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Elegía a Victor Emilio «Chato»

Tema en 'Poemas Generales' comenzado por carlos lopez dzur, 26 de Marzo de 2008. Respuestas: 2 | Visitas: 739

  1. carlos lopez dzur

    carlos lopez dzur Poeta que considera el portal su segunda casa

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    25 de Febrero de 2008
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    In memorian: a mi hermano

    Fui primero por él, la oveja negra
    de tu casa, zángano infantil
    lleno de lodo... ¡él era mío!
    él que se dio postín con la noche y la gavela
    y a todo dijo adiós y supo irse
    con alegrías de zorro por los montes,
    con la boca rabiosa y satisfecha.

    Un día, cuando tú estabas ausente,
    casi olvidándolo, yo mandé por él
    al herodes de la Muerte
    y lo hice beber sangre de sus hígados.
    A Chato lo premié con el honor
    de estar conmigo y saqué las tulangas
    de su boca soñadora de dulzura
    y lo mandé al hospital, a costa de su ira,
    sus maldiciones y odio...

    A él sí me lo llevé.
    De tí no quiero nada todavía.

    II.

    Tú conocíste ya las zonas del carácter.
    Eres menos frágil, gozas
    con emociones subterráneas
    y tus ojos están abiertos noche y día
    y te atarea el destino
    y juegas a las consignas.
    Huyes de mí, me eludes, aborreces
    mi sombra, me apaleas, me versas
    morringuero y cotudo.

    Es difícil matarte y darte palos;
    te lanzas entre farolas por una muerte digna.
    Crees que mereces el mundo que no tienes,
    uno justo, solidario, placentero,
    donde haya dignidad bajo los soles,
    donde haya amor con oleajes de luna.

    Tú sí eres un listo, Carlos, aún en quebranto
    y por eso te abjuro, no te quiero.
    A otro elegiré que pueda herirlo;
    a otro que te hiera cuando muere.

    III.

    Yo voy hasta las sombras
    donde crecen las audacias del ánimo.
    A los más pintados, tatuados de jenipa,
    descabezo, los tuerzo.

    Yo quito la ilusión de sus imágenes,
    sus qualias alterados, sus victorias,
    visiones alucinatorias de escondite.
    Si ellos, con los dedos me mienten
    por seudafia, yo les pudro los dedos.

    Al montonero, con metralleta en mano,
    con el tiro de un cobarde, lo descuento.
    Cosido a balas lo dejo por gracia
    del más torpe cagarriche con gatillo.

    Yo voy más allá de tintes de copey y jagua.
    Ninguno se me esconde, ninguno sobrevive;
    yo les pudro las caras, yo les quemo
    con pústulas el rostro y hago del ácido
    la sed de la epidermis;
    con cirugías estéticas no me elude nadie.
    Yo hago polvos las máscaras, Palilo.

    Todo el que huye es mío.
    Todo el que canta, jactado por fáciles alegrías,
    dirá elegíacamente: ¡Muerte, me cagaste!
    Me gustan los inocentones y los temerarios.
    El que no quiere morir, me enoja y tienta
    y yo voy y lo mato, lo persigo.
    Le doy mi dulce trago amargo.

    Soy el dolor de muelas de muchos valentones,
    guapos de esquina, curros de barrio.
    En las cárceles me doy festín, suplo
    navajas y fileros largos.
    Al guerrillero lo mato en la manigua.
    Al policía granuja, como al patriota artero,
    los sumo a los heroicos pendejetes
    a los que mato, yo soy más narco que el narco,
    yo soy el hampa insorbornable de la Muerte.

    IV.

