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Échame la culpa

Publicado por Robsalz en el blog El blog de Robsalz. Vistas: 510

Lo había perdido, me lo acababa de gritar en la cara, lo que yo no tenía presente eran los antecedentes, sus antecedentes, tampoco me los dijo él, los descubrí luego, sin querer, como por lo general se entera una de muchas cosas.

La noche en que Ignacio se dio cuenta que yo le era infiel, se puso eufórico, comenzó a llorar sentado en el sillón de la sala, echándome en cara los ocho años que llevábamos de matrimonio, felices al inicio, mientras se mantiene activa esa chispa que se trae desde el noviazgo, pero que poco a poco tiende a irse apagando, aunque la gente insista en decir que el amor se mantiene como el primer día, aunque insistan en publicar en redes sociales que su pareja es perfecta, parece increíble la necesidad humana por llamar la atención y aún peor, la necesidad de aparentar ante los demás que tienen una pareja perfecta, me encantaría preguntarles en la intimidad de su hogar, la cantidad de veces que se han escupido la verdad en sus caras y al par de minutos publican esas fotos solamente para creerse ellos mismos que son felices.

Le ofrecí un vaso con agua, pero en vez de eso, salió por la puerta, reventándola al cerrarla, después de recordarme dos veces a mi madre y escuchar por su propio gusto, los motivos que me habían llevado a serle infiel. Le dije lo que quise decirle y no lo que Ignacio quería escuchar. Era su culpa, él me había llevado a serle infiel, con su comportamiento, sus desatenciones, su manera de demostrar que había cosas que eran prioritarias en su vida y que yo era la eterna medalla de plata, relegada a segundos lugares.

- Resulta que entonces es mi culpa, yo soy culpable de que usted se haya ido a acostar con otro.

Por supuesto que era su culpa.

- ¿Y se lo hicieron bien?, no, mejor no me diga, lo que espero es que no lo haya puesto a dormir en el lado mío de la cama.
- Ve, se da cuenta – le dije de manera altanera- en vez de ver cómo me recupera.
- ¿Cómo la recupero?... la dignidad no viene en empaque.

Yo llevaba cuatro meses de ser la amante de Saúl, nos conocíamos desde hacía mucho tiempo, éramos del mismo barrio, yo incluso era amiga de su mujer, no las mejores amigas del mundo, pero amigas, al fin y al cabo. La primera vez que nos besamos no supe si estaba haciendo bien o mal, era algo fortuito, vino a dejarme algunas cosas y de pronto me había besado, lo peor, yo se lo había devuelto de buena manera y entonces me di cuenta, lo de Ignacio era costumbre, esa maldita costumbre que acaba las cosas que parecían buenas. No veníamos bien desde hace meses, no me tocaba como antes y yo ya empezaba a sentirme en algún punto, bien con eso. Entonces apareció Saúl, de mi misma edad, tampoco con una relación buena, si lo iba a saber yo, Elena me contaba las cosas por las que pasaban, aunque ella trataba de endulzarlas tanto como le era posible.

Por instinto le puse la mano en el pecho y lo hice a un lado, pensaba en muchas cosas, situaciones mías, antes y ahora, la necesidad de sentirme deseada, apetecible, apenas acababa de cumplir veintiocho, estoy en mi mejor edad y entonces cuando la lógica trataba de competir para quedarse como dueña absoluta de mi voluntad, volvió a besarme, a morderme los labios suavemente, a tomarme por la cintura y aunque al inicio hice ademanes para zafarme, eran solo trucos para tratar de hacerme la difícil, en el fondo no eran ciertos, yo misma le di ayuda para que sus brazos me rodearan, no hice el mínimo esfuerzo por acordarme de Elena o de Ignacio, dejé que me besara, que me mordiera, que pasara su lengua por mi cuello, pero ese día no pude darle la cama, no estaba en mis sentidos.

Cuando Ignacio volvió del trabajo, la cena estaba lista y su mujer dispuesta para todo. Y todo, incluía que, a la siguiente visita de Saúl, iba a llevarlo a la cama y contrario a lo que le dije a Ignacio, lo había acomodado en su lado de la cama, aunque la anduvimos completa, sin dejar un pliegue bien puesto, me anduvo a mí, a su gusto, con mis manos como su guía, para que supiera los lugares donde podía explorarme con total libertad.

