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Ondas e inercia

Tema en 'Poesía Surrealista' comenzado por Ricardo López Castro, 23 de Junio de 2018. Respuestas: 5 | Visitas: 528

  1. Ricardo López Castro

    Ricardo López Castro Poeta adicto al portal

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    Todo es una espiral que nos deja en la estacada, en la estación ubicua, ríen los gnomos que llevan raíces a hombros.
    Nos merecemos el premio del crimen contra la amplitud del reconocimiento, y se pasean ante nuestro paladar las sirenas con cola de tiburón.
    Eso que llamamos amor centralizado, geométrico, concéntrico, asimétrico y chispeante, resulta ser un truco de manos, una contienda en la que batallamos contra la idealización de las islas vírgenes y vigiladas y violadas ya, y violados ya por nuestros párpados, nos arrastramos sin apego hacia el horizonte donde nos espera un centinela cauterizado.
    La próxima parada de la filantropía, donde susurran los rumiantes.
    Somos mutantes de la esencia, mezcladores de frío y calor.
    Mesas y sillas y sofás y tresillos boca arriba en los que reposan los centauros que se desprenden de las fábulas.
    Mientras el mañana, ahora lo vemos igual que el ahora, hacemos historia.
    Nos silenciamos, con cuidado de no despertar al titán que duerme de pie, entre esta realidad y el deseo.
    Con pies de plomo, nos identifica lo que vemos, oímos, olemos, sentimos, pero no las mieles del enjambre del sueño que es banquete y comensal.
    Sus picaduras las percibiremos cuando el laboratorio deje de clonarnos.
    De copiar y simular el dios cubierto de aceite y de betún que nos lustra las encrucijadas y las encripta.
    Nos introducimos en la versatilidad del metamórfico diálogo que absorben los tabiques.
    No saldremos de nuestro techo, con un grito de socorro, nos dedicamos poemas que se relacionan entre sí con cordialidad y el fundamento de las estrellas será el pasto de los hemisferios que se han licuado en el frenesí referencial del viento.
    No somos ángeles ni veletas, ni siquiera cometas errantes.
    La aparición del cuerpo es nuestro espejo, no el que está colgado de la pared.
    Suicidamos la inocencia de las hadas que nos han legado víveres para el desencanto.
    Y el alimento de nuestra visión multiplica la sensibilidad, hasta reducirla a cenizas.
    Así, y en soledad guiada, con huéspedes ovíparos, cantamos al alba que nos cambia la ciudad, ese cuadro abstracto en el que penetran los asnos con la carga de sus rebuznos.
    No diremos jamás lo que desnuda a los tejados.
    Ni citaremos la pusilánime sensación de desapego.
    Las ballenas serán peces o autobuses.
    Los sentimientos, obuses o fuselaje.
    Y en nuestra profundidad cada vez más profusa crearemos una odisea sin mar.
    Las olas llegarán al fin del mundo por una vez.
    Y el planeta caerá sobre sí mismo panza arriba, y no sabrá cómo levantarse y construir una sola gota de amor o de tragedia.
    Los profetas mancillados, se sublevarán.
    Y lo harán en la gravedad de la censura.
    Hasta que su clamorosa decadencia, toda al frente, se vuelva proporcionalmente hacia nosotros.
    Los peces voladores remarán hasta la fantasía de los humanos.
    Y el futuro formará parte del pasado, como la serpiente que engulle un conejo hasta la insondable muestra del conocimiento de la trampa.
    Los sátiros treparán por nuestro esófago hasta ahorrar tiempo y materia.
    Eso es el ahogo emocional, la asfixia de la burbuja que guarda la opaca destrucción en su corpúsculo de transparentes prismas y personas.
    Nadie ve las consecuencias ni las causas primeras, pero ultiman el desencuentro con el dragón que lanza bocanadas desde un oasis a una cueva.
    El innombrable amor no es tal cuando se condiciona la estabilidad del pulpo sin ventosas que llevamos clavado en la roca de nuestra sed de globalización.
    Y sin posesiones, pero con un muérdago en las costillas, besamos la depuración de la espera.
    La transformación del deseo en un colibrí que late las alas de las incertidumbres y los miedos.
    Y se las lleva hasta amputar su esencia, mutilada por la reproducción del dinamismo.
    La figura y la sombra de la imaginación hacen posible que un canapé se convierta en el encuentro con la complacencia inmaterial.
    El apetito sexual de las palomas se asusta de las migas de pan.
    Y el camino es siempre el mismo:
    un círculo social desgastado y devastador frente a la arruga de la insurrección del hombre.
    La ilusión será el aperitivo antes de penetrar en el brazo que jamás alcanzará el objetivo de aferrarse a la cercanía de la primera quimera, de la que se mofan las propias conclusiones del hombre.
    Es todo una espiral.
    Una gran espiral que se introduce en la experiencia, y llueve ácidamente desde el reflejo de los sentidos.
    Desde la sombra de los sentidos.
    Y despunta el alba entre las montañas, con el sol de misericordia que el cielo atrapa en sus redes.
    Hemos nadado en tierra, mar y aire.
    Todo es plano.
    Tan plano que aunque no queramos ilusionarnos, nos hipnotiza un perro que nos mira.
