Al cirujano que escribe poesía nunca le tiemblan las manos y el caparazón de ausencia es un ventanal por donde entran serafines que no saben cerrar las alas. ¿Qué importa los rostros a la hora de resucitar un latido? El cirujano escribe imaginando los corazones de algunos pacientes palpitando en su mano, con sus mimbres enrojecidos como pulpos en refugio. Apenas sabe manejar el bisturí de palabras. Para hacer una operación en vivo al pensamiento humano se necesita una sobredosis de leyenda y él ni siquiera tiene pájaros partidarios. Hay gente que tiene corazón de otro. El corazón de los restos de pan es un pájaro. Yo soy el Pájaro, dice el menor de los serafines y el cirujano se pone las lentes que dinamitan la retina. Son gestos en los que el cerebro tiene la oportunidad de darse por muerto. El poema muere y hay tanto aplauso como álamos. Lo han echado del trabajo por salvar demasiadas vidas y escribe como si los amaneceres siguieran siendo la habitación blanca donde el destino del otro zigzaguea en la cárcel de una pantalla.
[TABLE="class: cms_table, width: 100%"] [TR] [TD="colspan: 2"][HR][/HR][/TD] [/TR] [TR] [TD="colspan: 2"]La rotonda absorbe historias de pájaro muerto. Su núcleo es un roble enjaulado para que los conejos no escarben en la corteza de los siglos que lo habitan perezosamente. Una anciana mirando la sangre de columnas de hipocresía es la terminal de la mañana, su boca de metro absuelto de cerilla. Muchas de mis lágrimas están tendidas dentro, a secarse por la infalible brisa que hay entre un latido y otro. Son como trajes de inocencia que al primer lavado pierden color. Ella me pregunta qué hago tan temprano por estos lados donde la impotencia es un relámpago agrio o vómito que truena. Algunos tubos hablan por ella, saliendo del cuello como pequeños caudales congelados de palabra, es voz de plástico y resina. Te falta la lengua, abuela y el aire que no respiras lo sabe por eso desnivela las colinas de distancia. Un doberman te vigila y te sueña. Un doberman sin párpados, un dios canino que muerde mis ansias de abrazarte.[/TD] [/TR] [/TABLE]
[HR][/HR]Moldeaba circularmente el barro de su propio silencio imaginando una sirena muerta por el frío entre los mapas de colmillos que deja el naufragio de los tiburones ciegos o con ojos agujereados por el cortaúñas del fauno. La palabra diseca el espejo de la anterioridad de mi cadáver, pensó sólo tengo que decir pez para que las burbujas no sean vaginas dispuestas a mutilar la embarrada sombra de libertad. pez,pez,pez. El viento descabellaba los sauces, la semejanza quebrada de los vertederos de llanto. Un pájaro se le sentó en el hombro y enterró su pico en el disco rayado del silencio, el disco de barro entre las mandíbulas ya endeudadas a megáfonos de paz empolvados en el hígado. Sólo tengo que decir pez como si la única perfección a perseguir fuera el ocaso de estos cardúmenes que juegan a ser mi sombra debajo del agua.