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He venido a decirte que me voy

Publicado por Jorge Lemoine y Bosshardt en el blog Mundo poético de Jorge Lemoine y Bosshardt © Todos los Derechos Reservados. Vistas: 390

Las razones del amor son siempre explicables.
¿Cuáles son las del olvido?
Si me disecaran el aliento hasta
el último nervio, si me desmantelaran
piedra a piedra la mirada
como un edificio hasta no dejar una
sombra, si emprendieran el recuento
de mi alma con las más minuciosas
tijeras el diagnósico sería: amor
El veredicto sería la vida.
Tú tienes otra página que escribir tal vez más solitaria. Pero quizá encuentres más sonrisas en tus lágrimas de las que en la garganta esperas. A lo mejor un día te levantas con un anzuelo de luz, por la mañana, y vas a abrirle la puerta a un camino fecundo que te llama e invitas a entrar a la primavera y abres la boca turbia de los roperos prohibidos y echas a volar puñados de música por el aire de la casa y abres las ventanas para que salgan huyendo las incrustadas soledades.
Me voy como el que huye de un incendio. No quisiera despertarme lejos y preguntarme por el desastre sin saber responderme y tener que huir de mi huida durante el largo camino de la cobardía.
Quiero dejar una jornada con pies de honestidad. Quiero una travesía sin estelas como heridas una partida sin dolor irremediable por la espalda.
Las lágrimas son inminentes. Lo hemos dicho tantas veces. Pero por este arduo recorrido tus pies se han hecho árbol y los míos agua. Vos te quedas y te moran pájaros yo me voy y me habitan a veces unos cielos reflejados. Las piedras de la ruta acomodaron nuestra identidad irrevocablemente. Irrevocablemente alas, ya no me quedan anclas, el viento del otoño me desgarra los mástiles del corazón mis venas se hinchan con demora, hay horizontes en mis ojos que emigraron hace mucho.
La vida no tiene perdón para la vida.
Mi alma zarpó a una nube hace ya tanta partida. Ahora me toca a mí que me quedé demorado a acomodar algunas cosas que lloraban o llorábamos demasiado.
No nos juntamos para vivir, sino para amarnos. El amor era la vida. A veces partimos de la vida para recuperarlo pero ya el tiempo nos pide la cuenta de nuestras cosechas. Hay horizontes verdes en mis sueños.
Pongo tu foto sobre esta página mientras escribo, así es más decírtelo, más vivo, más serlo, y esta carta no se vuelve uno más de los tantos mohos que nos derrocan, un poco más del inconfesado armamento de la traición.
Quise oponerme a la sequía a veces con obstinación de cacto. Mis espinas te picaron. Me volví lagarto y repté por tus días con silenciosa muchedumbre de vacío, entonces me pisaste porque no me veías, me intenté alacrán para asustar tu pie y tuve miedo de serlo demasiado, sólo me quedaban los pájaros y quise volar para adornar con algo de poesía nuestro páramo desértico y no hice más que levantar el vuelo para inventar un rumbo de rosa y vi a lo lejos (en esos lejos que nos pasan a veces tan cerca) un jardín incalculable de flores que yo no conocía. Entonces supe que siempre había sido ave y recordé ese jardín que venía buscándome inmascarablemente por entre brotes y altares y tránsito de despedidas.
He venido a decirte que me voy, que me he ido que tal vez nunca he estado aquí. Nada de eso es verdad. No existimos hasta que no encontramos el espejo. El que fui te quería. El que soy no te ha querido nunca. Por lo tanto debo haber venido a decirte que estoy muerto que Rolfi ha muerto que se transformó en pájaro carpintero y se metió dentro de un tronco y nadie puede ahora adivinar cuál de todas las flores del árbol soy. Para qué contarte que hay una abeja que salió del corazón del oro que sabe mi flor y viene a veces a encerrarse conmigo?
Cada vez estoy menos triste, me cuesta pero creo que es inapelable, que estoy obligado a vivir rotundamente, que las anclas que pesan más que el barco tienen algo de suicidio. Sé que fundé mi zozobra en la isla de otro navegante. Buscando leña y fruta para abastecernos encontré la mía, había un paisaje que reconoció mis ojos, huellas que llamaron y saludaron a mis pies. Vengo a dejarte la fruta y la leña.
Allá lejos me estoy esperando a comer me estoy esperando a vivir a besar a ser a crecer. Encontré la tierra de mi raíces. Nunca sabía por qué era estas abejas; allí las dejé, había tantos pétalos. Y ese hondo zumbido en mis ojos como el de los caracoles... ahora sé de dónde traía la canción.
Debo pedirte perdón por la tormenta que me arrinconó en tus costas, por haber encallado en tus dientes por haberme quedado a pernoctar en tus isla, por no ser en fin ni un buen piloto navegante ni un buen carpintero para arreglar el casco roto de mi embarcación. Ahora me voy, dejo un poco de devastación en tus selvas estragos de hachas en tus troncos, me llevo en mi estructura un poco de tu madera he calafateado mi buque con la saliva y la sangre de tus plantas y después de agotar tus racimos me voy dejando los pecíolos desnudos.
He venido a que me digas que soy un hijo de puta. Ya lo sé.


JORGE LEMOINE Y BOSSHARDT
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