Entre tú y yo

Entre tú y yo

Tú no sabes de versos,
ni te gustan los versos,
ni te llegan al alma.
Ya no se escriben versos, además;
pasa por ser ridículo el que haga poesía,
y por eso ha de hacerla como un vicio secreto,
como una secreta y oscura perversión.

Tú no sabes de versos,
tú encarnas el espíritu de los tiempos que corren.
Cuando oyes pronunciar la palabra poesía,
bostezas sin recato
y te alejas un rato para espantar el tedio.

Yo en cambio, ridículo irredento,
en silencio te canto.
Yo en cambio veo en ti un raudal incesante de misterio
que corre ante mis ojos y por mis pensamientos.
¿Quién eres? ¿Quién eres, mi muchacha prosaica?
Habitas como algo trivial entre las cosas comunes de la vida
Y, sin embargo, eres tan insondable
como el beso invisible de la brisa, en esta tarde tibia. . .
Y así, ante el asombro del enigma que eres
quiero pasar mis días, sin respuesta.

Te levantas, miras por la ventana:
todo es igual que ayer.
Te recoges el pelo.
Te ves en el espejo:
Hay un pliegue en tu rostro que ayer no se veía.
Hoy tomarás un poco más de agua y estarás más sonriente – te propones–,
y retomas la marcha por la orilla del día. . .

Y yo. . . y yo no estoy contigo,
pero te veo andar entre tus cosas con pasos de paloma
y tus cosas están dentro de mí.
Te siento pisar descalza por entre la arboleda de mis pensamientos
y asomarte a hurtadillas a la alcoba de mi corazón.

Soy tu poeta, soy tu ridículo poeta, dulce dama,
para eso no hay remedio.
Veo un cielo cercano en tu presencia,
veo un cielo al alcance de mi mano que no puedo tocar;
y en tu ausencia veo un cielo lejano,
un cielo inalcanzable pero mío, íntimamente mío.

Y de saber que existes
siento un goce secreto, un secreto placer,
y sonrío en silencio y te escribo estos versos,
aunque a ti no te importen ni te lleguen al alma.

 

resalto lo que sin duda me dejo un sabor dulce en la boca, besos