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Perfiles Psicológicos (Aló ¿911?)

Publicado por Robsalz en el blog El blog de Robsalz. Vistas: 96

He estado pensando que existe la posibilidad de que el grupo de Vinicio y Nicolás tenga razón esta vez, tal vez sí necesito algo, algo que claramente no consigo en su totalidad con el abogado, porque con él no tengo la frecuencia de esparcimiento que necesito para escapar de mí misma. El ser humano es una especie animal demasiado domesticable, por eso la religión y la política siguen ganando adeptos a nivel mundial, ambos bandos nos ofrecen la solución futura a nuestros problemas, la esperanza de que las cosas pueden ser mejor de cómo son en este momento, aunque pasemos toda la vida esperando esa mejoría. Y, aun así, yo entraba en ese grupo de esperanzados, por eso me vería con él durante la tarde de Halloween, después de salir del trabajo, para espantar ciertos demonios que la abstinencia coloca en la mente de la humanidad.

Justo el fin de semana Vinicio había ido a desestresarse al concierto de aquel grupo del que dedicaba las canciones a las mujeres que lo despechaban, Morat. Me lo imagino coreando mientras recordaba a algún amor que había pasado sin pena ni gloria por su joven vida.

Apenas era lunes, amaneciendo, un lunes donde ni las gallinas ponen y Augusto empezaba la semana recordando anteriores etapas de su vida, etapas donde conversaba con los muertos y donde los piercings y el trabajo lo habían llevado a los caminos de la corrupción, de los que no sé si es capaz de salir (su madre tampoco lo sabe). Esta semana el equipo estaba disminuido, Enrique tenía toda la semana libre por vacaciones, así que sus risas eternas y aquellos colores cálidos y claros que usaba al vestir, no nos acompañarán, y Donato viaja el jueves fuera del país como regalo por su cumpleaños, regresa hasta el miércoles siguiente, para celebrar Halloween en la oficina. Va en viaje familiar, cosa que no evita que sus locuras viajen con él. Durante la ausencia de Donato, Regina será la encargada de ayudar a solucionar todos aquellos líos que pudieran presentarse, su subcomandante a bordo designado es Paolo, o eso entendí.

Evangeline llegó ese martes con dos juegos de mesa, uno que en mi opinión servía para convocar espíritus, con mensajes en pentagrama y referencias a Mefistófeles. El otro, sobre vampiros y cosas más livianas y espirituales.

- Cuénteme ese trauma.

- No es ningún trauma – le aclaré. A Tadeo le daba cierta gracia el que yo cerrara la puerta de esa manera, con cuidado, como si al soltarla fuera a romperse en mil pedazos, como los corazones cuando son traicionados. Lo había hecho así desde que entré a trabajar y pensaba continuar de esa manera.

Cuando más tarde regresé de los baños, estaban Paolo y Tadeo en la recepción atendiendo unos asuntos, entonces Paolo me miró y riendo me advirtió:

- La estamos viendo.

Dichosos, qué suerte tienen de que una mujer como yo se aparezca frente a ellos para iluminarles el día, cuántos hombres desearían estar en su lugar. Mientras tanto, en el escritorio de Nicolás no se escuchaba ni un latido, aquello era el silencio, un alma joven que no movía los labios. Las aguas volvieron a sus cauces naturales el miércoles, cuando Vinicio y Sandra aterrizaron en la esquina impulsando el ánimo de Nicolás que corrió para observar aquellas fotografías libidinosas que Sandra guardaba en la galería de su teléfono y de las que Vinicio se encontraba ya aprovechando la vista. El miércoles había casa llena, porque durante tres horas teníamos charla sobre primeros auxilios, yo quise llamar al abogado para practicar con él o al morenazo de recepción de la planta baja, ¡uy papito!, pero no se podía.

Lo que sigue a continuación, trataré de narrarlo todo lo mejor posible que se pueda, puesto que durante la charla no se permitió el uso de teléfonos móviles, por lo que no pude tomar notas, así que ruego que mi memoria me ayude.

La señora encargada de la charla llegó puntual, para iniciar a las nueve de la mañana como Dios mandaba, pero le faltaban mis piernas contorneadas, aquella sonrisa erótica de Amalia, las caderas de Regina, la vestimenta atrevida de Sandra, la melena refrescante de Isabel y aquellos pechos indecentes de los que presumía Evangeline, es decir, no estaba tan mal, pero andaba muy lejos de los cánones de belleza de la oficina.

Durante los primeros veinticinco minutos, Tadeo se deslizó por el lugar en un ir y venir, entraba y salía, entraba y salía, parecía un ratoncito ansioso dentro de una cocina repleta de comida, hasta que, por fin, cayó en razón de que debía tomar una silla y poner atención, justo cuando eso sucedió entró Mateo, que hasta el momento no había asomado las narices por aquel sitio, se sentó junto a Tadeo, al lado derecho de la puerta de la sala de reuniones. Regina fue designada como asistente en jefe, tomada para los primeros ejemplos de los ejercicios y aquí debo ser sincera, temí que luego de la tercera vez que se acostaba en la alfombra no pudiera levantarse, pero lo logró sin mayor esfuerzo.

