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Con la palabra mirada

Publicado por Melquiades San Juan en el blog Dibujando Voces. Vistas: 764

​Disfrutando de mi recreo en MP.

Uno mira a cualquier lado como si cualquier cosa. Mira, y de repente se encuentra con otra mirada. Una mirada ajena, formal, inexpresiva; como si el mirar no fuera el oficio más propio de ser una mirada. Uno mira y cuando se encuentra con esa mirada, se finge, se hace lo mismo que la otra. Se controlan las facciones del rostro volviéndolos inexpresivos y se deja de mirar, como si ni el uno ni el otro se hubieran apercibido de sus mutuas miradas.

Uno no puede decir qué pasó con la otra mirada, si miró o no miró. Si descubrió algo al mirar o pasó de largo en su recorrido buscando destellos, y fuimos una especie de paisaje cotidiano: mitad muro mitad sombra, calle o sombra, auto en movimiento y sombra.

Y la mirada sigue haciendo lo único que sabe hacer: mirar, mirarlo todo, mirar aquí y allá, perderse en los detalles luminosos y en las formas.

Todas las formas roban la atención de las miradas. Las formas y los cuerpos que se mueven, y los cuerpos que sin moverse nos invitan a mirar.

Ociosa, como la lengua, siempre está, la mirada, pronta a ver y a seguir viendo, y su trabajo parece no tener fin: mirar y mirar.

Tiene un hábito incorregible la mirada: ver a los ojos, y ver otras cosas aparte de los ojos. Pero cuando mira a los ojos y se mira vista por los ojos que está mirando, sucede que activa un mecanismo para mostrarse indiferente las más de las veces; otras veces, las menos, activa mecanismos de comunicación, gestos que contienen un lenguaje sin lengua sonora o escrita, pero muy comprensibles para el que mira.

Cuando las miradas se vuelven a cruzar algo sucede. Las miradas se identifican. Suelen ser bondadosas y festivas. Suelen ser reveladoras de un nuevo mensaje sin lengua, que se comprende en sus intenciones. Las miradas se persiguen, se invitan a mirar. Miran en torno a la mirada y se embriagan de lo que ven.

¡Mírame! –dicen-.

Mírame y no me dejes de mirar porque me gusta que me mires como yo te miro.

¡Ay hambre de mirar!

Si no me miras me muero.

Si no me miras no hay sol y el día se torna hueco y vacío.

Búscame con la mirada, con el rabillo del ojo, con el fugaz parpadeo que juega a preguntar si lo que miras es un sueño o es algo real, si existe o no existe lo que miro; y apréndete los caminos y las horas desde donde te miro y espero que me mires. Pues si me miras y te miro estamos completos de algún modo; y si no te miro, ni me miras, siento que nada somos más que una mirada fría y sin sentido.

Ya las palabras y los tentáculos del rey del los sentidos completarán la faz inexplorable por la mirada. Para que los ojos se cierren y se mire desde dentro. Donde todo se funde como el aire que comparten los alientos del uno y el otro para intentar llenarse los pulmones con sus respectivas esencias.
Para que sea el agua y el polvo quienes continúen la charla de las mutuas miradas.

Mientras todo se cumple como un sueño: mírame mientras te miro, que el mirar... tiene magia.
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