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La pluma
Publicado por Pessoa en el blog El blog de Pessoa. Vistas: 852
ENSOÑACIÓN EN UN PATIO CORDOBÉS
(Recordando cierta música de Rimsky-Korsakov)
Una
pluma.
Una pluma
suave y negra,
córvidamente negra,
desprendida del ala abierta
de un poderoso ángel negro,
descendía en pausados remolinos,
agitando leve -caricia casi-
el aire densamente perfumado
del jardín de los violines en flor.
Rozaba en su ligero volar
las cuerdas adormecidas,
los cuajados vientres sonoros.
Y este roce -casi caricia- producía
una música celestial,
recordando aquel su origen
en el brillante ángel negro,
desalado y silencioso.
La pluma, en su pausado, rítmico vuelo,
aderezaba amaneceres y trinos, adormecía las fuentes.
Tristes sauces llorones entrelazaban sus flecos verdinegros
con las bárbulas y el cálamo
en recatados incestos.
El sonido nocturno de un galán de noche
aroma puro, latido de su flor blanca,
acarició algunas notas discordantes.
Plácido pez entre sonidos navegando
la pluma requirió de pasiones y jinetes.
Arábigas legiones de centauros despertaron a su paso.
Su cadencia, ahora agarena, musitaba plegarias,
reclamaba inciensos aromáticos.
Los susurrados sonidos cual de argénteos añafiles o caricias
trocaron en espanto,
desenterrando cadáveres,
concitando negros insectos lejanos,
agonizando, acallando
las oscuras voces de las marmóreas estatuas.
Gumias y cimitarras, vírgenes de toda sangre
zumbaban en sus delirios de fuego,
negros moscardones vidriados.
Revueltas aguas trizaban
el aire augusto de la noche,
los negros moscardones
hacían vibrar los espejos.
El silencio impuso la paz y su aroma de jazmines.
Los violines y las estatuas callaron.
El ángel, poderoso entre los suyos,
extendió su brazo.
Tomó la pluma escapada
y la volvió a su regazo.
Todo fue ya un diminuendo,
un plácido agonizar
de los añafiles de plata,
de los violines tañidos
por los vibrátiles insectos negros.
Los jinetes agarenos envainaron
sus cimitarras sonoras,
las curvas gumias callaron.
En el nocturno jardín de los violines en flor
los amantes sus endechas susurraron.
Yo tomé entre mis manos un brillante,
delicado insecto negro que tejía
con sus alas los arpegios.
Lo dejé en las rojas azaleas
y regresé a mis silencios.
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