Treinta minutos y la encargada ya le había pedido dos veces a Donato que no emitiera respuesta ante sus preguntas al grupo, dado su estudio en enfermería, pero aceptémoslo, cualquiera que conozca a Donato sabe que él y el silencio no se conocerán nunca en esta vida. Entonces llegó lo inconcebible, tomaron a Sandra como ejemplo sobre una carrera de cien metros, yo no la pondría a correr ni veinticinco metros, me daría miedo que cayera desmayada al suelo por el esfuerzo. Mientras aquello pasaba, Alfonso estaba jugando con su silla, llevándola en reversa para dar campo a los que se iban acostando para los ejercicios, parecía que estuviera practicando para su examen de manejo.

Cuando Regina terminó de servir como conejillo de indias fue el turno de Tadeo y debo admitir que al momento de acostarse pareció ganar altura, pero la ilusión óptica terminó cuando volvió a ponerse de pie.

Durante su época escolar, Amalia debió ser la chiquita que interrumpía la lección, porque cada cuatro minutos levantaba la mano izquierda y daba un saltito para pedir la palabra. Entonces se explayaba durante dos minutos para hacer una pregunta que al final podía formular con cuatro o cinco palabras. Se nos explicaron los conceptos de los dos tipos de consentimiento que existen en primeros auxilios: implícito y explícito, pero a mí en particular, me sonó más el segundo, porque la mayoría de las cosas explicitas son más divertidas para la vista y para el cuerpo.

Giré mi cabeza hacia la derecha de la mesa y ahí estaba Romeo, extasiado con aquella charla, porque se le estaba mostrando un mundo que él desconocía, estaba maravillado con la terminología de los primeros auxilios, con todo lo que aquello incluía, se sentía como un niño que solamente conocía el sabor de las verduras sin sal y de pronto alguien le daba una hamburguesa o un trozo de pizza, para que su paladar degustara otros sabores. Lo de Romeo era amor a primera vista, era ilusión y así lo mencionó un par de veces, para que a nadie le quedara duda. Por eso cuando la charlista le pidió que la ayudara con uno de los ejercicios, Romeo no lo pensó dos veces, se puso de rodillas junto a Regina y comenzó con lo que se le pedía, que era examinar el cuerpo para corroborar la ausencia de hemorragias o huesos fracturados, pero la pena le ganó y le falló el ímpetu para tocar el cuerpo de Regina, la caballerosidad acababa de dar un paso al frente y la tocó con la mayor prudencia posible.

Fue el turno para Amalia de acostarse en la alfombra para ser examinada por Evangeline, pero la memoria le jugó a esta una mala pasada y Evangeline terminó por olvidar el diálogo y las acciones que debía llevar a cabo. Aquí Donato hizo un par de observaciones sobre todas las acciones de vandalismo que Evangeline podía ejercer en aquel momento, como si esta tuviera la cara de un asesino o un ladrón desalmado. Ya eran cuatro las ocasiones en que la señora a cargo le pedía a Donato no responder para darle la oportunidad a otros de aprender, y Alfonso entretanto, decía de la forma más descarada que esperaba temas más interesantes, luego aclaró que la charla era de su agrado, pero ya era algo tarde.

Llevábamos poco más de dos horas en estado claustrofóbico, veinticinco almas en una sala de cincuenta y cuatro metros cuadrados y el ambiente le pasó la factura a Augusto, que divagó poniendo un ejemplo de qué hacer en un eminente caso en que alguien estuviera lastimado durante una balacera.

- Lo primero que yo hago es esperar a que termine la balacera – le dijo la mujer, que detuvo su charla por el sudor en el rostro de Augusto mientras analizaba aquel caso hipotético. Con eso aprendí que, en un caso de emergencia, Augusto no era la mejor compañía que uno podía pedir.

Se acercaba el último ejercicio, la postura lateral de seguridad, también conocida por sus siglas PLS. Al llegar aquí, la encargada miró hacia la izquierda de la sala y encontró en Vinicio y Sandra los asistentes perfectos para llevar a cabo aquello, habían pasado toda la charla en absoluto silencio, lejos de las risas y el ambiente que los caracterizaba. Y todos estuvimos de acuerdo, todos menos ellos dos, claro, se miraron un segundo y con una sonrisa contestaron que pasaban de lejos por aquella aventura, pero estaba Nicolás justo a la izquierda de Sandra y fue a Nicolás a quien le tocó servir como herido en ese último ejercicio.

Pero resulta que Nicolás es un pésimo moribundo, estuvo riendo mientras lo giraban y hubo que repetir el ejercicio tres veces, hasta que por fin pudo resistir la risa y le pidieron a Paolo que colaborara. Ahora bien, Paolo había estado aquella mañana envuelto en sus propios brazos, con frío y para cuando le solicitaron ayuda, el enfriamiento que sentía ya era algo extremo, se levantó, se fue al lado de Nicolás y con un modo elegante y acertado hizo lo que debía. Con eso se daba por finalizada la primera charla sobre primeros auxilios, sí, la primera, porque parece que recibiremos una charla mensual durante al menos un año, para que certifiquen a la oficina.

Antes de irnos, Evangeline pidió la palabra y preguntó si la sangre era parte del cuerpo humano.

- Pues sí – le contestó con asombro la encargada de impartir la charla.

- Es que verá – le contesté yo con buenos modales – nuestro querido enfermero dice que no.

- ¿En serio?

Así quedaba demostrado que aquel almuerzo de unas semanas atrás lo habíamos perdido de manera injustificada, mediante un robo vil y descarado. Y colorín colorado, este borrador se ha terminado.
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