    Fui primero por él, la oveja negra
    de tu casa, zángano infantil
    lleno de lodo... ¡él era mío!
    Tú lo querías porque fue como el niño
    que no crece, crédulo, soñador,
    caprichoso; a cada niñaja de su rumbo
    quiso engañar con besos, acostarlas,
    olvidarlas, tirarlas de su lado
    (yo estuve con él, viendo su lado oscuro;
    yo comencé a ser Herodes al matar su inocencia;
    yo te pegué con el martillo en la frente,
    ¿recuerdas? te noquié, te levanté
    aquel chichón que fue como tu marca ciclópea
    de espíritu, un ojo de ajna chakra,
    señal de tu monte mágico en la muerte.

    Usé su mano de niño,
    su temerosa mano; por golpearte lo premié,
    lo hice majo, azotador, travieso,
    más fuerte que tus versos,
    más fino que tus oídos, ya por sí agudos,
    pues han soñado lo sagrado en la pobreza,
    en la santa y fuácata casa del maestro.

    Tú lo querías y se fue, lo quité
    de tu lado para que no se llenara
    de palabras ni de libros, como tú...

    ¡No sabes, Carlos, como odio tu silencio
    desde entonces; no sabes cómo odio
    tus palabras, Carlos, tus lamentos!

    V.

    Siempre rondé la casa de la asmática
    (la mitad de la muerte es dolor y agonía).
    A Yuyita, tú la querías como a tu propia alma.
    Así querías a Chato, el más travieso,
    la oveja negra de tu casa.

    Una vez le quemaste el pelo, ¿recuerdas?
    Tiraste kerosene en una esquina
    del fogón cuando él se arrimó, desprevenido,
    al fuego; tras las tres piedras calientes, víste
    las llamas subiendo a su cabeza
    y te asustaste; víste su muerte.

    Yo soy la muerte traviesa
    y contigo también juego y me plazco.
    Yo fui en el gas, tu mano, quise probarte;
    entonces supe que hasta la vida darías
    por él, tú lo querías.

    Por eso lo abrazaste y corríste a él,
    lo llenaste de besos y apagaste
    cada greña encenizada, casi llorando;
    ¡Te asustaste, pendejo! ¡Pobre Carlos!

    ¡Así son mis simulacros, niños importunos
    como flamas; a riesgo de coquipelarse
    con un puño de fuego; no así los infiernos
    que tengo prometidos!

    VI.

    Una vez se tostaba el café,
    o más bien, los garbanzos que como té
    beberían aquellas sangüijuelas adventistas
    que el Sábado alabaron, ¿recuerdas?
    se alababan a sí mismos, sí, mentira
    y, además, bebían de tu café y de tu trabajo
    (¿qué palabras dieron a tí, mi pobre Carlos?
    sino clamores por tu arrepentimiento,
    el Juicio Final viene
    y a Dios te encaras, con corazón rebelde,
    emplazando el fin del asma
    de tu madre; al pastor dijíste, mentiroso).
    Se fueron siempre bien servidos,
    orondos, anchos, de tu casa.
    Llamaron el reposo su joder, prohibir,
    gesticular, adoctrinar y hacer predicaciones...

    Desde siempre los odiaste; eras un listo,
    caramba, detrás y por delante de tu tez de rosa
    y tus pequeñas manos, debajo de esos ojos
    que lloraban, pese a tanto miedo
    y fastidio e himnos fatuos.

    VII.

    ¡Cómo me gusta la guifa de matadero,
    la tristeza de ese trecho final,
    después de la agonía!
    El enfermo que ya no combate
    y perdió las ilusiones
    y se entrega a mí, ya suplicante.
    ¿Serás tú otro bohemio acobardado?
    El, marido golpeador, inspirador
    de ajenos lloros y terrores, al dolor temía
    y lloraba él, en lecho de amarguras difuntales.
    Como bebito desvalido y desvelado, al fin
    gritó sus postraciones, me dio sus alaridos.

    ¿Cómo harás cuando seas tú
    el que deba morirse y estés tendido?
    ¿Serás dulce otra vez, te estarás quieto
    y estoico, o azotarás con tus manos
    el cráneo que arde con el infierno vivo?

