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Puerta Nro. 25: La calle de los gatos
Publicado por Princesa ciega en el blog El Palacio. Vistas: 1412
La calle de los gatosDe no ser por ti jamás hubiese conocido la calle de los gatos. La bauticé así uno de esos días durante el amanecer, en los que bajábamos de casa en un silencio somnoliento, mientras el indigente y su docena de gatos yacían detenidos bajo las cornisas, solemnemente erguidos como esfinges, cerrados los ojos como Cleopatras reencarnadas.
Caminarla es como soñarla. Se vuelve más y más angosta con cada paso. Las casas altas se van cerrando sobre la cabeza. Al final es poco más que un callejón.
Es una galería, una habitación llena de cuadros viejos donde quedo atrapada dentro, caminando entre los marcos, desapareciendo en uno y reapareciendo en el siguiente, en cada puerta abierta, en cada ventana medio ajustada. La vida de todas las personas que allí habitan no duran más que mi mirada.
A veces paso fugaz cuando los amanecidos, botella en mano, se reúnen en la angostísima acera siguiéndome los pasos con los ojos. Me recuerdan que hay algo de impredecible y fatal en su última curva, mis pies van marcando la incertidumbre, la violencia de La Vega.
Antes me era indiferente, pero ahora que no estas
me inquieta un poco.
Aún así sigo bajando por la calle de los gatos.
Algo de nosotros quedó escondido en las madrugadas, en el asfalto, en las casas altas con sus jardincitos colgantes; algo quedó esculpido en esos gatos, algo vuelve cuando la camino.
Un instante de nosotros vuelto paisaje.
Aveces - sólo a veces - hago inverso el recorrido. La subo después del atardecer a pasos rápidos, sintiendo el miedo que me inocula la calle desfigurada por la noche con sus luces citrinas exhaladas por los postes de luz, cuando los amanecidos apenas comienzan su velada y sus pupilas me siguen con la determinación de un lobo.
Nunca me acompañaste a subirla. Nunca lo harías.
No me lo hubieses permitido jamás y lo entiendo.
Lo entiendo cada vez que llego al final, en donde me detengo bajo el último de los bombillos y lanzo la mirada al otro lado de la calle, a la oscuridad del terreno baldío que no deja ver las luces de los edificios más allá, al monte alto, al barranco al lado del camino
al vacío inmenso antes de casa.
Lo entiendo por lo mucho que se asemeja al punto en el que ya no somos nosotros, por su parecido a la muerte.
Entonces, bajo la última de las luces, me guardo las manos en los bolsillos.
Y echo a andar.
apresurando el paso.
A selenschek manfred y Emp les gusta esto.
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