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Publicado por Ligia Calderón Romero en el blog Cartas sin destinatario, relatos y retAzos. Vistas: 1039
Verano de 1996, diciembre 19.
El sol en el horizonte ardía como un ave fénix y pronto solo quedaron las cenizas orbitando en cada rincón. La música caía pausada sobre las memorias casi olvidadas entre las sombras y la media luz que. sobre una mesa de ébano, descansaba el pesado paso de los años. Al fondo de la habitación la clepsidra anunciaba el ángelus y en eco, un rústico aparato telefónico a destiempo sonaba.
—¡Hola!
Un breve silencio hizo de la estancia una sala fúnebre, luego…
—¡Hola! ¿Quién habla?
Fingió no conocerlo.
—¡Hola reina! soy tu negro, ya no me conoces.
Nuevamente el silencio.
—Lo siento ya no te esperaba, debo dejarte estoy ocupada, preparo mi equipaje, me iré para la playa mañana por la mañana y regreso el 6 de enero si Dios lo permite.
—Reina, me llevarás contigo?
—No.
Un no rotundo detonaba en el aire.
—No te vayas paso por ti mañana a las seis de la tarde, espérame.
—Tengo todo listo, así que me iré por la mañana, puedes pasar pero no me encontrarás.
—Ya sabes, paso mañana, espérame quieres. Un beso baby, espérame, sí?
Un hasta pronto, como solía decirle antes de desaparecer por tercera vez sin dejar un rastro que le permitiera respirar su aroma por las tardes mientras la acompañaba de la universidad hasta su apartamento.
Como de costumbre, tirada sobre el sofá de cedro amargo contemplaba las luciérnagas tras el cristal, mientras Morfeo se dignaba visitarla. Otra vez la clepsidra. Esta vez, con sus doce campanadas la invitaba a subir hasta su recámara. Bajo los lienzos blancos adornados con guipures rebobinaba la cinta del episodio tras el ángelus, una y otra vez, hasta quedarse dormida.
Ocho de la mañana, el imponente paisaje con su verdor parecía confabularse con la música y la silenciosa compañía al volante, aún faltaba la mitad del camino para llegar al puerto...
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5 de abril, 2012
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