    Las percepciones del hombre han cambiado.
    En realidad somos nosotros esa mascota que necesita salir de casa para hacer sus necesidades.
    Pero solos, pertrechados con la correa de la carne incrustada en la debilidad que los astros inciden sobre nosotros.
    Y nuestra mirada es un espejo del espectáculo que vemos en los que están por llegar.
    El mismo camino del hombre que rodea y perfora la plataforma del viento.
    Nos baña la experiencia, pero no el descuido.
    Nos secaremos al sol o con una toalla.
    No nos confundimos ni nos conformamos.
    Somos surreales desde que el empuje de las precauciones habita en nosotros, como un albatros que ha perdido su rumbo.
    Es todo una espiral.
    La libertad de tomarse un respiro consiste en reconocer la necesidad del descanso.
    La espiral inamovible nos absorbe.
    No caminamos, ni subimos o bajamos.
    Solo nos salen laberintos de las emociones.
    Solo el tacto de una linterna, no su luz.
    Andamos en círculo.
    Nos atrevemos o nos escondemos, siempre bajo las directrices de una personalidad única, pero soluble.
    Somos ese buzo que se sumerge en oxígeno para contemplar las profundidades.
    Cierro los versos de mis huesos y cambio mis huellas por un rastreo.
    Afronto afrodisíacamente la vida.
    Pero todo es una espiral en la que una vez creí que -no creí- las cosas vacías no existen, solo las que se pierden entre las lágrimas.
    Ahora soy como un ascensor recién ocupado.
    Me siento como un ritual de cicatrices en el que predomina el silencio y la expectación.
    Pero vivo en la espiral repetida por la calle, por los espejos, y por los límites.
    En un museo de sensaciones que levanta pasión.
    Es el camino indestructible y metafísico de la no conductividad.
    De la permanencia y la poesía independiente del músculo de la reflexión.
    Estático, pero con la constancia del tiempo que transcurre entre la trascendencia y la multitud de colores y matices que hacen del universo un mismo lugar para todas las cúspides de los seres vivos.
    Estar aquí o dentro de un modelo prefabricado es exactamente lo mismo.
    Pero la incidencia del conocimiento me ampara.
    No llego al final, ni a mi destino, porque la evocación de la ciencia infusa supone la masificación de los ideales.
    Innatismo de la meditación.
    Interior de la espiral.
    El yacimiento de la viabilidad.
    Nos conduce al calor de la piel.
    Al estiramiento de las captaciones, como si la lógica no tuviera sentido por sí sola.
    Pero con la aceptación de la distancia completa y plena entre el juicio y el veredicto.
    El juez de la senda tortuosa y los a acantilados abruptos que desciende el cielo a nuestra indiferencia.
    En el fondo de la verdad reside la mentira monumental de la rectitud de las ideas, incluso de las cifras.
    Somos la ciencia exacta entre el frenesí y el resultado.
    Esta espiral de alta estima de la que el omnipresente podio de las invisibilidades se cristaliza para el recuerdo.
    Y el ahora nos circunda.
    Cierro los demás y me convierto en una separación poética.
    Somos la estirpe de las coincidencias internas.
    Y nuestra espiral es la longitud del libre albedrío.
    Dentro de una concha no confiamos en la oscilación de la materia.
    Y nos atrapamos en una masa de espuma que dobla avenidas y callejones sin salida.
    Hasta chocar con la calma de las fluctuaciones del código que nos descifra.
    Y nos abre a la deriva de una nave con viento de proa.
    No es la vela que encendemos la que simboliza nuestra fe.
    Es el derrame de la cera sobrenatural que inunda catedrales de la inserción cívica y social.
    En esta senda no hay espejismos.
    Los atravesamos con nuestra discusión sobre la imaginación dirigida.
    Es el último paso, el definitivo aliento que distancia la experiencia de la conducta, hasta reducirla al alma.
    Ese peso que nos ocupa cuando las baldosas resuenan en la ventanilla del talón que se impacienta, y mira cristal adentro cómo las bendiciones bebidas por el agotamiento sudan el cadáver del prejuicio.
    Y nos subimos a la noria donde nos besamos con la atracción entre los asuetos.
    Y la rutina nos desvela.
    No salimos ni entramos, creamos una atmósfera de entrañas y doctrinas documentadas por un notario que firma nuestra voz.
    Y gritamos a la arena del desierto y de las playas.
    A los árboles de las plazas que auxilian la hacienda de la naturaleza.
    Somos el silencio entre estos momentos y el día de los colores, incansable día que sustituye un matrimonio visual por la unanimidad inservible de la noche.
    Y las farolas se llevan toda la celebridad de las fundiciones entre el hombre y la creación.
    Lo que conocemos nos exime porque somos como estrellas en jauría, y nuestra voracidad es saciada por las olas del tiempo.
    Es el hombre y la belleza de una sola muestra en la probeta del vencimiento divino, de la entrega divina y el exacto dialecto que comunica los ríos y los océanos en los que se hamacan las palabras.
    Se plasma el cadáver del gasto emocional.
