Miguel y los otros

La puerta se entorna, lévemente, entonces
asoma la cabeza y mira, repitiendo esa
pantomima eterna que por hábito ignoramos.
Desde mi mesa lo miro atravesar el bar,
altivo y displicente, elegante casi.
Solemnes inclinaciones de cabeza, y su nombre,
sonando divertido tras la barra o desde el fondo.
Pasea una crítica mirada sobre los billares,
donde la baja luz blanca se detiene en su calva
al extender él su experiencia sobre el paño.
Se aquerencia en algunas mesas, después me mira.
Se acerca y se sienta frente a mi.
El es uno de los últimos seres míticos,
capaz de prodigios impensados, amador incansable
de mujeres de leyenda, tripulante de una interminable
travesía de sueños y quimeras.
Mago que transforma el mantel en planisferio,
para descubrir la ruta de una aventura, atravesando
arrugas que son fronteras, repitiendo una y mil
veces los mismos nombres, los mismos hechos.
Después, con el café entre sus manos, vuelve
a ser hombre otra vez, y por un momento,
en sus ojos se decubre el trozo de tierra
olvidada, que desde hace un tiempo lleva el
nombre de su hijo. O la cara de una mujer
ida, de esas que se siguen amando sin porqué
y para siempre.
Entonces, antes que una lágrima brote, sonríe,
y vuelve a ser esa sombra del bar, eterea,
insustancial. Ese que me asombra codeándose
con cosas tan materiales como mi lapicera,
un vaso, o el hombro de algún amigo.

 

Sensible retrato, que te define como un buen observador de la naturaleza humana
y de sus interiores y fantasmas, estimado Aldo;
Buena pluma, donde plasmas también esa definición de Miguel con tu mirada comprensiva;
un saludo cordial,
edelabarra

 

Gracias por tus elogios, un abrazo. Aldo.