No sabía.

No sabía llorar, ni contar las lagrimas

con el ábaco de las pestañas

y me enseñaste a repasar con creces

el testimonio de los ojos a la hora del diluvio.


No sabía cuidar de la sangre

con el fuego de tu boca comprendí…

el camino era de mano en mano

que el huracán mece las hojas

y el árbol no se cae afianzado de raíz.


No sabía jugar las cartas del miedo

esa serpiente implacable que segrega su veneno

en el eco que retumba en la antesala del infierno.


Solo sabía del terror contemplado en cajas vacías

y me hiciste ser maestro del delirio,

en la arritmia arrinconado entre ecos de salivas

y las heridas que calan hoy en día.


Sabía del vástago del águila el destierro

de lo fácil que es herir en la inconsciencia

sin desapego… ni ninguna escala de remordimiento.


No sabía cuando dejar el nido,

y comprendí que el vuelo hacia lo desconocido

no era solo de las aves,

que las alas se ganan ignorando el dolor

agitándolas con fuerza y superar la cuesta.


Geber Pérez.