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Perfiles Psicológicos (En un pequeño motel)

Publicado por Robsalz en el blog El blog de Robsalz. Vistas: 161

Bianca Martina Luengo Baeza. Escorpio. Bianca porque mi madre era amante de aquella empresa estadounidense con un ratón como ícono. De ahí tomó mi nombre, basada en una de sus obras, “Bernardo y Bianca”. Nacida un dos de noviembre de mil novecientos ochenta y nueve, en Alajuela. Para mis amigos soy Bica, para los que no me soportan, soy Martina y para mi papá, soy Bin, porque a diferencia de mi madre, nunca le gustó la factoría del ratón. De mi abuelo heredé el gusto por el trabajo, era capataz en una hacienda, mi abuela en cambio era clarividente aficionada, por unos cuantos pesos, le leía las manos y el café a aquellos ingenuos que esperaban noticias de sus familiares difuntos.

Soy la metiche de la oficina, así me ven, no es una definición propia, pero peores cosas me han dicho en la vida, y estoy segura de que peores opiniones están por venir en lo que me quede de andar por estos valles. Aquel día se respiraba paz en la oficina, exceso de tranquilidad, tanto que se habría escuchado la caída de una hoja, si hubiese sucedido. A Romeo lo había topado en la puerta, contento, con una sonrisa natural que le salía de dentro y una chispa adecuada en los ojos, vestido de blanco, con el color de la pureza que reinaba en su conciencia; dichosos aquellos que no cargan pecados en su alma y pueden vestirse con colores claros, yo no puedo hacer eso. En los escritorios, Isabel y Evangeline estaban en modo concentración, una sin pronunciar palabra y la otra, escuchando los Juegos de París, que yo también escuchaba. Al otro lado se encontraba Mateo, que justo ese día por ser quincena era el Adonis del lugar, el vagón de los deseos. Estas últimas semanas reinaba Sión, había suplantado a Sodoma y los días pasaban sin aspavientos.

La esquina había amanecido en silencio, Nicolás y Vinicio estaban bien sentaditos cada uno en su sitio, sin desconcentrarse, sin emitir sonido, hasta que Sandra irrumpió en el lugar y con ella llegaron las palabras, las risas, las carcajadas, entonces Vinicio dejó de revisar el celular, lo revisaba con sumo cuidado de que nadie lo mirara, pero Isabel le hizo la observación de que parecía que ocultaba algo de lo que no quería que el resto del mundo se enterara. Ahora hablaban de las citas con desayuno incluido, sobre los colores de cabellos, sobre los sitios donde Nicolás podía acompañarlos y sobre cumpleaños que podían celebrarse como Dios mandaba o no, depende del punto de vista. También llegaban Enrique, con una cara seria que poco a poco fue cambiando, e Isabel, quien hizo una sabia observación sobre el hecho de que cuando volvían de viaje Sandra y Vinicio, este último siempre llegaba con un bronceado en la piel que se notaba, pero Sandra no, la piel no le cambiaba de tono, tal vez sus zonas bronceadas eran cubiertas por sus ropas, pero eso solamente lo sabía ella. Amalia tuvo la gentileza de sentarse en el mismo escritorio con Evangeline, Isabel y yo, algo que nunca pasaba en la vida, seguro quiso sentirse bien acompañada, trató, pero no pudo observar el voleibol masculino de playa, Youtube no le quiso colaborar.

Yo había amanecido con dolor en las rodillas, el día anterior casi tuve que tirarme al piso para que Regina accediera a jugar una partida de videojuegos conmigo y con Evangeline, porque no estaba acostumbrada a jugar con otras personas, según dijo, prefería jugar en solitario, pero al final la convencimos, fue eso o la habíamos cansado con la rogada que le hicimos.

Como dijo Evangeline “que Dios no me ponga en tentación, porque me conozco y sé que voy a caer”.

- Yo estaba volteada en el vientre, no pude nacer normal – dijo Sandra.

- Eso explica muchas cosas – aclaró Enrique mientras se reía. Porque a veces la naturaleza nos da las explicaciones que necesitamos.

Paolo se encuentra en Suramérica, pero a diferencia de Sandra y Vinicio que van por satisfacciones físicas, él anda por cuestiones laborales, mismo destino, diferentes formas de viajar.

- Esta vez fue un viaje light, doc – me dijo Vinicio con la mayor seriedad que su rostro era capaz de mostrar.

Yo miré a Isabel que estaba atenta a la jugada y le dije:

- Isabel, vea esos rostros – Sandra se puso de pie - ¿usted cree que esos dos rostros son capaces de hacer un viaje light? – Isabel soltó una risa, pero prefirió no responder.

- Es cierto – me dijo Vinicio - además debo decirle que, si recuerda, la vez pasada Sandra me dejó dormir en el piso mientras ella aprovechaba la cama – claro que yo lo recordaba – pero esta vez fue al revés.

- Pero imagino que usted no la usó para dormir, no me vaya a decepcionar Vinicio - tomó la botella con agua, bebió un sorbo y luego volvió a sus deberes laborales.

La semana anterior habíamos terminado un ciclo, aquella tarde quedamos de vernos antes de la hora del café, en un pequeño motel en la capital, cerca del Hospital San Juan de Dios, a cuadra y media de distancia, disponíamos de cuarenta y cinco minutos antes de que el experto en leyes tomara el bus. Para hablar existían los sistemas de mensajería, y aunque algo hablamos, el grueso del rato lo dedicamos a otras cosas más propias de aquella habitación alfombrada con vistas al Parque La Merced y sábanas blancas en la cama, una televisión de pantalla plana y una ducha con agua caliente, por la que él pagó el equivalente a diez dólares americanos. Yo lo ayudé a relajarse y él hizo lo mismo conmigo. Y todo pasó allí, en un pequeño motel.

- No quiero saber dónde le clavan los alfileres – le dijo Isabel a Sandra, cuando esta comentó que le tenían un muñeco vudú en algún lugar de La Mancha. Pero Sandra sí, ella sí sabía dónde le clavaban los alfileres.
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