Acababa de tener lo que no tenía con mi esposo, pasión, me sentía culpable, un poco solamente, el resto de mi conciencia estaba tranquila, lo que acababa de pasar era por mi salud emocional, por liberación, por dejar de lado ese misterio en el que me había envuelto la vida que llevaba a lastras. Este era mi premio de la lotería, saberme deseada.

Cuando Saúl volvió a casa, yo estaba en la sala, en el mismo sillón donde antes había llorado él, con la pierna cruzada, esperando lo que pudiera decirme.

- Mañana recojo mis cosas.
- ¿Así? Solo recoges las cosas y te vas.

Yo lo quería culpable, yo había hecho las cosas porque en mi humilde opinión yo había sido inducida por él.

- Ya tuvo tiempo para hablar y reprocharme las cosas – estaba asustado, yo lo intuía- pero las cosas pueden cambiar.
- No sabía que teníamos la manera de reiniciarnos.
- La hay, pero por lo visto a usted no le interesa.

La siguiente hora estuve escuchando sobre las ocasiones en las que estuvo luchando por nuestra relación, muchas de las cuales las estaba escuchando yo por primera vez en mi vida. Estuvimos reprochándonos continuamente y sin mediar descanso, todo durante una hora, según lo que cronometraba el reloj con forma de frutas que colgaba en la pared del comedor.

La mañana siguiente fue en serio, comenzó a tomar sus cosas y a meterlas en bolsas de basura, su ropa, sus colonias, zapatos… yo estuve recostada en pijama sobre la pared del pasillo, con rabia, con la rabia de verlo irse sin ni siquiera pensar en si lo nuestro tenía o no una solución. Me fui tranquila a la puerta, a verlo meter las cosas en el carro, me quitaba del camino para que pudiera meterlas con más calma.

- Así termina todo, entonces.

No me respondió.

- Solo me queda una duda – se detuvo con la última bolsa en la mano y soltó una carcajada en seco – esto es porque me acosté con Saúl, pero si no lo hubieras sabido, ¿seguiríamos fingiendo que la relación era buena?.

Se metió al carro y le dio marcha en reversa. Sin comentar una palabra. Una maldita palabra que era lo que yo ocupaba para saber si teníamos o no solución.

Con Saúl estuve de amante todavía un mes más, haciéndolo casi todos los días en mi cama, en la que había sido cama matrimonial. Me detuve treinta y dos días después de la partida de Ignacio. El día que me detuve me dieron una noticia que me hizo reflexionar.

- ¿Embarazada?
- Sí – me lo decía Elena con una cara de emoción – tengo siete semanas de embarazo.
- Y Saúl estará muy emocionado me imagino, es su primer hijo.
- Saúl está contentísimo, desde hace quince días que supimos.
- Hace quince días, me parece bien.

Cuando me fue a visitar en la tarde, lo hice echado de mi casa, no concebía la idea de hacerle eso a una mujer embarazada. Eso fue martes, el jueves me tenían la segunda dosis de realidad en una semana, esa me la dio Jimena, una amiga a la que veía muy poco. Ese día me la encontré en el mercado comprando las verduras, fuimos por un refresco de cas y cuando me lo había terminado casi todo, soltó la bomba, con un poco de tos al inicio.

- La gente rumora, pero era obvio que terminaras con Ignacio en el momento en que lo supieras, yo me había enterado hacía un año, pero en este tiempo creí que te habías enterado y que simplemente tratabas de recuperar la relación.

Yo me detuve en ese momento y le di el último sorbo al refresco.

- ¡Dios mío!… no lo sabías, ¿verdad?
- ¿Con quién?
- Con Andrea, cuando Ignacio se fue de la casa, llevaban más de un año de estar de amantes, por eso se fue a vivir con ella.

“Que tal, que tal, que tal, se siente corazón ahora sí te pegaron, es cara, cara, cara la traición y al fin te la cobraron” cantaba Vicente Fernández en la radio de una soda detrás mío. FIN
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