiera una errática lividez. Y ya que lo recuerdo, hermosa, lo que se dice hermosa, pues… bueno, también yo tenía quince años. Quizá si Norma hubiese sido un caballo, con esas esplendidas quijadas, con esa ruidosa risa macrodóntica, quizás a estas horas seríamos...


    ¡Nada! Poe embustero, Poe chalado. Tuve que abandonar mis tempranos intentos de ser poeta y fui cocinero, abogado, costurero, periodista, ladrón de libros, soldado de oficina, psicólogo, empleado de mostrador, prostituto de sus sueños, y para no reincidir, borré de mi diccionario palabras ominosas tales como: belleza, amor eterno, pensión alimenticia, compromiso, dependencia emocional. Y la cosa es que no me ha tan ido mal, como sí le fuera al gran Eddie Poe, que tuvo la loca idea de poder vivir holgadamente gracias a la literatura, lo intentó cuanto pudo y murió enloquecido, en la más absoluta y oprobiosa miseria. Pero la muerte le sentó bien, y nadie le rebata ese mérito: la belleza es igual que la pobreza: nunca muere. Como pocos, cumplió el Destino Manifiesto: su leyenda se apropió del imaginario colectivo y de gran parte de los bienes inmateriales de la humanidad. Puedo imaginar cómo nuestro Edgar abraza a su cadáver, que nunca conoció, y le murmura: Lo logramos, pendejo, somos inmortales.


    Son las siete de la mañana más seis minutos, del siete de octubre del veinte veintitrés, y me están llamando. Lo último que me queda por repetir es que tengo la misma edad que Poe tenía cuando murió, sin llegar a los cuarenta y un años. Yo sí puedo porque tengo que ir a trabajar para pagar las tarjetas y la cuenta del cable. ¡Mierda!, son las siete quince... a estas horas, hace 174 años, en un hospital de Baltimore, Edgar Allan Poe llevaba dos horas muerto. El testimonio poco fiable del doctor que cuidó nuestro muerto favorito durante su agonía asegura que sus últimas estertóreas palabras fueron: Que Dios se apiade de mi pobre alma. Y de esa alma que proyecta en el suelo su sombra no podré liberarme, ¡nunca más!


    07 de octubre de 2023
    Edgar_Allan_Poe,_circa_1849,_restored,_squared_off.jpg

    Último daguerrotipo hecho a E. A. Poe, pocos meses antes de su muerte.
    A Alizée, Luis Libra, Melementos y 2 otros les gusta esto.
  7. La prima Vera a la ventana asoma
    sus cachetes reventados de flores;
    un vórtice de colibrís corona
    su frente con haces multicolores.

    Versos manan de sus labios cantores:
    ¡Romina, dulce princesa dormilona!
    ¡Ven conmigo a bordar nuevos primores
    en el jardín que el invierno abandona!

    ¿Crees, acaso, que soy una gallina
    para que me despiertes tan temprano?,
    ruge, feroz, su Majestad Romina.

    Y con enarbolada chancla en mano
    se abalanza, letal, contra la cortina.
    A prima Vera hasta le ardió el verano.

    Anda a la concha e tu mare, soreta,
    que soy alérgica al polen
    y a esos putos enamorados poetas.

    23 de septiembre de 2023

    A Alizée, Luis Libra y Medusa les gusta esto.
  8. Toda la vida he perseguido a mi cadáver;
    con mis flores y mis rezos, lo persigo
    para darle ganas de vivir.
    Pero no llegaré vivo a mi muerto.

    Le lloraré ahora que puedo.
  9. De acuerdo:
    no soy lo que tú esperabas
    ni eres a quien yo busqué.

    ¿Pero,
    qué tal si te quedas conmigo
    a esperar
    o si te acompaño a tu casa

    para seguir buscando?

    Digo,
    si se trata de hacer pendejadas,
    esto de estar solos
    se aprende mejor en la cama.


    ***
    13 de septiembre de 2010
    A José Valverde Yuste, Alizée, Medusa y 2 otros les gusta esto.
  10. Algo vive mi vida mientras permanezco
    bocabajo sobre el colchón,
    me paga las cuentas con mi puño y rúbrica,
    sonríe para las fotos de los que me llaman
    hermano, amigo, amante,
    en tanto noto que los barcos se van a pique
    entre las sábanas.

    No soy quien esto escribe.
    Yo estoy mirando las lápidas antiguas,
    los querubes de mármol
    que lagrimean líquenes bajo la llovizna.
    Les digo a los niños muertos: háganme llorar
    porque hace tiempo perdí mis ojos al abrirlos:
    mierda, sangre, gritos…
    el mundo estaba plagado de espejos.

    Antes sabía rezar. Dioses minúsculos
    aparecían con las fórmulas mágicas,
    ¡era yo tan grande en sus miradas de hormiga!
    La piedra y la flor a adelantaban a su código,
    el color era una casa para habitarla con mi voz
    hasta que el viento se rasgaba
    y un nuevo viento aparecía vestido de estrellas.

    Ahora deseo que la noche no sueñe
    este insomnio,
    acompañar el hundimiento de los galeones,
    que la mañana pase de largo sin tirarme
    de las orejas,
    tomar posesión de la sal sin memoria,
    pero hace siglos que se me hizo tarde
    y estoy comprando un café
    muy lejos de donde estoy.