    Y se cobra la inexistencia de las direcciones.
    Respecto de todos, somos iguales.
    Respecto de nosotros mismos somos la retención del pensamiento.
    Y como una musa de petróleo rellenamos el depósito de las encrucijadas que nos permiten circular en torno a una decisión.
    Ésa es la clave de la espiral que se despoja del sentido común, y nos sume en la subliminal superficie que nada a través de nuestras canalizaciones.
    Por eso no me inmiscuyo en lo inmóvil ni en lo promiscuo, ni en lo prometido, ni en lo referente a las metáforas e hipérboles que disuaden la cercanía y la exactitud del nombre, del eco y del sonido muerto que encumbra la pila de testigos de la plasticidad de la observación.
    Y se derrumba el terremoto de los corredores que cuentan las horas, las ruinas de la lengua y el paladar de las sacudidas abismales de las explanadas.
    Y sobre los fenómenos meteorológicos adversos, diversos y catastróficos, la Tierra es una batalla de barbaries intelectuales.
    El clima del laberinto es la última versión del cuerpo.
    Y como símbolos, teorizamos sobre la naturaleza intrínseca de la inercia.
    Y como dioses, nos vigilan las piezas del puzle, desde su caja hermética y estanca, sin resolver el ocio de las ánimas.
    El hastío y aburrimiento.
    Confines son conflictos desde los que se despeñan erosiones de la pulcritud.
    Y la limpieza e higiene del rito de los fantasmagóricos vaivenes del suspiro, acercan al fin el espacio al punto diferencial y ejemplar del encuentro con las limitaciones.
    La potencia cognitiva y la resistencia moral y amoral, las imágenes del caos, los sueños del gigante arrodillado en nuestra alfombra, cerca de los estantes, los libros que mitifican y mitigan la paz contemplativa son solo sucedáneos de concesiones.
    Y la ilusión ilumina nuestros péndulos.
    Y el tiempo coincide en nuestro secreto con la garganta de un mamut que ha sido cazado por la carnosa sensación del poder de los órganos.
    Así el dominio del hombre, y la infinita influencia del estancamiento de las traiciones engañosas.
    El reino del cosmos desde el trono del delicioso néctar de las colmenas de quienes trabajan por la excusa del sabor y la apetencia.
    Y el sentido, la trascendencia de un palmo de narices abunda y se aburre en los paritorios.
    Nacemos con algoritmos y materializamos la virtud de la madurez y la sazón.
    Es por ello que las salidas se cierran a todos los tsunamis que golpean y guardan penitencia en forma de diario.
    Transmitir la fuente de los jugos de la humanidad.
    Entre colosales colonias e imperfecciones imperiosas.
    Luego devenimos en el vacío, somos arrojados a la armonía del baño de multitudes.
    Y la música que resuena en nuestra voz nunca nos la creemos, porque es sonido que galopa y relincha respuestas a la compostura, y no a la fosforescencia del neón del mercado de luces que guarda cola en nuestros establecimientos mentales.
    Y por el honor del horizonte nos unimos en una religión de prácticas psicosociales que nos alejan del punto en el que un día fuimos oraciones.
    Y el cementerio de la piedad se esfuma esforzándose en no caer en la trampa del desgaste.
    Resucitarán las lápidas de la ganancia neta consistente en las transiciones prestas y nutridas de sábanas nebulosas, misterios que no se visten con el velo del hambre.
    Pero que aceptan al sepulturero de los jugadores que enterraron el suspense.
    Es esa espiral bella y lejana, más palpable que una sobredosis de normas y leyes, la que sintonizamos cuando la ausencia desborda el trapo con el que limpiamos el polvo que a abarca la creación del largo recorrido de la inmunidad anterior a la desaparición flotante del cielo.
    Flamante con su hundimiento.
    El suelo toca el firmamento como una decorativa disposición de la legislatura sobrenatural.
    No hay techo.
    No en esta piscina de zumbidos, silbidos, jaleos y trifulcas que esperan saltar desde un trampolín a ras del vértigo.
    Sigue el recorrido de una locomotora sin vagones ni maquinista, sobre raíles que durarán un rato, el mismo rato en que la descarga de los ineludibles cierres de sus juntas y soldaduras, esos ejércitos con joroba, legendarios e invencibles, truene como un destello de extremidades, y se separe de la fiabilidad.
    Así son los principios de los hombres.
    Dios es quizá la implantación necesaria para darle un empujón a la luz artificial de las lámparas, de las lágrimas, hasta sacarles de sus ojos la profundidad.
    Eso es la espiral interminable, como una ciencia inexacta que investiga la exactitud.
    Somos un barco varado en una isla de barro.
    Somos lo que viajamos por el cuello de las jirafas y la flora que queda atrás de la contemplación.
    La espiral inamovible de lo predecible.
    Somos la estirpe de las herramientas oxidadas y los medios para el fin.
    Respiramos.
    No es una gran ventaja.
    Pero al menos funciona como fundamento de la meditación.
    Nos contemplamos siempre, de una forma u otra, y como un perro abandonado con collar y pedigrí, olisqueamos algo que no pertenece a este mundo.
     
