Isabel

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Isabel y yo, estos claroscuros me lo recuerdan, bajo estos tonos de luces sembramos en manada nuestros besos. Me rasco porque desde entonces me pica eternamente la cabeza. Me muevo porque sólo lo inmóvil es eterno. Las dos y doce de la madrugada. Cabeza mía rayada de veredas y tristeza, como esta palma que me brota de albañil. Escribir, escribir para esa agonía de lectores. Cada segundo horadan sus ojos, gota a gota, mi tiempo. Isabel, cabes desde aquel beso que llovió tu labio hasta mi palabra, realmente me la asesinó.
Fue aquel beso tan despacio, flotando dentro del beso caracol, que fue esa noche donde pudimos comernos las palabras. Y heme aquí sentado recordándolo, tratando de organizar el mundo con palabras en este remolino de quietud. Quiero otro beso de aquella noche, pero más adormecido, a todos los siguientes les sobraron mis parrafadas.
Dos y veinte, arriba el vecino, los pasos del abuelo abstraído que tose, me levanto, paseo por donde cada noche la amo, desde la ventana intento adivinar cuántas estrellas escarchadas salen hoy en esas alturas inflamadas, abrazo con la izquierda la coca-cola, abro la otra mano y estoy yo, nadie por la calle, afanados ángeles doblando el cielo para guardarlo, atmósfera cerulina limpia de vocecillas, no necesito los otros, que no, por eso quiero aquel beso, miro al cielo y sueña mi boca con tener sed para pedirme le permita ser los dos agua, agua para siempre.
Dos y treinta y dos cuando me siento de nuevo. Sólo el ruido del papel
cuando se escribe y las alondras que dormitan en el alma. El reloj, la lámpara, los crepúsculos, el filo de un ordinario cuchillo de mesa, que se alarga. Mis lectores me mezclan con el aire, el agua la luz y las sabanas. No entienden porque en humano me atornillan. Escribo: “..nuestro beso humanador…” y me temo que no. Me iré a la cama porque quizá ese verbo no existe, tendré que aprender a saber siempre lo que quiero enseñar, o si invento un nuevo verbo, explicarlo siempre al revés. Isabel llevaba tejida una sonrisa la noche que partió. No pensaré en nada, cerraré simplemente los ojos y empezaré a besarla por aquel beso que de boca a cabeza me picó. Isabel, ven de nuevo conmigo, que tengo secos los ojos y me quedo quieto esperándote, que he retenido en vuelo un puñado de besos sólo por verte soltarlos. Me tapo arrastrando las sabanas hasta las orejas. Olor hippie hay en la cama. Su beso aroma de calor que hace surgir otro beso sin asidero me tatuó. No sé cómo tomarlo. El beso entre comillas, el beso entre camillas, el beso en febrícula, besos rápidos, cortos, deslizados a la velocidad del jabón, besos a la izquierda, a la derecha, definitivamente sus labios, porque sus besos gestan flores. Isabel de piel melocotonar, ven hasta mi cabeza, que siempre te alejas en mis cerrados ojos hacia donde la fantasía cierra persianas borrando oraciones, no entiendes que esta noche tengo las palabras adelgazadas en mi boca, que únicamente quiero escribir en tus oceánicos ojos con la tinta que usa el cielo para sus estrellas. No entiendes, Isabel, no entiendes, apriétate más, apriétate más, que seguiré escribiéndote más allá del último grito…




Chus

 

unnn UN PLACER PASAR POR AQUI.UN ABRAZOTE

 

Hermoso relato.. una oración... una súplica al silencio de una presencia....sin palabras. Estrellitas de armonía....

 

Otro abrazote para ti, Rosa, y muchas gracias por tu lectura y comentario.
Chus

 

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Armonía es tu contestación de lectora curiosa, armonía tu sonrisa.
Armonía es una palabra poderosa, benigna. Muchas gracias por tu amable comentario. Un saludo, Chus