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Escritor, Barillas Katia N.

Publicado por Katia N. Barillas en el blog EfÍmera ilusión. Vistas: 255

Conmemorando el natalicio (18 de enero, 1867) y muerte (6 de febrero, 1916) del poeta nicaragüense más universal, don Rubén Darío, les comparto de mi antología: “Prosas y Narraciones” – CAVILARES:

102. UN MONÓLOGO CON LA ESENCIA DE RUBÉN DARÍO
(Páginas 328 a 335)


Tu nombre de pila: Félix Rubén. Te apellidaste, García Sarmiento. En la batalla de la poesía, tu antroponímico fue Darío, distinguiéndote del resto de las personas que marcaban las diferencias, al portar, en las bolsas exteriores de sus sacos de lino, espinosas y sedosas rosas rojas; y sobre las alas anchas de sus sombreros, blancos y perfumados pétalos de lirios.

Cantaste, ¡oh cosmopolita!, errantemente a las aguas de los ríos; a Europa, a América, al mundo completo, pero, más, a tu tierra natal. Y, es a su ´Trópico´ y a sus mañanitas, donde tu Musa fue, aquella muchacha gorda y bonita que sobre una piedra molía maíz.

Tu pluma describió paisajes con elegancia, perfume y esencia inaudita; trovas aquellas que ningún otro genio, hubiese podido en la vida, compilar ni diseñar. Y en tu impactante “Retorno”, dejaste sentir, que tu León adoptivo fue a ti, como si se tratara de describir la historia de Roma o la elegancia del bello París.

Y en tu “Marcha Triunfal”, se escuchan los claros clarines sonar y la espada inmortal brillar, al anunciar con vivo reflejo, el oro y el hierro, que vistió al cortejo de los paladines.

Y, en el poema sutil que hiciste a Margarita Debayle, lograste que percibiera -a través de tus ojos- la esmeraldina belleza que llevan en su ir y venir, las encolochadas olas que se alzan altivas, desde el salino y salomónico mar.

Y, en los helénicos versos que compusiste a “Caupolicán”, desentrañas los secretos de la fiera que rugía, en lo más hondo de tu intimidad.

De los pedazos sublimes que denotan en tus “rubénicos” escritos, lleno para vos este papiro; así, con tus “darianas” rimas y la elegancia que trota parisina, desde los cascos de los corceles que anuncian a su paso, tras la tolvanera, las notas intensas de tu musicalidad.

Es con humildad suprema que le dedico mi versar, a la inagotable tinta que aun derrama tu pluma, que palpita pujante -como si estuvieses vivo- en cada poema que legaste a la castellana humanidad.

He tomado nota de cada moraleja implícita que se desborda desde los eslabones que a tus versares me encadenan: el recorrido histórico de los elefantes de la caravana que pasó por la enorme India alucinante; las estafetas reales que sellan las oraciones enviadas desde nuestro interior a Dios, a través del correo certificado, invisible y volátil de la imaginación, con el que ratificamos nuestra sumisa contrición; y los malas de 108 cuentas, con los que solemos en soledad meditar, cuando sentimos la falta de fe, de amor y de humildad; los dromedarios del desierto -caminando a paso lento- en los que la pálida va montada, vestida de ropas oscuras, ¡sí! Ella, la muerte, la doña de la guadaña, a quien se le ve atravesando pendencieramente las quemantes arenas, cuyos granos rojizos se dispersan entre las dunas del desierto, dando forma a tu “Página Blanca”.

¡Oh, glorioso poeta! Eres para mí, el rey que sigue dando la vuelta al mundo, con sus magistrales letras; y de los nicaragüenses, el mayor símbolo de orgullo e inteligencia; de erudición, de sagacidad, de elegancia y destreza.

Tu “nicaragüanidad” es el asta que iza la bandera que aun pernocta, con su azul intenso; ese añil encendido que orgulloso denota, la majestuosidad del sol que baña de luz, lagos y volcanes; y la blancura casta y suprema con que se remarcan, los derechos perdidos de justicia, paz y libertad.

Eres el orgullo que doma y aroma al aliento del horizonte que se tiñe de bruma y niebla; eres como las corrientes de los ríos, que a su paso arrastran piedras -para que quienes oigan el barullo que llevan- sepan, que van camino hacia su caudal.

Eres ¡oh, Rubén!, el prócer, el héroe, que supo luchar con pluma y papel; quien defendió al indio sufrido, con los reclamos que sin miedo hiciste, a la crueldad de la opresión extranjera; así como hizo José Santos Chocano, tu contemporáneo, amigo y colega, al cantarle al Inca en sus peruanas tierras.

Y continuaste el movimiento que dejó a medias Martí, porque tuvo que partir. El “modernismo” fue tu estandarte y lo llevaste a su máxima expresión. Tu liderazgo fluyó con la lluvia de ideas, que brotaron cual manantial de sapiencia, desde la fertilidad de tu imaginación.