    #1
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  2. Birbiloke

    Birbiloke Poeta adicto al portal

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    Llegar al final de tu lectura tiene merito, pero más merito tiene lo que escribes. Ya no es surrealismo, sino una disertación filosófica de lo profundo de una mente privilegiada como la tuya. A veces me pregunto si saber tanto nos aleja o nos lleva a ser más felices. En todo caso chapó, me quito el sombrero. Un fuerte abrazo.
     
    #2
  3. Ricardo López Castro

    Ricardo López Castro Poeta adicto al portal

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    Birbiloke, te agradezco, consciente de la longitud del poema, tus palabras, todas ellas.
    La felicidad literaria nunca la he alcanzado.
    Pero en mi día a día me siento pleno bastante a menudo.
    La escritura es para mí ese método inocuo de reconocimiento, sea surreal o tangible, a través del cual desmembrar lo máximo posible la lejanía entre mi mente y lo que pienso.
    Ese equilibrio que nace del vencimiento a la práctica introspectiva.
    Gracias miles por dejar huella profunda en estos versos.
    Te mando un abrazo fuerte, con mis mejores deseos y bendiciones.
     
    #3
  4. Birbiloke

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    Si un día escribes y te haces novela, iré a por ti a leerte.
     
    #4
  5. Ricardo López Castro

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    Gracias por lo que me dices, no descarto prolongar un discurso y convertirlo en arquetipo de la reflexión sobre esas certezas imaginarias y aventurarme en la historia de un sinfín de posibilidades.
    Ésa más o menos sería la idea.
    Gracias de nuevo por tus alentadoras palabras.
    Te mando un abrazo fuerte, con mis mejores deseos y bendiciones.
     
    #5
  6. LUZYABSENTA

    LUZYABSENTA Moder Surrealistas, Microprosas.Miembro del Jurado Miembro del Equipo Moderadores

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    Vaciarse en esa introspeccion maxima donde el sentido de los dias dejan menudencias
    para caer en ese armonico equilibrio. un metodo maximo tan tangible como ensoñador,
    y desde ahi ir desgranando un pensamento perfecto, inocua y lleno de plenitud.
    excelente. saludos amables de luzyabsenta
     
    #6

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