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Hay lugares... debajo del cerezo
Publicado por Engel en el blog El blog de Engel. Vistas: 622
Hoy sentí una extraña ilusión, una sensación íntima desde hacía tiempo desconocida que volvió a hermanarme con el paisaje, la parte de mi vida que descansaba bajo el sol delante de mis ojos. Al notar la luz limpia y cálida que entraba en la habitación de madre, me acerqué a la ventana. El pueblo dormía con un respiración tranquila como si solo tuviese interés por dejar pasar el tiempo, los días, las horas, los segundos.
Hay lugares que logran poner patas arriba nuestra percepción del mundo, logran confundir los meses y las estaciones, logran mezclar los materiales con los que se fabrica la realidad. Son como sentimientos que estallaran en el aire justo delante de nuestros ojos.
En el cerezo que durante tantos años había visto con los ojos de la infancia advertí el brote de nuevas hojas, con un insólito brillo verde y diminuto que temblaba de alegría, que me hizo fijarme con más atención en el cielo despejado, en la proximidad de las montañas en tiempos pasados tan apartadas, en la cordialidad esponjosa de la tierra del huerto, en el rumor tímido de vida que caía sobre la enredadera de la señora Amadora, en la cantilena de los gorriones o en murmullo del río.
Llevaba más de un año sin sentirme unido a la realidad que veían mis ojos en la casa de mis padres. La desgracia de la muerte de papá y la descomposición de las ilusiones habían impuesto una sensación de distancia aguda, de despego irremediable. La casa, el barrio, devorados por el dolor fueron remplazados por nuevos paisajes pero nada brillaba de la misma manera, nada consiguió devolverme el sentimiento de pertenencia, todo parecía crecer y pasar en falso.
Hoy al descubrir los síntomas de la primavera en la calle, desde la ventana del dormitorio en el que mi padre había vivido sus últimos meses, recuperé de golpe la convicción de estar vinculado al paisaje y respiré con los pulmones más limpios y libres. El reposo absoluto interrumpido solo por la presencia de mamá, obligaba a permanecer encerrado en uno mismo al margen del mundo que me llegaba casi siempre a través del oído.
Cerca del río, en la casa baja ahora habitada sólo por mamá, desde niño había oído pasar la vida, pasar al carbonero con el carro y su caballo bajo la ventana, pasar a los hijos de Amadora llenando los silencios de risas o de gritos, había oído tocar las campanas de la iglesia, había oído los días grises del otoño y las horas congeladas del invierno.
Solo la presencia del cerezo en la ventana me había acompañado como una metáfora de su propia existencia solitaria. Por eso me conmovió descubrir nuevos brotes en sus ramas el día que vi al árbol cubierto de flores blancas teñidas con el rosa soleado de la nostalgia.
A mamá las visitas le sirven de ayuda cotidiana pero sobre todo le ayudan en la necesidad de expulsar al pasado y al futuro de sus preocupaciones inmediatas. El porvenir se le ha llenado más que nunca de incógnitas y es mejor no insistir en él, evitar las miradas de larga distancia.
-Mañana será lo que sea pero hoy debes comer bien, conseguir una buena postura en el sillón que esconda el dolor de tu espalda y dormir una buena siesta.-
El cerezo en flor me regaló la sensación instintiva de que tratar de describirlo en un poema o en una carta era la única forma de combatir su inmovilidad. Quería escribir para contarlo, para darle sentido, y a veces, aunque exista una distancia infinita entre las imágenes que se ven y las palabras utilizadas para contarlo, se tiene la sensación de que nada se completa hasta que no está puesto por escrito.
Ahora me doy cuenta de que mamá cuando sonríe no trata de animarse si no de darle una orientación a su dolor, pese a todo, aún es posible mantener algo de esperanza. Ella conoce bien el origen del cerezo y toda la historia guardada en cada cuarto de la casa, sabe cuántas conversaciones, cuántas estrategias para llegar a fin de mes y cuántos sueños desaparecieron dejando pequeñas heridas que iban quedando debajo de la superficie de su rostro.
Sin embargo, debajo del cerezo nadie sabe todo lo que puede caber. Muchas cosas, muchas palabras bellas que nunca fueron demasiadas. De este lado todo lo que interesa mantiene la misma magia de la infancia, las ramas abiertas para recibir el máximo sol posible, los troncos aparcados en la sombra, la fachada cubierta de colores, el banco sentado en la plaza.
La sombra que no aparece que provisionalmente es la mía, apenas se molesta en describir cómo lo arregló todo para este momento. Pudiera parecer que ante esta imagen no tiene sentido escribir poesía y aun si así fuera, desde esta perspectiva primaveral el árbol pareciera estar insertado en un recuerdo del ayer, más bien del anteayer. Si cierro los ojos bailarán dentro de mi cabeza los reflejos de mil carcajadas entre bromas, hay voces de niños, preguntas que llegan como desde muy lejos y detrás de las preguntas, hay risas nerviosas que se van deshaciendo entre caricias.
Al fondo, la casa de mis padres, durante mi ausencia se había llenado de telarañas y hoy las cosas asoman recubiertas por una película ocre. Hoy la casa parecía tocada por algo que no tenía en el momento de ausentarme.
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