    No lo sé aún. Te gusta el fuego.
    Antes de reclamarte, yo pondré
    mucha ceniza, Carlos,
    en tus cabellos y tus bigotes.

    Entonces, recordaré
    las zonas de tu infancia,
    semillas de tu carácter.

    Tú atizaste la leña
    bajo una enorme paila,
    tú, niñajo, hacendoso en quehaceres,
    por amor a tu madre...

    ¡Para tí, como juego sería
    y hacerlo, en largas horas, solitarias,
    menear los granos
    y echar tus ojos a fantasmas espirales,
    ángeles del humo, visitantes de fuego,
    y largarte con ellos, quedo, callado.

    Con dedos intrusos dentro de la olla,
    seleccionabas tus garbancillos tostados
    (para tí, sabrosos, semicrudos).
    ¡Qué pueril tu delicia al comerlos y mascarlos
    y ver las llamas y cantar al humo
    y sentir los olores y danzar con el viento
    y, finalmente, echar la azúcar,
    oh, azuquita mami, hasta que hierva
    y sea negra la jalea como una oveja,
    granos del descarrío, dolor
    desmenuzado a caspucias, a despellejo.

    Sobre un papel de estrasa, ¿recuerdas?
    tendías tú el granerío, tu menjumje;
    se tendrían que secar las semillas oscuras
    del café o el garbanzo.

    VIII.

    Danzaba él, mamito en las discotecas,
    hábil en el meneo, guisaba la figura del donaire.
    Usó el pelo como Sandro, aquel puma argentino,
    y cantaba sus canciones, imitándolo.

    Debbie, la gringa, fue su chica más hermosa
    y ella lo amaba como a nadie, se casaron
    pese a él ser ingrato, ofensivo, violento.

    Se aferró al circo de amigos y parranda
    y al pretexto, con las copas me calmo,
    con la coca y otras viejas me alimento.
    En farra lo fue perdiendo todo,
    su bella casa en el Viejo San Juan,
    su apartamento, su mujer,
    sus amigos...
    y hasta perdió el trabajo
    y fue a la inopia, enfermo, avergonzado...

    Por compasión, esencia del amor mío,
    lo reventé con cólicos biliares
    y le sequé la boca y le dije: No bebas,
    te lo ordeno; ni sufras ni repliques.
    Yo soy el Lobo y depredo.
    A su linda cabellera,
    del negro más intenso, la desgreñé
    con prematuras canas;
    sus cachetes chupé
    como ebrio que escurre la botella.

    En fin, yo soy la ira hepatálgica.
    No respeto ni rostro ni quijada.
    Tumbo y tiro como a moco al que me place.
    No serías tú, Carlos.
    De tí no quiero nada todavía.

    IX.

    Cuando danzas, tú...
    el que todo lo sufre y lo perdona,
    cuando cantas, muchas veces callaste,
    Tus tonás no son de mi fandango.
    Bebes y jodes a ratos,
    pero tus vinos no son de mi cova.
    No se te puede hopear ni echar diabladas
    ni de habladas ni gritos; no soy
    lo que has llamado Tu Zorra, tu poema.

    Me has odiado, quizás, antes que yo.
    Me has detenido para quizás amarme;
    me has olvidado quizás para quererme.

    Contrario él, en horas muertas,
    vas hucheándome con tus perros blancos.
    Entonces fui por él, la oveja negra
    de tu casa, zángano infantil
    lleno de lodo... ¡él era mío!

    1984 / Del libro «Yo soy la muerte» (Obsidiana Press)

    *
    http://www.geocities.com/baudelaire1998/soylamuerteUSE.jpg
     
    #1
  2. SorGalim

    SorGalim Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Un poema muy especial, llena de recuerdos fuertes y tristes de una vida.

    Gran elegía.

    Saludos
     
    #2
  3. carlos lopez dzur

    carlos lopez dzur Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Saludos a tí. Muy agradecido por tus comentarios. El poema es muy especial para mí.

    CARLOS
     
    #3

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