Epifanía musical

Cuando el tiempo labró la ida inevitable del primer ser sobre sus dos piernas, lo hizo correr y en su trayectoria logró diferenciar los sonidos que se lazaban entre pisadas a ciénagas y derrumbamientos de ramas. Cuando Mozart pronunciaba parte de su nombradía, al tiempo de susurrar: “Chrysostomus Wolfgangus, ¿en qué estarían pensando?”, se sentaba en el Menuetto, Allegretto-Trio, asesinando así su sonata, mientras leía una carta abandonada de su amigo Nepomuk. La rapsodia en sus diecinueve partes perturbó más a Liszt que a Mozart en su réquiem, y como tremendo escalón de lo que se profana, emergió del suelo, como un cráter, la penumbra del piano sostenido en una habitación empolvada, en medio de la casa, sobre Bayreuth. El hábito alimenticio que proclama el verbo musical se presenta, a veces, más indecente que las olas del Lanzarote cuando se acuesta el día. La osadía de Wagner se desnuda frente a Roma para proponer su modestia, y como Valquiria de Odín, se desmantela el llanto taciturno que escondiese toda mitología nórdica. La aparición indefectible que prevé el instante armónico, éste que fluye como necesidad esperanzada por nuestras almas, es más sutil que la llegada inverosímil del cuerpo desnudo, o la soltura de un beso tomándose una boca femenina, es más triste que la falta del sentido que dibujaba Beethoven, es el vaivén que nos ensambla en la toma de lo que se encalada.

 

Tu prosa es descriptiva de manera tal a imaginarme escenas, me encantó en especial esta" la penumbra del piano sostenida en una habitación empolvada", sabes...Sentí cierta melancolía. Está de más decirlo, pero, escribes de una forma increíble. Como siempre, es un placer leerte. Un beso y estrellitas. =)

 

Gracias, mi querida Eddy. Ha nacido en ti una de las mejores intérpretes de mi poesía.

Un beso enorme,
Nicolás.