Dos Viejos

Entre la gente que hace cola en la puerta del banco, hay una pareja de campesinos muy viejos, pero briosos en actitud: Ella, delgada y vivaz, de baja estatura y tez color otoño labrada en finas arrugas. Él, delgado también, pero bastante alto y, aunque criollo, sus mejillas hundidas y sonrosadas, evidencian su ascendencia extranjera. La paciente actitud del hombre, se me antoja la de un individuo de esos, sumisos, no por el paso del tiempo, sino a fuerza de reprimendas por mal comportamiento y otras contravenciones conyugales. Ambos visten modestos y pulcros.

Ya dentro, sin decirse palabra, ella espera sentada en una tarima que hace de base a tres mástiles de banderas ausentes, y él, guarda su lugar en la lenta cola que van desglosando tres cajeros; que de vez en cuando bromeaban sobre fútbol u otro tema con algún cliente de los tantos conocidos (casi todos). Cuando le toca su turno a la pareja, la anciana se adelanta hacia la caja, a la vez que su compañero se retira a un lado de la fila, donde siempre dócil y de pie, procede a esperar a su mujer.

Ésta cobra el dinero de ambas jubilaciones y se vuelve a su asiento-tarima. Allí divide parte del mismo para los distintos gastos y pagos que habrá de efectuar en el pueblo.
Y a él, a quien llama con una breve mirada autoritaria, le entrega unos billetes y el “apunte de los mandados”, indicándole parcamente: “Ahí tiene para el tabaco”.

A continuación, salen los dos, cada cual por su lado, con rumbos de acuerdo y con el favor del mismo destino que, “contra viento y marea”, los mantiene unidos a través de tantos años. Mismo que luego los hará coincidir en algún punto para rumbear juntos “pa las casas”, pienso.

Yo me quedo saboreando imaginariamente los hoscos pormenores de esa relación, desgastada quizá desde su mismo inicio por discrepancia temperamental más que física. Vínculo que supongo, además, se mantiene en pie por puro recato marital o por capricho o por solapado amor. Vaya uno a saber.

Me sonrío al pensar, si actualmente los hubiere, en sus tratos carnales a regañadientes: Como inicio del huraño galanteo, me lo imagino a él diciendo: “Me va a dar un beso ¿o no?”. Y a ella respondiendo: “¡Deje de embromar, haga el favor!” O tal vez, él recurra a la manera más simple y arcaica de seducción: en silencio y total oscuridad, su mano en rudo tacto bajo la sábana, conseguiría sin más la complacencia ‘obligatoria’, diferencias aparte, de la buena consorte que sabe que así debe ser y concede y se concede tres minutos de redención sentimental, para, culminada “la chanchada”, inmediatamente volver a contender: “¡Sálgame de encima de una vez, viejo cargoso!”

Por mi parte, no sé si tendría el coraje de mantener toda la vida tan elemental concilio. Sin embargo, a lo largo de similares reñidas relaciones, he visto a varios ‘desconformes’ llorar amargamente la pérdida de éstas, y transitar rememorando, solitarios, las viejas andaduras de los dos. Tenaces algunos en su discordancia, mascullando cosas como: “Aunque pa poco sirviera, por lo menos estaba ahí”.

Viendo hoy a estos dos viejos, confirmo que entre muchas, el costumbrismo es una imperiosa forma de perpetuidad que adopta el amor. Así que, definitivamente, a lo de ellos yo lo llamaría, envejecer de amor.


©Juan Oriental

 

Excelente narrativa, profunda y filosófica que arrastra al lector de a poco,hasta verse inmerso hasta el cuello en ese mar tan bien entramado, excelente paisaje costumbrista y cotidiano con puntual y certera moraleja.

Un gusto leerte compañero.

Saludos

 

Me atrapaste con la lectura, te felicito. Recibe mis saludos y mis estrellas a tan buen trabajo.

 

Muchas gracias, amigo.
Hasta siempre.

 

Muchas gracias, Cesar.
Saludos,