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El herido
Publicado por Chepeleon Arguello en el blog Cositas al viento…. Vistas: 1028
A las víctimas anónimas de una guerra fratricida
Somos carnada sin decoro de la rutina vergonzosa
y para existir sin ser abatidos en la demencia de la guerra,
buscamos lo que intuimos como normalidad en la práctica,
tomando decisiones sin vislumbrar riesgos,
adversidad o el temido dictamen de la sentencia
inesperada de la muerte.
El correo confirmó el peligro en la misión,
aceptamos sin mitigar las consecuencias.
Rumbo a la tierra de nadie salimos
protegidos con la Cruz Roja,
como si fuera un amuleto, talismán de salvación.
Allí estaba él, donde nos dijeron,
con el dolor acumulado en su rostro tierno y
la perforación de bala en su abdomen restándole la vida.
Emprendimos el camino de regreso,
fingiendo calma, vaticinando en silencio el mal augurio.
Detrás de unos sacos de arena, estaban ellos,
con su dispositivo militar, sus chalecos antibalas
y la mirada gélida sin compasión en el semblante.
Nos bloquearon el paso, obligándonos a bajar del camión.
Entre empujones y maldiciones, forzaron su cuerpo
infantil a que se estrellara de cara al asfalto.
Revisaron los documentos, jugaron con sus juguetes
de guerra en nuestros rostros para intimidarnos.
Seguido escuchamos la sentencia que temíamos:
Ustedes sigan, él, ¡No! Se queda con nosotros.
Quise protestar, pero, sentí la mano del amigo en mí
hombro, en su rostro el pánico que me pedía callar.
Las hienas hambrientas
con sus colmillos revestidos de rabia,
de incontenible rencor,
despedazaban el cuerpo del herido
y mientras lo hacían de reojo forzaban sus miradas
en las nuestra, alimentándose de nuestro miedo.
Entre más sangre emanaba, más violentos se enfurecían.
Con movimientos fríos, mecánicos,
vaciaron los magazines de sus rifles
sobre el cuerpo del niño.
Al final, una masa irreconocible de plomo y sangre,
yacía sin movimiento sobre la calle,
rodeada por el semblante de los soldados
extasiado en una sonrisa maléfica.
Nos subimos al camión y emprendimos
la marcha de regreso a casa.
Lágrimas de imposibilidad resbalaban en nuestros rostros.
Logre balbucear la pregunta: ̶ ¿Cómo se llamaba?
̶ No lo sé, respondió mi amigo.
Mientras el paisaje rumbo a casa se descubría igual,
pero diferente, inefablemente para siempre.
A Rogelio Miranda le gusta esto.
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