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La vorÁgine y mi imaginaciÓn

Publicado por Hejaran en el blog El blog de Hejaran. Vistas: 473

BASADO EN LA NOVELA LA
VORÁGINE, DEL ESCRITOR
JOSÉ EUSTASIO RIVERA.​

LA VORÁGINE Y MI IMAGINACIÓN

Para
entenderme
con la mujer que quiero,
tuve en cuenta que nada supe
de los deliquios embriagadores
ni de la confidencia sentimental,
porque fui siempre el dominador cuyos labios no
conocieron la súplica, y siempre ambicioné el don
divino del amor ideal.

Para que mi alma
destellara en mi cuerpo,
como la llama sobre un leño,
hacía mucho tiempo había renunciado
ya a la esperanza de sentir un afecto puro,
y no hice como algunos que se hincaron ante
muchas mujeres, implorando un amor
misericordioso.

Lo mío no
fue un amorío fácil,
si se entregó fue por amor y lo
hizo con muchas vacilaciones, porque
en su mente temía que su desgracia se oponía a
mi porvenir, por eso me propuso.

-Toma mi suerte, pero dame el amor.

Aquella noche
tuve por confidente
al insomnio, en mi desvelo
veía parpadear las estrellas
y el follaje de las palmeras que
el viento hacia inclinar ante la noche
clara, y un silencio infinito flotaba en el ámbito,
azulando la transparencia del aire, mientras mi
amada dormía con agitada respiración.

Entonces tuve
reflexiones agobiadoras,
pensando siempre en la jovencita
que quería inmolar mis pasiones, amparada en
sus sueños de gloria, y sus ansias de triunfo.

Mi mente
me recordaba
que el lazo que a esta
niña me une, lo anuda el hastío,
atribuyéndole lo que en ninguna hembra
descubrí jamás.

Saciado el antojo
qué mérito tiene el cuerpo
que a tan caro precio adquirí,
aunque reciba el calor de su sangre,
estaré tan lejos de ella, como la constelación
taciturna que se inclina sobre el horizonte.

En ese momento
me sentí pusilánime,
no era que mi energía
desmayara sino que empezaba
a invadirme un fastidio silencioso
siempre que la observaba desnuda,
pero después de las locuras de poseerla qué
seguía.

Sentía que este
amor me estorbaba
como un grillete, si al
menos fuera menos agraciada
y menos bisoña, nunca había visto
mansedumbre semejante, lo raro fue
que después de poseerla, se quiso apoderar
de esa libertad de espíritu que yo no estaba en
condiciones de perder.

Desde
la silenciosa
alcoba veía cómo
unas sombras intermitentes
se movían, como si alguien
las aguijara, y resolví conseguir un
cocimiento de yerbas para bajarme
la tensión.

Sabía que el
escándalo ardía,
ávidos por las
murmuraciones de
nuestros malquerientes,
parecíamos que huyéramos
de un fantasma, cuyo poder
se lo atribuíamos nosotros mismos.

Ya entrada la noche me manifestó:

-Estoy convencida de que te canso.

No le respondí
hasta el otro día,
que multipliqué las dádivas y
estreché el asedio.

Entonces,
en agradecimiento,
se lanzó nuevamente
a mis brazos y me dijo:

-De ti no quiero nada,
busca por el mundo
un alma que no sea infame
como la mía, que nada espero de ti.

Mientras
recostada a una
enorme matera, yo la poseía,
ella con una mano convulsa arrancaba puñados
de yerba, enfrentándoseme
recalcó:

-Crees que no advertí
ayer tus persecuciones a la
greñuda que no te quitó el ojo,
y que seguramente has seducido
más de una vez; déjame que contigo
no iré ni al cielo.

Hubiera deseado
mantenerla abrazada y
agradecerle sus celos, en cambió
le pedí:

-No me hables
más de esa joven,
y menos en un instante
como este.

Una claridad
rojiza se encendió
de súbito, y al lado de donde nos
amábamos, surgió el insomne reflejo.

Entretanto
continuábamos
acariciándonos en silencio,
en mi espíritu penetraba una
sensación que fluía de las constelaciones
cercanas, y otra vez volví a recordar que esta
niña se había hundido irremediablemente en la
mitad de mi ser.

Podía comprometer
mi edad, y hasta la razón
de mis ilusiones; porque cuando
reflexionara ya no habría quizá a quién
ofrendarlas, o dioses desconocidos ocuparían el altar
a que estaban destinadas.

El amor que me
servía de remordimiento,
era el lenitivo de mi congoja,
a pesar de que iba tan bien como
la semilla que impulsa el viento buscando
la tierra que la espera.

Parecía que hubiera
triunfado su timidez,
y las consecuencias que
imponen las cosas irreparables,
aunque no te ame como quieres,
decía, serás para mi el hombre que me
enseñó y me hizo experta, no como otros
que lo único que hicieron fue entregarme a la
desgracia.

Por eso no
podré olvidar
el papel que has
desempeñado en mi vida,
tú sabes que soy ridículamente
hermosa, y el amparo que ahora te pido
no es el de tu dinero, sino el de tu corazón.

Entonces le pregunté:

-¿Por qué me
imploras lo que me
apresuré a ofrecerte de
manera espontánea?,
si por ti dejé mis anteriores
amores y me lancé a la aventura
de tu amor, cualesquiera que fueren
los resultados, y te pregunto si tendrás valor de
sufrir y confiar.

-La adversidad
es una sola, y nosotros
seremos dos, -me respondió-.

Al oír su respuesta le dije en tono despectivo:

-Pareces hermana
de las nueve musas- y oí su risa
sarcástica, que me pareció un alivio para su
nerviosismo.

Un instante
después añadió:
-Seguramente nuestro amor
es tan imposible como desear
que esta noche salga el sol- y emprendió
la única carrera de la cual no me hubiera gustado
presenciar su partida.
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