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Todo me lo comí. Fui apilando en la garganta todas
las cosas. Y en un momento comprendí que irte sólo
podía aprenderlo en el instante inapelable
de cada vez más la lejanía. Aprendí a que te fueras.
Ay Chalita qué putamadre es la vida.
Yo sé que un día tejerás mis hijos. Los hombres sólo
servimos para que las mujeres. Pero creo que como un
día tu cuerpo acudirá a morir un poco en el amor de
la semilla, redondo sobre la raíz de la luz, hembra,
tu labriego entrañal que me propague por tu sangre;
así, virgen mía (porque además, y sobre todo, virgen de
mí); así, como tú, madre, te duplicarás en el
nosotros vivo que vivas; así, siento que el alma
es un país infinito donde oigo el rumor de las
raíces que me he venido el amor.


JORGE LEMOINE Y BOSSHARDT
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