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Para la "sal", de "azúcar".

Publicado por Claridad en el blog Soy Claridad Divina. Vistas: 566

Ella estaba sumergida en una inmensa alegría. Cada parte de su vida era una esperanza que ni yo misma podía alcanzar a creer. Era alegre, noble. Su piel era blanca como la leche y su cabello castaño claro era enredado, pero muy bonito. Recuerdo cuando no alcanzó a recoger su mochila y sus botas...le di las mías para ayudarla pero no las quiso.


Caminamos varios metros y las hormigas ya estaban haciendo daño en sus pies. Aun así, seguía caminando y riendo. Yo no podía entender eso. Ella podía reír y podía llorar a la vez. De inmediato quise ser su amiga, porque una mujer como tal debía ser muy especial. Se llamaba Magdalena, así como mi río, así como las aguas que culminan en el mar.


Compartimos varias sombras juntas, aguaceros con rayos y truenos que nos asustaban a la dos. Más a ella que a mí porque al menos yo no podía escucharlos y esa era la envidia que ella sentía de mí. Pero yo, ansiaba todo de ella, y ya que el viento se escapó por las ramas de los escondites, supimos amanecer con las credenciales de nunca más ignorarnos.


Fue tal el apego, que nos decía la "sal y el azúcar", por su puesto ella era la "sal" porque siempre conservaba la calma para todo. Sabía conservar muy bien el optimismo y la buena vibra. Yo era el azúcar. Por lo general me consideran una mujer muy dulce. Creo que para mi concepto, siempre he sido insípida, pero ella decía de mí que ya estaba pasada de dulce, y eso, me hacía reír. ¿"Pasada de dulce"? -Le decía yo- y con mi típica pregunta "¿por qué?" y su respuesta era que en mi alma había silencio, pero era porque podía decir las cosas con la verdad de la ternura. Yo, no sé qué quiso decir en ese momento, pues nunca me había mirado desde la óptica de alguien que nunca estudió señas para comunicarse conmigo, Aunque no fueron necesarias las señas. no, ni ya no lo serán más.


Ella está ahora sumergida. Atada de los pies con una cuerda que sostiene una piedra grande. Sí, ella desapareció con su risa en el río, ya no mi río, ahora es de ella en su nado por siempre su espacio ahogado, muy libre al fin, abandonada allí.
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