    11 de septiembre de 2023
  11. En ella solo entran los caminos andados de rodillas
    y de ella nadie escapaba sino como un gesto
    que cubre las inscripciones antiguas de su rostro.
    Su boca es imprecisa cuando la señalas
    porque anda por todo su cuerpo
    para decirlo a señas con las manos de un alfarero.
    Su lengua es la sanguijuela de sí misma;
    sorbe de su corazón la sangre que escupe en el muro
    para dibujar una ventana y saltar al vacío
    de su corazón repleto de ella hasta el borde.
    Ella envenena los besos que le lanzan al aire
    los dioses suicidas, los dioses condenados a condenarla
    a un catasterismo de medio día.
    Ella es Europa nadando en las tripas de un buey.
    Leda asesina de imbéciles cisnes.
    Gorgona que se lava los ojos en su mirada de piedra.
    Esfinge que resguarda su acertijo de arena
    contra la erosión de los siglos.
    Y es mujer porque la quimera del espejo
    siempre le dispara al lado equivocado del pecho.

    22 de octubre de 2013
    A luna roja, Alizée y Medusa les gusta esto.
  12. Acabo de sepultar a mi perro:
    - Su manera de mover la cola como helicóptero.
    - Los saltos que daba cuando íbamos a pasear.
    - Su ser que me indicaba que mi ser servía para algo,
    como quererlo, por ejemplo.
    - Sus ojos hechos de pura mirada
    cuando parecía decirme Estás como tarado
    si crees que me voy a comer esto, o,

    ¿Me puedo dormir en tu cama?

    Quién sabe de dónde llego, tan cachorrito,
    hasta mis pies; hace rato lo dejé aún tibio y pelirrojo
    en un hueco húmedo de la tierra
    y sembré un esqueje del que no brotará
    ninguno de sus ladridos, pero quizás una rama
    para doblar al viento
    o un pétalo de su corazón
    que repita un trazo de su gracia efímera.

    Sócrates, amigo, nunca aprenderé de la vida nada
    que me sirva para vivir, pero tú me contagiabas
    algo luminoso que me servía para no morir
    y hoy acabo de enterrarte.

    27 de agosto de 2023
    A Medusa, Alizée y Luis Libra les gusta esto.
  13. Un sábado más sin gin-tonic,
    ajeno a epilepsias de luces estroboscópicas.
    Sin embargo, me doy cuenta
    de que no estoy solo, que al declinar las horas
    prefiero una cadena de ciertas palabras
    a una multitud de cuerpos inciertos.

    Sabemos de las pieles que preconizan paraíso
    para regalarnos el infierno,
    residencias momentáneas para la incineración
    de todo vestigio de nosotros
    que somos el sitio del que somos expulsados.

    Pero digo que prefiero las palabras
    porque, dicen, se las lleva el viento,
    como a ti y como a mí,
    montículos de ceniza viva que se escapa
    cuando el tiempo sopla
    como un poema de olvido en el viento.

    Estoy solo otro viernes que despertó
    en sábado sin haber dormido:
    mi última palabra la pronuncié mucho antes
    de nacer; la primera desaparecerá conmigo
    para callarla
    y que me acompañe
    lo que resta de un domingo en la eternidad.


    14 de marzo de 2021
    23.jpg
    A Alizée y Medusa les gusta esto.
  14. Tengo tu mirada, a veces, pero no tengo
    tus ojos cuando necesito abrirlos en la oscuridad
    para encontrar mis ojos y mirarte.
    Tengo tu mirada dentro de la mía, tus ojos
    se derraman en mis mejillas,
    y luego se apagan, se secan, se cierran
    como una ostra que oculta un vacío verdadero
    penetrado de luz, o una falsa perla.
    En la madrugada busco tus ojos para encenderlos
    y llorar de espaldas a su lámpara,
    llorar con las narices hundidas en las manos
    para que no me mires
    como no me estás mirando de todos modos.

    Tienes mi boca en la tuya y siempre nos falta boca
    para no caernos de los besos a la piel revuelta,
    a la piel profunda, al agua abisal que nos devuelve
    a la arena de nuestra piel con las olas rotas,
    pero no tienes mis palabras cuando estas a solas
    con las paredes de tu casa que vociferan grietas;
    el canario en la jaula canta una pistola,
    el marido insiste en las cuentas
    del diario no encontrar empleo,
    los niños incendian tu intento de haber nacido,
    y todos te piden de comer
    y tú no sabes repartir tu hambre
    entre tantos platos que abren la boca.

    Tenemos dos horas, amor mío, para tenernos.
    Tienes dos horas de la eternidad que no tengo,
    ni nos ha conseguido.
    Tengo dos horas del tiempo que no tienes
    y que a mí me sobra.

    25 de julio de 2023
    A Medusa y Alizée les gusta esto.
  15. Y antes sonaba como caudal de relámpagos
    cuando metía la lengua en tu nombre
    para llamarte
    y no salía de ahí durante al menos el siglo
    que puede durar el minuto de estarse ahogando
    electrocutado sin el masaje de la silla a voltios.

    De tu nombre salía mi lengua endemoniada
    a nombrarlo todo; salía con laringes y tripas
    de fuera con todas las palabras del mundo
    adheridas, brillando, parpadeando, diciendo
    incoherencias como:

    Me has volteado como a un calcetín.
    Metiste tu mano, antes que tu pie,
    hasta mi más adentro como para arrancarme
    las costuras del fondo hasta dejarme
    todo expuesto, pintarrajeado de vacío, del revés.

    Ahora que tu nombre suena solo a un nombre,
    pienso que un calcetín volteado
    se sigue pareciendo al mismo calcetín,
    guante para un muñón mal cicatrizado
    que no se queja de caricias fantasmas,
    y que si está roto luce exactamente igual
    al derecho que al inverso,
    y apesta siempre a lo mismo:
    seguir caminando.

    19 de julio de 2023
    A Alizée y Medusa les gusta esto.