Y, te adjudicaron el mote de Príncipe de las Letras; apodo con el que te ganaste la mala voluntad de críticos destructivos, esas atroces aves de rapiña, esos feroces depredadores que, con sus comentarios abominables, hicieron mofa de tu adicción, como si con ello estuvieses quemando tu vasta fuente de inspiración. Mas, al final no pudieron contigo y terminaron ensalzando tu ingenio; perseveraste como ninguno y lograste ganarte, a la larga, su total respeto.

Que sufriste cada renglón que compone las anchas páginas de la historia; palpaste los misterios y los estigmas repetitivos de la llegada de Colón, cuando por equivocación, puso sus pies en las llanuras de América, soberana virgen preñada de grandes riquezas. Tierra plagada de mujeres hermosas, con ojos rasgados y pintados del café intenso que tiene la miel cuando se expone al fuego. Indias de piel quemada como la canela, con cabellos lacios teñidos de ónix, que despedían como una señal -desde lo incógnito de sus escondites- los dulces olores a selvas agrestes; allí, por donde todavía fielmente crecen, vergeles de grande extrañeza; y de dónde se extraen las raíces medicinales: de la manzanilla, de la valeriana; del jengibre, del romero; en donde se abren día tras día, las aromáticas flores de vainilla.

Y destacaste de entre el montón que buscaban llamarse poetas, allá por el siglo decimonono. Hoy, en plena centuria número veintiuno, por todo el mundo hispanohablante, eres motivo de elogio, de estudio y de análisis profundo.

Quienes han declamado tus versos, sienten el orgullo corriendo en sus venas, al haberse sumergido en esa vorágine compleja del laberinto, del torbellino inagotable, que revive lo ignoto de tu genialidad.

El honor, es pues, a tu talento, a esa bendición suprema que dotó de neuronas a tu cerebro privilegiado; provisión y premio que te diera Dios, para el deleite total de la población terrena y con la que, desde hace rato ya, se gozan con júbilo las huestes angélicas.

Déjame decirte, Rubén, que eres poeta laureado, aunque las hojas de laurel no te hayan glorificado; pues -quienes como yo- degustamos el sabor que tiene en su divino romance, cada una de las letras mágicas que dan sentido a los cantares hechos al mar y a la luna, sabemos que todo ello es debido al atavismo engendrado en tu intelecto por la divina herencia del colonizador español.

No desconocemos que fuiste Rubén Darío, el indio de la América castiza, quien hizo uso de un acento francés refinado, tornando rimbombante el hechizo que resuena, en los oídos de quienes rechazan que nuestro idioma es, más rico en dulzura y en sensualidad, que el buen alemán o el intachable inglés.

En mí, has sido y serás la más fuerte influencia de mi soñar. Aunque no he aspirado parecerme a vos ni copiar burdamente la fineza de tu estilo, déjame contarte, Rubén, lo que yo siento al leerte… tus sentimientos vibran en lo hondo de mi pecho, como un péndulo que se mece inquieto, suplicante y a la vez exhaustivo en su existir. Me involucro gustosa y con ahínco en todo lo que sentiste al escribir, así… con el sentido, la emoción y el sentimiento, que diste a cada uno de tus versos. No niego que muchas veces he recurrido al diccionario de la lengua, para poderte entender. Tu sentido metafórico es tan controversial, que debo de releer para poder comprender y atinar en el éxtasis que regirá, la declamación exacta acompañada de cada uno de los gestos, junto a la entonación de los altos y los bajos, que van escondidos entre estrofas y versos.

Y te sigo estudiando, ¡oh, maestro! Mi nacionalidad es: Xalteva, Nagrandana, Chorotega, Caribisi, Niquirana; todas ellas palpitan fuertemente en mí con su corazón guerrero, bombeando orgullosamente el torrente de sangre influyente por las venas de las almas ilusorias, las que se vivifican en cada uno de tus mensajes e historias; allí donde lo amargo y también lo dulce, son sombras que fieles se ocultan, entre las plumas coloridas de sus penachos que realzan con ímpetu, el valiente rompimiento del yugo esclavizante… cadenas sarrosas que corroyeron su existencia.

Y, sobre el pergamino de esa Biblia que da vida a tus instantes memorables, he decidido ensalzar todo lo que nos legaste. Esta savia, donde se almacenan cada una de mis letras, aprende de tus cantatas y de tus nocturnos; de tus elegías y de tus odas; de tus prosas, de tus cuentos; de tus sonetos, de tus sonatinas; de los alejandrinos paridos fervientemente por tu intelecto.

Estuviste, estás y estarás, en las notas de las liras que acompañan la bohemia; en los versares amorosos que hiciste a tu princesa Paca y en cada oda que dedicaras a la voracidad de tu esposa Rosario… la egocentrista garza morena.

“Mi respeto eterno es para vos, Rubén, en cualquier parte del cielo que estés”.

©Katia N. Barillas
www.katianbarillas.com
https://www.youtube.com/c/NOCHESBOHEMIASdePURAPOESIA
https://www.spreaker.com/user/8086024

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