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Erase una vez una vida
Publicado por Manuel Bast en el blog Manuel Bast. Vistas: 864
(Capítulo 1)
EL INICIO DE LA HISTORIA
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Acababa de regresar de un viaje al extranjero, aunque no era amante de los largos viajes, este lo había realizado apremiado por las circunstancias: un desempleo auto infligido, un reciente divorcio y esa necesidad absurda de olvidar, al menos, los últimos quince años de su vida, alejarse de todo, no ver por un tiempo las mismas caras que conformaban ese pasado del que quería huir. Parece que en buena medida algo de ello había logrado.
De nuevo en su tierra, otra vez las mismas caras, la misma gente y los mismos recuerdos. ¿Qué hacer ahora?, es necesario —piensa— comenzar desde cero, y eso se propone, con sus cuarenta y tantos años a cuestas eso se propone.
Inicia otro viaje, esta vez mucho más corto, tan solo unas decenas de kilómetros a la ciudad de sus hermanos, el motivo: buscar el automóvil que meses antes había dejado allí, el único bien material que le quedaba luego de quince años de trabajo e igual cantidad de años de matrimonio, "al menos —solía decir— algo me ha quedado".
El recibimiento es el esperado. Siendo el menor de los hermanos gozaba de un profundo afecto protector, a pesar de su edad, le veían como un niño, en este caso un niño abandonado y solitario, ese niño que recién acababa de perderlo todo, excepto ese automóvil que añoraba volver a conducir por las avenidas oscuras de su soledad.
Un grato reencuentro con la familia, una botella de buen whisky y unas cervezas, las mejores en comparación con las tantas que había tomado en las consuetudinarias noches de farra en el transcurso de su viaje a la ausencia; ¡y ella!, la amiga de su familia; ella, que estaba allí igual que él, de visita; ella, la que tanto le atraía pero que respetaba por ser una mujer casada; ella, la misma que a pesar de haber cruzado alguna que otra mirada pícara en el pasado, entendía como un imposible siquiera insinuarle algo del deseo de pecar que le provocaba, allí estaba, ¡ella!
El destino, confabulado con la providencia había hecho posible este inesperado reencuentro después de tanto tiempo. Tantos kilómetros, tanta tierra y tanto mar se reducían hoy a unos pocos metros. Esta vez ya todo era distinto, mucho había cambiado; ambos divorciados, necesitados de amor y dispuestos a brindarlo. Ella y él se encontraron esa tarde en la encrucijada al final de la avenida de la soledad por la que ambos conducían en sentido opuesto el uno del otro, sin pensar en cruzarse.
Destino y providencia, razón y motivo que se hicieron excusa, la excusa necesaria. ¡Ya se verá —pensaban ambos— dejemos que el licor surta efecto, por ahora solo miradas complacientes y cómplices sonrisas... pero ya se verá!
Se escucha la música al fondo de la estancia —¡Coño, qué lástima que no tenga con quien bailar!, dijo él y los presentes rieron al unísono por la ocurrencia, a sabiendas que efectivamente sí había con quien hacerlo, precisamente con ella. Todos la miraban, esperaban su reacción incluyéndolo a él, por supuesto. —¡Sácala a bailar!, dijo alguien, a lo que ella responde gesticulando negativamente con la cabeza; tenía que esperar un poco, —pensaba— tan solo esperar un poco más para no hacer evidente lo que ya se entendía como evidente. La excusa para llegar a la acción parecía desvanecerse, ¿Qué hacer? (de nuevo la eterna pregunta).
Las risas, la charla, las horas continuaban su curso para lo demás, pero para ellos el tiempo parecía suspenderse, eran las miradas las que sonreían, las que hablaban, las que marcaban el compás de las horas y las que, de madrugada, consintieron el ansiado beso. Ya todo estaba hecho; los presentes reían al saberse testigos de ese primer beso, el que dió inicio a una nueva historia de amor, a un nuevo viaje con rumbo a lo desconocido. La música al fondo de la estancia había cesado.
Lo demás, lo sucesivo, formará parte de otra historia o quizá, conformará la excusa necesaria para escribir un nuevo capítulo de esta.
Continuará...
A Guadalupe Cisneros-Villa le gusta esto.
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