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Los crímenes de Bianca (Romeo)

Publicado por Robsalz en el blog El blog de Robsalz. Vistas: 70

- Cierto, tienes razón, hay nombres que definen a las personas.

- Pues si es así, Larry, este chico debe haber sido un personaje digno de conocer.

- Lo era, ciertamente que sí. Era una persona de esas que la vida te pone solo una vez, porque los astros no son para todos – Larry miró a su alrededor, puso voz melodramática y continuó – por eso el mismísimo William Shakespeare usó su nombre para una de sus mejores obras.

- Romeo – suspiró el otro.

- ¡Oh, Romeo!, ¡Romeo! ¿dónde estás que no te veo? – y los dos hicieron un minuto de silencio mientras degustaban la cerveza.



Diario de Bianca, página 23

De hace mucho tiempo lo conocía, ya van varios años, aunque nunca fuimos de sentarnos a hablar de corrido, un saludo, alguna conversación en el almuerzo, pero fuera de eso, muy poco de lo que yo recordara que hablara con él. Pero en esas pocas veces que conversamos me quedó claro algo, Romeo es un diamante de persona, una exquisitez de educación, un ejemplar que engalana por todo lo alto lo que debe ser un humano. Es alguien simple, tan transparente que no aparenta lo que no es.



Titular de Noticiero

Aumenta ola de crímenes en el país.



Recorte de periódico

Hombre joven es hallado muerto en Parque Central de Alajuela a altas horas de la noche, no se detalla la presencia de testigos en la escena del crimen.



Anotaciones de Larry

Era un tipo de buen ver, un buen partido, la clase de hombre que a una chica le gustaría presentarle a mamá. Me pregunto cuántas Julietas habrán estado rondando cerca en busca de este Romeo.



Diario de Bianca, página sin numerar

Creo que cuando por fin nos sentamos a hablar, a pocas personas he conocido con el ímpetu de este muchacho, su disposición, su sonrisa, su elegancia que es lo que más le admiro, porque viste tan bien y sin embargo sigue teniendo pinta de ser un amor de persona. Nada más equivocado que la opinión que tiene de sí mismo, y si como él piensa es cierto, eso de que a muchos no les cae bien, yo no entro en ese grupo, a mí me gusta la gente con energía, con amor por la vida. Es un hombre amable, que se olvidó de llevar su tristeza al frente como carta de presentación, marcado por la vida de sacrificios que llevó en su etapa más joven.

Pocas veces le veo el color amarillo, ese que simboliza armonía y que tan bien le iría en su armario.



Encuentro en el bar

- No entiendo – Larry lo miró con cara de estúpido – si opinaba tan bien sobre Romeo, ¿por qué lo mató?

- Sabes, pedazo de imbécil – el otro miró atónito – a veces, solo a veces, el ser humano es tan salvajemente animal que vemos en los demás, cosas que nos gustarían reflejar a nosotros.

- ¿Envidia?

- No, no tiene que ver con envidia.

- ¿Qué es entonces?

- Anhelo… – el otro se quedó sin entender – hay gente que irradia felicidad y cuando nosotros queremos eso para nosotros mismos, no es envidia, es anhelo de ser mejores, hay gente que nos inspira a ser como ellos. Eso se llama: ganas de aprender a vivir.



Diario de Bianca, página 8

Imagino que los padres de este muchacho habrán sido ávidos espíritus de la literatura, de ahí debe haber venido su nombre, que significa “peregrino”. Ese significado explica las diferentes etapas que él ha debido superar para llegar hasta dónde está en la actualidad y ser la persona perseverante que es.

A Romeo lo encontré en un gimnasio y no es que yo vaya a esa clase de lugares, pero cierta amistad me pidió retirar unas cosas y la casualidad es algo tan certero que rara vez no hallamos a quien ocupamos. Ahí estaba ese chico, tratando de entender cosas que habían pasado, fantasmas que se niegan a irse de su vida, amores que naufragan entre las dudas. Tantas veces ha buscado una Julieta y no se da cuenta que Julieta únicamente es una manera de morir, porque así es el amor, una cadena perpetua que llevamos en el alma.

Salimos charlando del lugar, el reloj casi daba las siete de la noche, a esa hora los sonidos son más leves, las nubes se detienen casi por completo para mirar a las personas. Entonces lo entendí, Romeo ya tenía una Julieta, su amor por la vida.

De repente parecíamos dos amigos de siempre, hablando por aquella acera, contando cosas que nunca diríamos frente a nadie, Romeo me contó de amores que guardaba en secreto y yo le narré algunos pecados que habían llegado por cosas de la vida, por situaciones que nadie espera, pero que llegan.

Entonces tropezó, resbaló y golpeó una de las rodillas contra el filo de la acera, nos sentamos, me permití mirar para chequear que no fuera grave y le ofrecí una pastilla que llevaba conmigo para el dolor. Todos merecemos que un ángel se aproxime y nos saque de nosotros mismos, se la tomó con total confianza y fue cuestión de unos minutos para que el opio hiciera efecto, quedó aturdido, sin poder levantarse, me pidió entre risas que lo ayudara a llegar a su carro y así lo hice, pero no podía permitirle manejar así que yo tomé el volante, continuó riendo a más no poder y sin querer me empujó de manera que casi me salgo de la vía. Entonces lo empujé contra su asiento.

- ¡No nos llevemos así! – me gritó.

Empezamos a discutir y desgraciadamente la paciencia no es uno de mis fuertes. Así que frené el carro, busqué entre las cosas que llevaba en mi bolso, volví a sentarme y giré mi brazo derecho. la bala había atravesado el pecho de Romeo y ya no reía, ahora se quejaba del dolor, metí el dedo en el hueco que había quedado en él y lo abrí con mi mano derecha tanto como pude, con la mano izquierda acomodé la pistola en el lugar que estaba ya abierto, la dirigí hacia el lado derecho de su cuerpo y entonces realicé el segundo disparo. Estuve con él hasta que sus manos dejaron de apretarme y supe que había descansado de sus dolores. Limpié mi sudor, conduje cerca de una hora hasta llegar a la ciudad de Alajuela, di varias vueltas alrededor del parque hasta que no vi a nadie cerca, era casi medianoche. Bajamos, bueno, en realidad bajé yo y luego bajé a Romeo que parecía un borracho sujeto a mi hombro, nos sentamos en una de las bancas que está frente al museo y lo acomodé.

Quedó acostado en posición tranquila, puse una rosa sobre su pecho sujeta por sus manos y me devolví a la capital. Al día siguiente hablaban los noticieros sobre el cuerpo de un muchacho con una rosa, como si aquello fuera un acto ceremonial o estuviera sacado de alguna novela romántica.
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